Steve me sujeta por los hombros.
Mi espalda da contra su pecho mojado y los segundos que pasamos en contacto, uno con el otro, se me vuelven magníficos. Si tuviera la cualidad de poder detener el tiempo ahora mismo, lo haría.
Steve me devuelve al suelo. Un ligero cosquilleo me invade el estómago una vez que lo miro a los ojos pero no me animo a agradecerle.
—El entrenador me envió por los...conos—comento sin demasiado argumento; sin embargo, él lo acata.
Steve es más alto que yo.
A continuación, camina hasta el armario y, estirando los brazos, alcanza los benditos conos apilados.
Cuando lo hace, me quedo embobado mirando su cuerpo envuelto en una toalla blanca cubriéndole de la cintura hasta las pantorrillas. Cuando se estira, un fuerte deseo arde en mí buscando que se le caiga la toalla pero esa clase de milagros no suceden. No en mi mundo. Solo me deleito observando los músculos de su abdomen y su espalda, incluso de sus brazos una vez que toma el recado que me encomendó el entrenador y me los pasa.
—Ten cuidado—me advierte—. Anda con más...cuidado.
¿Y a qué se debe que esté dándome sugerencias que sirven a mi bienestar? Me está hablando, por todos los cielos.
—Gracias. Supongo—le digo.
Y miro el armario.
Cuando me he caído, por algún motivo, tiré las vendas apiladas. Me vuelvo a ellas y las devuelvo al armario. Steve se dirige hasta su casillero a mi espalda.
Estamos solos.
Estamos jodidamente solos y él va desnudo.
Bah, sólo con una toalla.
Y caigo en la cuenta de que me estoy demorando a propósito en la sencilla tarea de tener que guardar las cosas, cerrar el armario y devolver la banqueta a su lugar.
¿Acaso espero a que se quite la toalla para que pueda vestirse? ¿Qué pienso hacer? ¿Espiarle? Es una opción.
No, no puedo, no.
—Eh, Jeremiah.
Me vuelvo a él con el corazón en un puño.
—¿Sí?
Tiene las cejas enarcadas y las facciones del rostro contraídas como si fuese una tortura tener que hablarme o si se la estuviese pasando horrible aquí conmigo.
—Quería decirte que...no te vi, entre clases. Es decir, sí, lo hice, pero no quería que... Olvídalo.
Sé a qué se refiere.
Estamos solos, por eso me habla.
Y me está dando una explicación.
Claro, el bendito mariscal de campo sólo le habla al perdedor de la escuela porque no hay nadie más en todo el vestuario.
—¿Perdón? —murmuro—. Sé que te refieres a cuando te vi con la animadora y me esquivaste. Descuida, no tengo rencores.
Creo que la he cagado ya que me mira mal.
—¿La animadora? Su nombre es Miranda.
Miranda, claro.
—Miranda—me corrijo.
—Y verás... Yo quise saludarte. En serio, quise. Pero la palabra no salió y ya sabes. Sólo pasó de ese modo. Espero que no te hayas...molestado o algo así por ese detalle.
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Los Colores de Jimmy
Teen FictionSólo hay dos clases de personas en el mundo: ☝Las que deben salir del armario. ✌Las que no. Y no encajo en ninguna de ellas.