Capitulo 2: Una pequeña ayuda

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Bueno, fue así como los hermanos se convirtieron en niñeros del pequeño ángel. Hay que agregar que hasta su ropa se había vuelto de su tamaño. Y hay que decir que era mortalmente adorable verlo con esa mini gabardina y el trajecito. Sus ojos azules resaltaban mucho y su mirada se veía más inocente que antes.

Como curiosidades, cabe añadir que Dean sabía bien que hacer, ya que él había sido más padre de Sam que John. Que en paz descanse.

Sam no tenía mucha idea de cómo ser padre, pero teniendo a Dean, las cosas eran un poco más fáciles. Claro que entre los llantos de Castiel y otros problemas que recorrían su mente, no podía estar muy tranquilo.

-Sammy, ¿cómo está el niño?

-Está durmiendo-respondió-. No pensé que siendo un bebé, dormiría. Como no lo hacía de adulto...

-Sí, bueno... Antes tampoco iba tanto al baño.

Sam soltó una risa y fue a usar su portátil. Tenían que tratar de encontrar una solución para hacer que Castiel volviera a ser adulto. Primero tenían que saber que era lo que había pasado en esa casa, pero siendo un bebé, no les podía decir que había sido. No fue un buen comienzo, pero no bajarían los brazos por eso. Una solución encontrarían. Y aún estaban un poco intrigados por el hecho de que no sabían si tenía o no sus poderes.

Ambos se sobresaltaron cuando escucharon el llanto de Castiel. Dejaron sus cosas y fueron a verlo. Al entrar al cuarto, vieron que estaba sentado en la cama con lágrimas corriendo por sus mejillas.

- Oh, ¿qué pasó, campeón?-preguntó Dean, tomándolo en sus brazos. Dejó la cabeza de Castiel en su cuello y comenzó a moverlo de arriba a abajo de manera lenta. El llanto fue disminuyendo hasta que sólo se escucharon débiles sollozos.

- ¿Tendrá hambre?-exclamó Sam.

-No sé, tal vez.

Pero fue en ese momento que un olor horrible llegó a sus fosas nasales. Era bastante evidente lo que estaba poniéndolo así.

-Cámbialo tú-Dean le tendió al bebé.

-No, tú. Tú lo estas sosteniendo.

-Yo lo hice antes. ¡Es tu turno!

-Bien... Piedra, papel o tijera para ver quien lo hace-propuso Sam.

-Eso no es justo-comentó Dean, con el ceño fruncido.

- ¿Por qué?

-Sabes que siempre pierdo ese juego-exclamó-. Mejor echémoslo a la suerte con una moneda-propuso, mientras sacaba una moneda de su bolsillo.

-Bien. ¿Lo haces tú?

-Sí. Sostenlo un segundo-pidió el rubio. Sam tomó al bebé y vio que su hermano contaba hasta tres para lanzar la moneda al aire.

-Uno... Dos... ¡Tres!-ni bien gritó tres, Dean salió corriendo como alma que lleva el diablo, sin darle tiempo a Sam para que le reclamara. Éste quedó casi estupefacto por eso.

- ¡Eres de lo peor!-gritó.

- ¡Lo sé y no lo lamento!-se escuchó.

Sam suspiró y supo que debía hacerlo. Fue hasta su cuarto, dejó a Cas en la cama y buscó lo que necesitaba. Los pañales y las toallitas las habían comprado de paso. Para ellos, fue un poco incomodo cuando la cajera los miró a ellos y al bebé que Sam estaba llevando en sus brazos en ese momento. Ella tenía una sonrisa un poco pervertida, pero los hermanos-que ella no sabía que eran-simplemente pagaron las cosas y fueron al auto lo más rápido que pudieron para aparentar estar tranquilos.

El amor de un hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora