Capítulo 43: Tal vez en otro mundo

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Salí de mi cuarto y me escabullí a la sala para agarrar las llaves del auto. En el perchero estaba colgado de primero un juego de llaves de cada cerradura de la casa; tuve que sacarlo con mucho cuidado de no hacer ruido para poder obtener las llaves del carro que estaban hasta atrás. Cuando lo conseguí, regresé a mi habitación y, con la misma cautela, saqué mis maletas a través del umbral de la ventana. Una vez mi equipaje estaba afuera, abandoné mi dormitorio.

Acomodé todo en la parte trasera del vehículo, cerré la puerta con suavidad y arranqué sin colocar las luces delanteras. En el camino al cajero más cercano, empecé a pensar qué haríamos con el carro de alquiler. Como no tenía los papeles, tendríamos que deshacernos de él dejándolo en algún lado o vendiéndolo por partes a un comprador de baja reputación. Movilizarse en trenes y autobuses no era una buena opción si se trataba de evitar ser localizadas, por lo que teníamos que conseguir otro carro. Esperaba que mis ahorros fuesen suficientes para poder conseguir uno barato y, al mismo tiempo, costear los gastos en comida y hospedaje.

Tras retirar el monto máximo que el banco me permitía en un día, recibí una llamada inesperada de parte de Alfredo.

—Marianne, tienes que venir ya mismo.

—¿Qué pasa? —pregunté alarmada.

—Es Dhasia… ella no está bien —sonaba preocupado—. Por favor, ven lo más pronto posible.

Guardé mi tarjeta en el bolsillo y corrí hacia el auto.

Temiéndome lo peor, manejé como alma que lleva el diablo. A esas horas de la noche había poco tráfico, así que no dudé en saltarme los semáforos en rojo. En más de una ocasión, me gané los bocinazos e insultos de otros conductores, pero los ignoré por completo. Lo único que me importaba era llegar a tiempo.

Cuando por fin llegué a la fábrica abandonada, me estacioné en la mitad de la calle y me bajé del automóvil. Desde afuera, pude verla de espaldas y parada en el estrecho borde del edificio. Con el corazón encogido y un mal sabor en la boca, subí todos los pisos corriendo en plena oscuridad. Al llegar a la azotea, sentí que mis pulmones iban a colapsar. Flexioné mi cuerpo hacia adelante, tosí con fuerza y tomé un poco de aire. Entonces abrí la puerta de metal y me encontré a Dhasia llorando desconsolada.

Confundida, observé a nuestro alrededor. Alfredo estaba a varios metros de distancia, pero su mirada estaba clavada en ella, como si estuviera atento a cualquier movimiento repentino que pudiera hacer. Detrás de él, estaba nuestro fuerte destrozado: el mal tiempo ya había hecho de las suyas.

—Marianne…

—¿Dhasia? —pregunté sin asimilarlo.

—¡Debes irte ya! —exclamó desesperada. Estaba tan atónita que no pude responder—. ¡Vete, vete de aquí!

—¿Qué está sucediendo?

—Joder, si me amas, date la vuelta y márchate —dijo entre sollozos.

—¿Por qué quieres que me vaya?

—Porque no quiero que veas.

—¿Ver qué? —di unos cuantos pasos hacia adelante, pero ella sacó una navaja de su bolsillo haciendo que frenara en seco—. No, no… Dhasia, ¿qué estás haciendo?

—No puedo hacerlo. No puedo irme contigo.

—Ven aquí para que hablemos —le propuse.

Ella negó con la cabeza.

—He cometido demasiados errores, pero el peor de todos sin duda fue conducirte a este infierno en el que vivo —las lágrimas resbalaron por su mejilla con mayor intensidad—. Si algo te pasa por mi culpa, yo no podría soportarlo.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora