I. Presentimientos

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Era un día como cualquier otro, mi vida no es tan interesante, pero al parecer algo estaba a punto de cambiar.

Escucho la llegada de un carruaje y lo sé porque acá nunca viene nadie en carruaje, un jueves tan temprano, a menos que el rey desee algo o mis padres vengan a visitarme, cosa que sucede muy poco, ya que el rey necesita de sus manos derechas para tomar cualquier decisión.

Me levanto de la cama y voy hacia la ventana, desde ahí puedo observar un hermoso carruaje; con dos hermosos caballos uno negro como la noche y el otro tan blanco que es difícil mantener la vista en alto sin pestañear.

No sé cuánto tiempo estuve admirando las hermosas bestias, pero al parecer había sido mucho porque mi madre estaba eufórica reclamando mi presencia desde la puerta.

Sin responder, me pongo en marcha y dejo que entre.

-Vístete, el rey desea vernos.

Me quedo paralizada en mi lugar, no puede ser que el rey desee verme, en especial desde la última vez que les dijo a mis padres que de no ser por ellos ya me habría mandado a ejecutar; suena muy duro, pero todo empezó cuando he defendido a un esclavo que estaba siendo ejecutado en la plaza pública, era un niño de unos 5 años, se veía sucio y andrajoso, pero algo en su mirada me rompió el corazón, podría ser yo, si no hubiera nacido en una cuna noble, todo esto por haber robado una manzana, el pobre estaba tan maltratado que me partió el corazón y no pude resistirme a defenderlo, aún sabiendo que el castigo a quien se entrometiera era la muerte, nadie podía entrometerse en las decisiones del rey, sólo de recordarlo se me pone la piel de gallina.

El rey es una persona que cumple con su palabra, pero ser la hija de sus manos derechas, tiene sus ventajas, salí bien librada del asunto, pero no sin un castigo, porque mi madre se lo pidió, ante tantos ruegos de piedad, y alegando de mi inmadurez, me otorgo su perdón, pero todo acto de bondad tiene un precio, ese día fui desterrada, exiliada a vivir a mis 8 años de edad sola sin lujos y sin la mirada de nadie.

-Esmerald, sigues soñando despierta, te he dicho ya tres veces que te arregles, el rey desea vernos. -Dice mi madre sacándome de mis recuerdos 

-Madre, no quiero ir, cada vez que voy algo malo sucede y estoy cansada de que el rey haga lo que desea con todos y no poder hacer nada, dile que he muerto o que estoy con una enfermedad mortal. -respondo con tirandome en mi cama sin deseos de salir de ella

Mi madre como era de esperar se ha reído en mi cara por mis ocurrencias.

-Esmerald, vístete -Dice entre risas.

-El rey te ha mandado una ofrenda de paz.

Extrañada a más no poder me acerco a donde mi madre estaba y observó que ella pone una hermosa caja dorada muy fina, se ve preciosa, es de terciopelo y tiene grabada mi nombre en ella y si la caja me ha dejado maravillada, no imagino lo que contendrá.

Sin esperar más la abro y me sorprendo al encontrar un hermoso vestido dorado de encaje, observo a mi madre sin saber que decir y veo que tiene una sonrisa tan grande que me contagio y se me olvida por un momento, todo y solo pienso en lo hermoso que se verá con el contraste de mi piel blanca y el realce que tendrán mis ojos verdes.

Me veré como una diosa.

- Pequeña ve con Ana ella te ayudara a que te arregles. -Dice mi madre satisfecha al ver mi rostro

Madre sale de mi habitación dejándome emocionada y confundida pero sobre todo llena de curiosidad por saber porque el rey ha mandado un regalo tan fino cuando no soy de su agrado.

Secretos: La Dama del Rey Tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora