Capítulo 47: No puedo estar en esta ciudad

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Manejé de regreso a la ciudad, sola y a oscuras, haciendo mi mayor esfuerzo por mantener la compostura. En medio de lúgubre silencio del trayecto, mis propias palabras empezaron a atormentarme. A pesar de que en los últimos cinco días había pensado cosas peores, el hecho de verbalizar algunos de mis pensamientos hacía que cobraran más fuerza en mi cabeza desolada. ¿Nunca podría pensar en Dhasia sin recordar aquella madrugada? ¿Algún día dejaría de sentir todo ese dolor? ¿O me perseguiría aquello para siempre?

Lo único que sabía con certeza era que después de aquella tarde tan cargada de emociones, lo que más quería hacer era llegar a mi casa y encerrarme en mi cuarto hasta que el año finalizara. Para mi desgracia, cuando llegué, me encontré con que uno de los carros de Charles estaba estacionado en la acera de enfrente. En el porche estaban Alfredo y mi mamá teniendo una discusión unilateral donde toda acción venía de parte de ella. Por la forma tan acelerada y aparatosa en que gesticulaba, podía concluir que algo la tenía inquieta.

Al notar mi presencia, los dos se quedaron en silencio.

-¿Sucede algo? -pregunté.

Ella se acercó a mí de inmediato.

-¿Dónde estabas? -sonaba preocupada.

-Por allí -evadí.

-Marianne, es mejor que me digas la verdad -tomó mi mano-. Podemos solucionarlo juntas.

-Señora, el senador Waldorf no la está acusando de nada -sonrió entretanto se acercaba a nosotras-, tan sólo quiere intercambiar unas palabras con su hija.

Mi mamá lo miró con los ojos entrecerrados.

-Pues a mí no me pareció eso cuando Charles llamó.

-Debe entenderlo. Si un asunto de esta talla se filtra a los medios, sería un escándalo mediático. Puedo garantizarle, sin embargo, que está calmado y dispuesto a dialogar.

-Marianne no va a ir a ninguna parte -dijo con firmeza.

-Yo decido qué hacer -me zafé de su brazo y bajé los escalones del porche. Al darme cuenta de que Alfredo no me seguía, me giré para verlo. Los dos estaban perplejos mirándome-. ¿Es para hoy?

-Señora, le prometo que su hija estará bien -Alfredo se despidió de mi mamá y me alcanzó.

Caminamos hacia el carro. Faltando poco, aceleró el paso para abrir mi puerta. Entré en mala gana y me senté mientras le daba la vuelta al auto para ocupar el asiento de conductor. En total silencio, se abrochó el cinturón, encendió el motor y empezó a manejar. Durante gran parte del camino, se limitó a observarme a través del retrovisor sin decir nada. Sólo cuando estábamos cerca, decidió romper el silencio.

-Estamos en graves problemas. El señor Waldorf está convencido de que tuviste que ver con el allanamiento -su tono de voz se tornó opaco y tembloroso-. Nunca lo había visto tan furioso.

-Pues tiene razón, ¿no?

-De ninguna forma puedes decirle eso.

-¿Por qué no? -me crucé de brazos-. ¿Tienes miedo de que le cuente que juegas para los dos bandos? Apuesto a que encontrarás la forma de salvarte de esta, así como lo hiciste hace cinco días.

-Hice lo que estaba en mis manos para que todos saliéramos ilesos. O al menos eso creía.

-No veo que Dhasia esté por aquí -espeté con sarcasmo-. Si de verdad la querías, me habrías ayudado a llevarla a un hospital.

-No creas que no me arrepiento -carraspeó su garganta-. No he podido conciliar el sueño desde esa noche. Cada vez que cierro los ojos, veo a la señorita y me lamento por lo que hice.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora