D I E C I N U E V E

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-¿Ya podemos volver?-le pregunto.

Hemos estado cerca de una hora en la misma posición: sentados en la banqueta, él con su cabeza sobre mi regazo.

Necesito sacarnos a ambos de aquí cuanto antes, aunque en este tiempo que Steve ha permanecido en un estado casi de somnolencia, le ha servido para recuperarse apenas.

-No-me dice y se acurruca en mi pantalón.

Al menos está un poco más consciente de sí mismo y muero de ganas por abrazarlo como si fuese un antídoto.

Noto que una dulce fragancia a limón trae la brisa fresca que empieza a correr. Tomo la chaqueta de Steve y la coloco sobre su espalda procurando que no vaya a pescar un resfriado.

Inclino mi cabeza hacia mi acompañante y descubro que el perfume es de él, logro percibir el toque cítrico a limón por encima del olor a licor que se le ha impregnado.

Le paso una mano por la sien y se me humedecen las yemas de los dedos. Está transpirando y el rubor no se ha ido de sus mejillas.

-¿Steve?-le hablo.

Pero él está dormido.

Le paso una mano por la frente y le doy la vuelta. Apoyo mis labios entre una comisura de los labios y su mejilla y entonces lo noto... Steve está ardiendo de fiebre; pues no estaba del todo borracho hacía unos momentos, sino que la embriaguez que tenía encima junto con la poca lucidez que le daba la fiebre, lo estaba haciendo delirar.

Sacudo a Steve y le ruego que se despierte.

-Venga, tenemos que llevarte con un doctor, Steve estás que ardes de fiebre-le digo pero él se resiste aunque ahora a causa de su somnolencia, su cuerpo está un poco más blando.

-Jimmy, no...-me dice y he aquí de nuevo mi debilidad. Mi nombre en sus labios.

Pero debo resistirme a mis emociones y sacarlo a Steve de ahí. ¡Por qué tenía que enfermarse justo ahora!

En realidad, lo más probable es que él ha venido enfermo desde su casa, pero sus padres están tan enfrascados en buscar motivos para llevarse la contraria que de seguro no han reparado en que Steve está enfermo y esta noche podría haber sido ideal que se quedase en casa.

Lo levanto un poco y logro sentarlo en la banqueta. Él comienza a reaccionar a medias y se restriega las manos en los ojos. Lo sacudo por los hombros, algo que supongo, no debe hacerse a un enfermo pero no me queda otra opción. O mejor dicho no sé qué hacer.

-Por favor-le ruego-. Trata de recomponerte. Ayúdame a que salgamos de este lugar.

Él me mira con los ojos entrecerrados. Los tiene enrojecidos al igual que el resto de su rostro y me pregunta:

-¿Qué es este lugar?

-Un cenador tras el campo de béisbol pero no importa, debemos volver a la fiesta y anunciarle al Señor McCough que necesitas un doctor cuanto antes para que te baje la fiebre.

-Yo no tengo fiebre-me dice y se lanza encima de mí, logrando inclinarme hacia atrás en la banqueta. Tiene una temperatura que me exalta hasta a mí mismo y me abraza con fuerza-. Pero...pero tengo frío-me dice y noto que sus manos tiritan, le castañean los dientes.

Debo hacerlo. Recuerdo que cierta vez Jena dijo «No es la gran cosa pero la elección es siempre un camino con obstáculos» y yo elijo esta noche tener que soportar con el peso de Steve para poder moverlo de este sitio. No es la gran cosa, exactamente, sin embargo para llevarlo de vuelta tendré mil circunstancias que me complicarán todo, empezando por la poca colaboración de Steve Morgan a causa de su pésimo estado.

Los Colores de JimmyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora