El amor de un hermano

Capitulo 21: Pesadillas y una salida

La noche pasó sin ninguna complicación. Al menos, no para Sam, Dean y Castiel. Gabriel estaba teniendo problemas para dormir. No era por lo que había pasado con Castiel. Era por un sueño que él veía como una pesadilla. Intentaba moverse lo menos posible para no despertar a Sam, mientras éste dormía profundamente. Salió de la cama, mientras levantaba con cuidado el brazo de Sam, que estaba alrededor de su cintura, y fue al baño. Al entrar, se quedó frente al espejo, mirando su reflejo fijamente. No se sentía él mismo, sino como otra persona. Eso iba a más que el hecho de no tener sus poderes. A pesar de todo, había estado tan acostumbrado a estar solo, que nunca pensó que una situación donde más personas estuvieran involucradas, le podía afectar como le estaba afectando en ese momento. Para Gabriel, habría sido mejor no haberse metido, pero a la vez, sabía que tenía que hacerlo. Y no solo por Sam.

«No entiendo... ¿Qué espera ese fantasma de nosotros?», pensó, sin dejar de mirar el espejo.

Abrió un cajón y sacó un frasco de pastillas para dormir. Eran las que Sam tomaba cuando tenía insomnio. Sacó una y se la llevó a la boca, tragándosela sin agua ni nada. Regresó al cuarto, se recostó al lado de Sam y esperó que la píldora hiciera efecto. Fueron al menos cinco minutos que estuvo esperando hasta que comenzó a sentir que sus ojos se cerraban por si solos. Esperaba poder dormir en paz una vez, pero las cosas no iban con muy buen rumbo. Cuando entró en el mundo del sueño, comenzó a volver a tener esa pesadilla. Se veía a sí mismo, en esa casa, tenía la mirada perdida y estaba bastante pálido. Se veía sentado en el borde de la cama, con las manos sobre sus rodillas y completamente ido. Incluso sin tener sus poderes, podía notar que estaba en una etapa de depresión. No quería ni imaginarse el motivo, aunque una idea tenía sobre lo que podía estarle pasando. Trató de acercarse y ver si podía tocarle el hombro, aun si era raro para él verse a sí mismo.

« ¿Qué diablos pasa?», pensó con miedo cuando no pudo moverse.

Vio que «la otra persona» se levantó de la cama y se acercó a la ventana.

—No—susurró, cuando se dio cuenta de sus intenciones.

Apenas puso moverse, fue corriendo para tratar de tomarlo de la chaqueta. Cuando estuvo a un centímetro de lograrlo, el otro saltó del segundo piso.

— ¡No!—gritó, asomándose por la ventana, solo para ver que el cuerpo no estaba.

Dio unos pasos atrás, mientras se sujetaba la cabeza. Comenzó a escuchar una voz en su cabeza. Una voz que reconoció al instante: era la de Castiel. Le preguntaba por qué había sido tan cobarde y tan egoísta por haberse ido y dejarlo solo. Le repetía los mismo incontables veces, y eso lo destruía por dentro. Le decía que nunca sería capaz de eso, que era imposible, pero el menor le dijo que si lo había dejado solo una vez, nada lo detenía para hacerlo de nuevo. Y lo que más le dolió, fue lo que dijo a lo ultimo: «Me dejaste solo... por tu propio bienestar... Te odio tanto, Gabriel.»

Despertó de golpe, con el sudor bajando a chorros por su frente, mientras sus ojos se inundaban de lágrimas. Miró a su lado y vio que Sam no estaba a su lado. Pero pudo ver el pequeño reflejo de la luz del baño que pasaba por debajo de la puerta. Suspiró y volvió a recostarse, pero sin tener el mínimo deseo de dormir de nuevo. Escondió parte del rostro en la almohada para que el castaño no notara las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. Cerró los ojos y trató de fingir estar dormido. No tenía ganas de hablar con Sam sobre su pesadilla, por lo que esperó hasta que el más alto se recostó a su lado y lo abrazó. Pero no pasaron ni cinco minutos de eso cuando Sam pudo sentir que Gabriel temblaba entre sus brazos. Al principio creyó que podía ser por el frio, puesto que antes era un arcángel y ellos no sienten frío, pero cuando también sintió que su cuerpo hacía algo parecido a convulsionar, se preocupó y no tardó en sentarse en la cama y tomar el hombro del más bajo para girarlo.