Una vez me dieron de alta, mi mamá completó el papeleo mientras un enfermero me dio una bolsa con las pertenencias que ingresé. Fui al baño y revisé los trapos hasta hacerme con el teléfono que todos en el hospital daban por perdido. Apreté los labios frustrada por la ineptitud de los empleados del centro médico y oprimí el botón de encendido repetidas veces. Cuando la pantalla se iluminó, me empezaron a llegar notificaciones. Tenía doce mensajes y veinte llamadas de Dhasia. Me dispuse a revisar los primeros, pero mi mamá tocó la puerta y tuve que esconder el aparato en el bolsillo de mi jean.
-¿Está todo bien allí adentro?
-Sí -salí del baño-, estaba terminando de vestirme.
-Ya nos vamos -me avisó.
El enfermero apareció con una silla de ruedas y nos indicó que iba a escoltarme hasta la salida. Le insistí que estaba en perfecto estado para caminar, pero no me dejó poner un pie fuera de la habitación ya que "debía seguir el protocolo". Por si fuera poco, la energía con la que el muchacho empujaba era deplorable. Tenía ganas de levantarme, tirarle la silla y salir corriendo, pero eso habría hecho que me trasladaran al pabellón de psiquiatría en lugar de dejarme ir a casa.
-¿Quieren que les pida un taxi? -preguntó el enfermero cuando por fin llegamos a la salida.
Me puse de pie y miré a mi madre con desesperación.
-No, pero gracias por preguntar.
Ignoró a los taxis que estaban estacionados fuera del hospital y me ayudó a caminar hacia el parqueadero. Yo estaba confundida: ella me dijo que el carro quedó destrozado, ¿entonces cómo consiguió que lo repararan tan pronto? Iba a preguntarle al respecto, pero entonces sacó un juego de llaves diferente y destrabó las puertas de otro carro. No era un auto lujoso, pero era de un mejor modelo que el anterior.
-Es un auto de alquiler -se justificó antes de que verbalizara mis inquietudes-. Lo usaremos mientras arreglan el carro, lo cual tomará algunas semanas.
-¿Podemos gastar en algo así?
-No te preocupes por el dinero -me abrió la puerta-. Charles se ofreció a pagarlo, al igual que la factura del hospital.
Manifesté el desagrado que sentía permaneciendo en silencio y de brazos cruzados durante todo el camino. Mi mamá me miró de vez en cuando a través del retrovisor, sin embargo, no se esforzó en entablar conversación conmigo. En mi mente, descarté cualquier posibilidad de contarle lo que estaba sucediendo. Tras haber aceptado el dinero del senador, incluso después de que le advertí que era peligroso, no tenía garantía de que, a la hora de escoger bando, estuviera de mi lado.
Cuando llegamos a la casa, mi papá salió de su cuarto y se desplazó hacia donde nosotras apoyándose de las paredes: estaba borracho. Me quedé inmóvil mientras que me daba un abrazo y susurraba palabras ininteligibles en mi oído. Me esforcé en aguantar las arcadas que me producía el olor que desprendía su ropa. Cuando por fin me soltó, evadí la "adorable" reunión familiar y me encerré en mi habitación.
Adentro, lo primero que hice fue buscar mi celular y descargar la aplicación de monitoreo de la videocámara. Mientras cargaba, revisé los mensajes que Dhasia me dejó en el teléfono desechable. En unos me preguntaba sobre mi estado y en otros me decía que me extrañaba. En unos cuantos, sobre todo los últimos, pude notar resignación. Con un nudo en la garganta, abrí la transmisión y la vi acostada de medio lado, en posición fetal y de espaldas a la cámara. De inmediato, marqué su número rogando que aún conservara el teléfono. Cuando la vi levantar su almohada, mi corazón volvió a latir.
-Marianne, ¿eres tú? -su voz sonaba apagada.
-Lamento no haber aparecido antes. No querían darme de alta.
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SERENDIPIA PARTE II: DHASIA
RomansaMarianne es una adolescente solitaria que siente que no encaja en ninguna parte. Con un padre alcohólico y una madre inestable, no tiene más opción que realizar trabajos mal pagados con tal de poder terminar su carrera universitaria. Pero su vida to...