Dos días después.
Tras pasarme todo un día convenciéndola de que Dhasia estaba de nuestro lado, insistiendo en que la reunión era buena idea y recibiendo sus desaforados regaños, Marcela aceptó concretar la cita siempre y cuando siguiéramos sus propias reglas. Estaba un poco paranoica, así que exigió que la reunión fuera en su oficina donde tenía seguridad de que no había cámaras o micrófonos escondidos.
Dhasia no podía ser vista acudiendo a ese sitio, por lo que tuve que vestirla con una vieja chamarra verde olvida que pertenecía a mi papá, un gorro de montaña negro que cubría su cabello y unas gafas de sol. Para no levantar miradas, Marcela me dio las llaves del ascensor que se encontraba en el último piso subterráneo del parqueadero; ella usaba aquel método cuando se trataba de movilizar a testigos anónimos en riesgo o celebridades que le concedían entrevistas.
—Me estoy asando—se pasó la mano por la frente recogiendo unas gotas de sudor. La compadecía: debíamos andar con ventanas cerradas y, para colmo de males, el aire acondicionado no funcionaba.
—Sólo falta una calle —le agarré la pierna y di unas suaves palmadas intentando calmarla.
—La amargada de tu jefa debió aceptar vernos en la guardia. Habría sido más seguro para ambas y menos sofocante para mí.
Me reí entre dientes.
—Bueno, ella no lo ve así.
En la última planta no había ni un solo carro, así que pude parquear cerca del elevador.
—¿Acaso desconfía de mí?
—No es eso.
—¿Entonces? —desafió.
—Marcela es bastante terca —evadí su mirada con la excusa de que estaba guardando las llaves—. Si ella cree que es mejor vernos aquí, no habrá nadie en la faz de la tierra que le quite la idea.
—Suena como mi padre —se quitó el cinturón en mala gana y trató de salir del auto, pero la detuve agarrándole el brazo.
—¿Confías en mí?
—Por supuesto.
—Entonces créeme cuando digo que no es para nada parecida a tu papá. De hecho, diría que tiene el mismo temperamento que tú: son sarcásticas y obstinadas —sonreí levemente; ella me respondió con una mueca—. Todo estará bien.
Me dio un corto pero tierno beso.
—Vamos —me dijo.
Nos dirigimos al elevador. Moví un cartel de mantenimiento hasta encontrar una pequeña cerradura camuflada con algo de suciedad. Metí la llave y le di tres vueltas. Segundos más tarde, escuchamos un ruido y las puertas del aparato se abrieron. Dhasia miró; entonces di el primer paso. Adentro había polvo y olía a humedad; se notaba que no recibía mantenimiento con frecuencia. Sólo había tres botones: parqueadero, último piso y emergencias. Oprimí el segundo. El ascensor se movió produciendo sonidos extraños. Cuando por fin las puertas se abrieron, nos encontramos ante una sala de espera vacía. Saludé a la secretaria manteniendo una distancia prudente para que no viera a Dhasia y nos fuimos directo a la oficina de mi jefa.
Una vez adentro, Dhasia se despojó de la chamarra, el gorro y las gafas. Sin antes pedirle permiso, tiró los trastos sudados al suelo. En respuesta, Marcela alzó las cejas y se cruzó de brazos. Cuando por fin cruzaron miradas, mi jefa evocó una sonrisa hipócrita sin reparar en la poca credibilidad de su gesto.
—¿Cómo es que tienes ascensor privado y una oficina, pero no un aire acondicionado decente? —preguntó agitando su camisa.
Marcela arrugó la cara ante su audacia. Tal vez reunirlas no era tan buena idea como había imaginado.
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SERENDIPIA PARTE II: DHASIA
RomanceMarianne es una adolescente solitaria que siente que no encaja en ninguna parte. Con un padre alcohólico y una madre inestable, no tiene más opción que realizar trabajos mal pagados con tal de poder terminar su carrera universitaria. Pero su vida to...