Capítulo 38: La memoria USB

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—¿Estás bien? —le pregunté apenas pudimos establecer contacto a través de nuestros teléfonos. Observé cómo limpiaba sus lágrimas con las mangas de su blusa y tomaba aire antes de responder.

—Es… complicado.

—Puedo cortar la transmisión para darte privacidad.

—No —miró directo a la cámara y evocó una ligera sonrisa—. Me gusta pensar que, de alguna forma, me hace estar más cerca de ti.

—Está bien.

—Imagino que lograste instaurar el sonido —guardó silencio como esperando a que respondiera, pero no fui capaz de articular ni una sola palabra respecto a lo que había visto—. Fue una buena idea esto de los teléfonos desechables. Por primera vez, estamos un paso delante.

—Muchos, diría yo.

Escuchamos pasos acelerados acercándose a su habitación. Ella dio un brinco y se apresuró a esconder el teléfono bajo la almohada. Yo enfoqué mis ojos y oídos en la transmisión. Cuando la puerta se abrió, vi a un chico pelirrojo que fue fácil identificar como su hermano.

—¡Hermanita! —dejó caer la maleta en el suelo y corrió hacia ella para estrujarla con un fuerte abrazo. Al separarse, hizo que diera una vuelta—. ¡Vaya, cómo has cambiado! Bueno, sigues teniendo la misma estatura de un hobbit, pero estás más bonita.

—Diría lo mismo, pero qué voy a saber… Es la primera vez que te veo desde hace años —dijo en un evidente tono de reproche.

Edward se echó a reír.

—No me regañes, que para eso está mamá —bromeó, pero aquello no le hizo gracia a su hermana—. Vamos, Dhasia. No te imaginas todo lo que hice para poder venir a tu grado.

—No te hubieras tomado la molestia.

—Te traje chocolates de Suiza —buscó en su maleta y sacó una caja de bombones como oferta de paz.

No se inmutó en tomarla ni, cuando menos, echarle un vistazo.

—Así que tuviste tiempo para ir a Suiza y no para venir acá.

Edward suspiró dándose por vencido.

—Te recordaba menos amargada, eh.

—Bueno, muchas cosas han cambiado desde que te fuiste —desvió la mirada al suelo—. Tengo dolor de cabeza. ¿Podemos seguir nuestra conversación mañana?

El chico asintió y se dirigió hacia la salida.

—Que mejores, hermanita.

Dhasia cerró la puerta con seguro, apagó las luces y se acostó en la cama. Segundos más tarde, vi su rostro iluminarse por la pantalla del celular. Recibí un mensaje que decía: Buenas noches. Entonces ocultó el teléfono bajo la almohada y no pude ver más nada.

***

Marcela, Dhasia y yo acordamos que era mejor grabar el testimonio lo más pronto posible, así que decidimos encontrarnos al día siguiente en la guarida. Pasé por mi jefa y la llevé al lugar. Esperamos a Dhasia, pero se hizo tarde y no teníamos razón de ella.

—Han pasado quince minutos —recalcó tras comprobar la hora en su reloj de mano. Tenía un desesperante tic en las piernas que no me ayudaba a permanecer tranquila.

—¿Le habrá pasado algo? —miré mi celular tentada a llamarla, pero tenía temor de ser inoportuna.

—O tal vez cambió de parecer.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora