Capítulo 3: Dhasia

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-Genial -de mi boca se escapó esa palabra con un tinte fuerte de sarcasmo. De inmediato me coloqué de pie con la intención de disimular mi metida de pata-. Necesito usar el baño.

-¡Efrén! -Vivian lo llamó.

-Dígame, señora.

-Lleva a nuestra invitada al baño.

Él asintió y me miró.

-Sígame.

El muchacho me llevó a la parte interna de la mansión. La sala de estar parecía sacada de una revista del hogar. El piso era de madera, los muebles de terciopelo beige y los cojines de color ocre, marrón y mostaza. Había cuadros y adornos de cerámicas a juego. Todo se veía pulcro y prolijo. Ni una sola cosa se encontraba fuera de lugar.

-El baño para invitados está en remodelación. ¿Le importaría usar el baño de la señorita Dhasia?

-Supongo que no.

Subimos al segundo piso.

-Por aquí -abrió la puerta de una habitación-. Le daré un poco de privacidad. Si me necesita, estaré en el primer piso.

-Gracias.

Aproveché que estaba sola para detallar el cuarto de la niñata. Las paredes estaban pintadas de negro y de ellas colgaban decenas de afiches
de bandas poco reconocidas en el país. En la única pared libre, donde quedaba la cabecera de la cama de dos cuerpos, había un cableado de focos pequeños en luces tenues que formaban la letra inicial de su nombre. A la derecha se encontraba un armario grande y a la izquierda una mesa de noche que estaba hecha un desastre.

Para ser honesta, lo que vi me tomó por sorpresa. Por la forma en que Vivian y Charles hablaban acerca de su hija, imaginaba que me encontraría con paredes rosadas, afiches de los Jonas Brothers y quizá muebles de plumas en colores estrafalarios; todo eso iría más acorde al perfil de la niña malcriada que me estaba ideando. Sin embargo, si algo aprendí trabajando para Marcela, era que nunca se debía hacer juicios antes de conocer a alguien.

Cuando entré al baño, me topé con algo más esperable: decenas de frascos de champú, acondicionador, masajes capilares, cremas para el cuerpo y otros tantos productos de belleza. Junto al lavabo había unas pantuflas color morado y un tapete de la Torre Eiffel bordada.

-Esta niña es extraña -dije para mí en voz alta.

Hice a un lado mi molesto vestido y me senté en el inodoro de una vez por todas. Al terminar, me lavé las manos con un jabón líquido de rosas que venía en un elegante frasco de vidrio con una inscripción en francés que no fui capaz de traducir. Sequé mis manos con una suave toalla blanca y me dispuse a husmear más en la segunda planta de la mansión. Mis planes se vieron frustrados cuando abrí la puerta del baño y me encontré con que Dhasia estaba en su habitación.

Nos observamos en silencio examinándonos mutuamente durante unos segundos que sentí eternos. Ella era pelirroja, de estatura baja y contextura pequeña. Estaba usando un uniforme de equitación: el pantalón era blanco, mientras que la chaqueta y el casco negros.

-¿Puedo saber quién eres y qué haces en mi habitación? -preguntó de brazos cruzados y en un tono engreído.

-Efrén me trajo para que usara el baño -atiné a responder.

-¿Y tú eres...?

Me acerqué con sutileza.

-Marianne -le extendí mi brazo, pero ella permaneció inmóvil.

-Mi niñera -exhaló con fastidio-. Parece que soy tu regalo de cumpleaños. ¡Felicitaciones!

-¿Cómo sabes que estoy cumpliendo años?

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora