Al día siguiente.
El senador Waldorf me citó en su oficina, en horas de la tarde, sin explicarme el motivo de la reunión. Quería ponerme el equipo, pero Marcela me recomendó no llevar nada que pudiera inculparme en caso de que se tratara de una emboscada. He ahí la gran diferencia entre las dos. Para ella se trataba de una venganza que cocinó a fuego lento por años; no tenía problemas para pensar con la cabeza fría. Para mí, que siempre he dejado que las emociones me controlen, era la vida de mi novia la que estaba en peligro. Es por eso que mientras me parqueaba, estaba luchando por contener los nervios.
—El señor Waldorf ya está disponible para atenderla —Wilson me avisó—. ¿Desea que la acompañe?
Negué con la cabeza.
—Conozco el camino.
Me armé de valor y entré a la mansión caminando a pasos firmes y calmados. En el comedor me topé con Dhasia quien estaba en pijamas acabando de desayunar wafles. Al verme, casi deja caer el tenedor de la sorpresa. No le había contado que tenía una reunión con su padre para no preocuparla. Creía que estaría en el club de equitación.
—¿Qué haces aquí? —preguntó entre susurros.
—Tu padre me citó.
Sus expresiones no se mostraron conformes con mi respuesta, pero continué caminando hasta llegar al despacho del senador.
Una vez allí, toqué la puerta. El senador me respondió con un seco “adelante”. Entré y permanecí de pie frente a él hasta que diera nuevo aviso. Charles tenía cara de pocos amigos: sus brazos estaban cruzados y su mandíbula tensa. Me observó en silencio durante varios segundos. Por mi mente estaba pasando una decena de pensamientos y posibles reacciones, pero me esforcé por lucir tranquila.
—Siéntate, por favor —dijo por fin.
Obedecí en el acto.
—¿Sucede algo?
Entrelazó sus dedos y puso las manos sobre la mesa.
—Hoy me puse a ver la galería de fotos que subió mi socio sobre la gala de disfraces. Curiosamente, entre las doscientas cincuenta fotos, en ninguna aparecieron ustedes.
—¿En serio? Qué extraño.
—Mi hija a veces puede ser persuasiva y manipuladora —continuó con cautela—. Puede hacer y decir lo que sea para salirse con la suya. Si se te escapó, puedes decirme. No tomaré represalias contra ti.
—Estuvimos en la gala —me mantuve firme en mi posición—. No sé por qué no salimos en las fotos, pero estuvimos allí.
Podía ponerme a prueba preguntando acerca del evento, pero no lo hizo. Sospechaba que no quería empezar una confrontación inmediata, sino confirmar si yo suponía una amenaza para él. Después de todo, permitir que se escapara no era gran cosa comparando con el hecho de saber sobre los golpes que le propinaba. Tal vez por eso, en lugar de seguir haciendo preguntas, abrió una de las gavetas de su escritorio y revolvió un montón de papeles. Finalmente, sacó un folio con cuatro hojas engrapadas y me lo entregó.
—¿Qué es esto? —pregunté a pesar de que el título me lo dejaba bastante claro: Acuerdo de Confidencialidad.
—Sólo un requisito legal —explicó con una sonrisa tranquila como si no fuese la gran cosa—. Te lo debí dar el día que aceptaste trabajar conmigo, pero, con el trajín de la campaña, se me olvidó.
Si hubiese creído necesario que firmara el documento, me lo habría dado incluso antes de enseñarme el libro de los eventos. Charles no era una persona de dejar cabos sueltos, olvidar cosas e improvisar en la marcha. Ante todo, se aseguraba de proteger su pellejo. Si después de tanto tiempo me entregaba el acuerdo de confidencialidad, era porque sospechaba de mí.
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SERENDIPIA PARTE II: DHASIA
RomansaMarianne es una adolescente solitaria que siente que no encaja en ninguna parte. Con un padre alcohólico y una madre inestable, no tiene más opción que realizar trabajos mal pagados con tal de poder terminar su carrera universitaria. Pero su vida to...