D I E C I O C H O

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—Vaya... Me ahorraste el tener que pedirte que nos alejemos de la fiesta—dice y en su mano trae un vaso con ponche, que extrañamente me ofrece y acepto—. En cuanto tu amiga negra me dijo que tenías mi número, fue una suerte que nadie más la escuchó.

—¿Meredith?

—Sí, creo que así se llama.

Asiento y le paso de nuevo su vaso. El ponche de Steve tiene licor y me ha quemado la garganta al digerirlo.

Entiendo a la perfección el motivo por el cual Steve me dice que es una suerte que me haya apartado de la fiesta y le facilité el alejarnos; de lo contrario, sería él el hazmerreír del instituto entero. Su pareja esta noche no sólo es otro varón, sino que se trata de un friki que se esconde de la fiesta.

Pero pese a toda la tragedia que esto puede significar, una parte de mí se siente como un montón de chispas o una bebida burbujeante.

—Te seguí el rastro y no sé cómo lo has hecho para encontrar este lugar—señala mientras le da un último trago a su licor.

—Sinceramente yo tampoco sé cómo diablos llegué—admito y él sonríe. Al menos parece no estarse aburriendo.

—En años que vengo a este lugar, jamás descubrí este rincón oculto. ¡Es el lugar indicado para...!

¿Para? Se calla.

—Que esté oculto—titubeo—es una suerte para nosotros esta noche, Steve.

Él me mira.

A continuación se mete la mano dentro del saco y saca una cantimplora enfundada. He aquí el licor que lleva en su ponche; vierte otro tanto en el vaso y le da un trago en seco que a juzgar por la expresión que pone, está puro y le ha quemado la garganta mucho más que a mí, un rato antes.

Hay dos banquetas y Steve elige una para sentarse. Yo hago lo propio a su lado y entonces me pasa el vaso con licor. Le recibo y apenas me mojo los labios pero simulo darle un trago. No me gusta, me quema y me produce retortijones en el estómago.

Le paso de nuevo el vaso pero él se niega y sigue bebiendo de la cantimplora. Estoy frito; tendré que beberme todo.

—Déjatelo—me dice.

Me vuelvo a mojar los labios y realmente que sabe horrible. Me pregunto cómo hacen los alcohólicos crónicos para poder subsistir gracias a su adicción a esta bebida con sabor a metal oxidado.

—Mi familia es un asco—suelta Steve de modo repentino y se revuelve el pelo. Noto cómo el licor le ha subido la temperatura corporal y se ha puesto rojo como un tomate.

—¿Siguen mal las cosas?—le pregunto tratando de no hacerle saber que también mi familia es un asco.

—Terribles—admite—. Las personas que viven en mi casa no paran de discutir y mi hermano mayor está quedando en lo de su novia, harto de las peleas que hay en casa. Él me prometió llevarme en cuanto pueda pero...al parecer aún no puede.

—Oh—es todo lo que soy capaz de decir. Steve apoya los codos sobre las rodillas mientras agita el licor en la cantimplora que supongo, no debe de quedarle mucho.

No seas estúpido Jimmy. Tienes que darle conversación, mantenlo cerca de ti.

—Esto...¿hace cuánto que tu hermano prometió llevarte?—inquiero y siento que la pregunta se oye estúpida.

—Un mes. O dos, no lo sé, ya perdí la cuenta.

Si para entonces creía que soy el único que le fastidian sus padres, estoy equivocado.

Los Colores de JimmyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora