—Pensé que, al ser novias, dejarías la costumbre de no contarme a dónde vamos cada vez que salimos.
Ella se rio y puso su cabeza sobre mi hombro.
—Vamos a conocer a alguien especial —tenía una gran sonrisa—. Eso es todo lo que necesitas saber.
—¿Alguien especial? —exageré una mueca para esconder que en realidad estaba nerviosa—. Veamos… ya conozco a tus amigos y a tus padres. ¿Quién podrá ser?
—Mis labios están sellados.
—¿En serio? —me acerqué hasta que nuestras frentes se tocaron. Dhasia entreabrió su boca y se inclinó para besarme, pero la evadí—. Qué mal que no puedas abrirlos.
—Puedo hacer excepciones —agarró mi rostro y me besó a la fuerza. Yo, más que feliz, continué el beso.
—Ya llegamos —Alfredo nos avisó.
Me bajé del carro y miré todo a mi alrededor. Estábamos ante una hermosa y extensa pradera. Caminamos por un sendero que terminaba en una cabaña de madera. Antes de subir los escalones, me detuve para apreciar una placa de vidrio con la insignia de un jinete montando un caballo y la inscripción Club Profesional de Equitación. En la recepción, vimos a un señor mayor, vestido de pies a cabeza de blanco, que tenía una barba canosa. Saludó a Dhasia con mucho afecto y tuvieron una breve charla en la que relucía el nombre Atlas.
Finalmente, ella me miró e hizo una seña con la cabeza para que la acompañara. Fuimos al vestidor de mujeres donde mi novia tenía su propio casillero. Del interior sacó una réplica del uniforme que llevaba puesto el día que la conocí.
—En esa gaveta hay más uniformes —señaló hacia la esquina de la habitación—. Busca uno de tu talla y póntelo.
—Nunca antes he montado a caballo —confesé nerviosa al imaginar lo que íbamos a hacer—. Debes saber que los animales y los bebés no suelen gustar de mí.
—Tranquila, me tienes a mí.
Caminé a donde ella me señaló y empecé a buscar mi talla en lo que para mí eran extrañas piezas de ropa. Una vez conseguí una de cada parte, di media vuelta para preguntarle a mi novia cómo usarlas. Mi estómago se convirtió en un nido de mariposas al verla de espaldas quitándose la camisa. Tan pronto como reaccioné, me giré y regresé la vista a la ropa. Tuve que vestirme siguiendo el sentido común.
—Te ves sexy usando blazer —sentí sus brazos rodearme por detrás.
—Gracias… aunque no sepa lo que eso signifique.
Se colocó delante de mí.
—Blazer —pasó sus dedos sobre el cuello de lo que creí que era una simple chaqueta negra—. Breech —agarró mis caderas haciendo alusión al pantalón blanco.
—Tú también te ves sexy —atiné a decir.
Por primera vez, me miró en silencio con una expresión picara en el rostro. Al cabo de unos segundos, recuperó el habla.—Vamos, Atlas nos está esperando.
Me llevó a una caballeriza donde había seis cubículos de cada lado; nosotras fuimos al número nueve. Dhasia abrió la puerta con una llave de hierro. De inmediato, un caballo marrón elevó la cabeza y las orejas. Apenas descubrió que se trataba de su dueña, se levantó y se acercó relinchando de lo más contento. Ella, con la misma felicidad, empezó a hacerle caricias por todo el cuerpo.
—Te presento al famoso Atlas. Este galán es un hannoveriano: la mejor raza, ¿verdad? —el caballo meneó la cabeza como si estuviera asintiendo—. Ella es mi novia, Marianne, de la que tanto te he hablado. ¿A que es guapa? —me miró—. Ven, tócalo.
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SERENDIPIA PARTE II: DHASIA
RomansaMarianne es una adolescente solitaria que siente que no encaja en ninguna parte. Con un padre alcohólico y una madre inestable, no tiene más opción que realizar trabajos mal pagados con tal de poder terminar su carrera universitaria. Pero su vida to...