Capitulo 31.

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— No puedo creer que esto vaya a terminar así.

El auto estaba aparcado fuera de el nuevo hogar de los Way, tenían cerca de 5 minutos ahí, hundidos en un silencio espeso, cada quien perdido en sus propios pensamientos.

— ¿Entonces, este es el final?— Raymond se atrevió a preguntar, con cierta nostalgia en sus palabras.

Ahora ya no se volverían a ver en mucho tiempo. Aquella amistad que Way y Toro habían mantenido por años, parecía distanciarse cada vez más, y aunque la situación de Frank les había hecho pelearse muchas veces, también los había vuelto más cercanos.

Y luego estaba Anthony, Gerard no se quería separar de él. Sabía que en cuando pusiera un pie en su casa ya no lo volvería a ver, y eso le ponía realmente mal.

Odiaba tanto haberse mudado. Lo odiaba con todo su corazón.

— Creo que ya debería irme— el ojiesmeralda murmuró.

— Te voy a extrañar, y si algún día vuelves a Jersey, sabes dónde vivo— Ray dijo, y aunque quiso mantener la compostura se abalanzó para abrazar a Gerard— te quiero hermano, y por favor ya no te metas en problemas.

Él pelinegro asintió y abrazó con fuerza a Toro hasta que se separaron.

— Anthony...— murmuró, notando como el castaño intentaba ocultar sus lágrimas.

— Estoy bien, s-solo vete Gerard... y cuídate, por favor— dijo Iero limpiando su cara y sonriéndole débilmente. Sin embargo Gerard se acercó hasta besar sus labios, en un beso largo y triste. Un beso de despedida.

Después se apresuró a salir del auto. Caminó hasta la entrada de su casa y se giró, notando como sus amigos seguían ahí y se despedían con movimientos de mano.

— ¡Hasta pronto!— gritó casi como una promesa.

Entonces se adentró en su casa. Todo estaba en silencio, quizás porque aún era muy temprano o porque según Donna él regresaría hasta el próximo día. Como sea, camino hasta su habitación, dispuesto a tirarse a llorar todo el día.

Se dejó caer en su cama y abrazó su almohada mientras sentía la primera lágrima descender por su mejilla. Todo era una mierda.

Y luego algo llamo su atención, algo que descansaba en su mesita de noche. Era un pedazo de papel, claramente. Imaginó que sería alguna nota de Donna, así que decidió no darle importancia, pero la curiosidad le gano y estiró su brazo hasta alcanzarla.

Era la letra de Mikey y tenía escrita una dirección.

Se puso de pie rápidamente y corrió hasta la habitación del menor, pero él no se encontraba ahí. Fue entonces que se apresuró en alcanzar el teléfono y marcar un par de números.

— Tienen que regresar, Mikey se fue.

(...)

Tenían que encontrar a su hermano antes que Donna se diera cuenta de su ausencia, y eso estaba claro.

Gerard seguía dándole vueltas al asunto, ¿a dónde los llevaba esa dirección? ¿en qué se había metido Mikes ahora? ¿por qué?

Raymond manejaba rápidamente sin importarle lo temprano que era.

— ¡Creo que es ahí!— exclamó Anthony, apuntando hasta una gran bodega grisácea y que estaba algo escondida— hay que tener cuidado, un par de camionetas oscuras están aparcadas ahí, ¿seguro que esa es la dirección que les dio?

— Es esa— aseguró Gerard.

— ¿Pero por qué te traería aquí? luce peligroso para un niño.

El pelinegro se encogió de hombros, estaba preocupado por su hermano, no podía permitir que le hicieran algo, se moriría si algo le pasaba.

Raymond dejó el auto varios metros más lejos y luego comenzaron a caminar hasta aproximarse.

Notaron como una nueva camioneta llegaba y de esta, se bajaban tres hombres. Eran dos escoltas a los lados de otro sujeto bien vestido y que lucía importante. Anthony lo observó detenidamente, se le hacía conocido pero no había tenido tiempo de descifrar quién era.

El hombre que lucía importante entro a la bodega, mientras los otros se quedaron afuera cuidando que nadie entrará.

— ¿En serio creen que Mikey esté ahí?— Anthony volvió a preguntar, a nadie le cuadraba.

— ¿Creen qué...?— Raymond cuestionó, dejando la pregunta al aire.

— ¿Que qué?

— Frank— musitó— tendría sentido que él esté ahí y Mikey haya ido a buscarlo, ¿no creen?

Nadie contestó, en lugar de eso siguieron avanzando por la parte trasera del lugar, hasta que encontraron una puerta.

— ¿Deberíamos?

— Si mi hermano está ahí, voy a entrar— Gerard soltó con seriedad, tomó la manija y entró, para su sorpresa, con sus amigos a sus espaldas.

Al instante llamaron la atención de los presentes en la habitación.

Ahí estaba Mikey, ahí estaba Frank y estaba...

— ¿Qué no estabas muerto?— murmuró, sin poder creer lo que veía.

Hard; frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora