C U A R E N T A Y S E I S

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Boom.

Despierto de un sacudón al escuchar el estruendo.

Creo que fue un fogonazo...porque tengo el leve recuerdo de cómo se oye uno. Además en esta ocasión llevo la ventaja de poder ver con mayor claridad: me encuentro en otro salón de clase y sigue estando deshabitado.

No sé cuánto tiempo ha pasado pero la diferencia es que se oye ruido afuera. ¿Sirenas de policía? ¿Gente gritando?

Me desespero y tomo mi mochila cual no he soltado. Está fría.

Camino entre los pupitres retrucándome no haber descansado antes o haber comido, pues en este momento de tanta alteración podría estar lúcido y no me habría perdido de algo bastante movilizador que por lo visto ha sucedido.

Tan solo he dormido unos momentos y ya me siento un poco mejor. Por lo menos, logro ver con algo de claridad.

¿Hace cuánto no como? Estoy helado.

Me abrazo los codos y mi mochila se encuentra más fría aún, por lo que dejo que descanse en mi mano izquierda y la llevo a rastras hasta la puerta... el eje de la cuestión aparece acá.

Cuando estoy en la entrada y observo el salón.

A un costado del escritorio de profesores, está... ¡un sujeto tirado! ¡Santo cielo, y necesita ayuda!

Acudo de inmediato y me tambaleo un poco.

Me acerco y lo miro. Me quedo tan vacío como dolido al ver quien está delante de mí: Steve Morgan, con un balazo en el abdomen.

Pero él no ha muerto...aún. Me mira con sus ojos brillando y lloro desesperadamente. Me le acerco y él parece alterarse un poco en medio de su estado casi moribundo. Demonios ¿cuánto tiempo ha llevado así? ¡Morirá desangrado!

Comienzo a caminar en círculos y grito pidiendo ayuda.

—¡AUXILIO POR FAVOR! —me acerco hasta la ventana y observo una gran cantidad de gente, camionetas del FBI, personal, y gente aglomerada—. ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE, HAY UN HOMBRE HERIDO DE BALA! —en ese instante todos me miran y yo percibo movimiento dentro del edificio. Gracias a Dios...

¡Steve se muere!

Vuelvo hacia él y está intentando hablar con las pocas fuerzas que le quedan.

Me tambaleo de nuevo y siento otra vez las manos frías.

La izquierda en especial.

En ese instante Steve me susurra:

—Lo...lo siento...

—¿Qué? Shhh, no digas...nad...

Y es que él se queda mirando mis manos. Yo hago lo mismo y encuentro el arma que ha dado el fogonazo a Steve.

He sido yo el culpable.

Ahora él va a morir.

Ahora él va a morir

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