—Ya fue suficiente —se limpió los ojos con torpeza debido a sus manos estaban temblando—. Mi papá ha arruinado cada parte de mi vida. No voy a permitir que también nos arruine este momento.
Borré los rastros de lágrimas que yacían sobre sus mejillas.
—No lo hizo y no lo hará —forcé una dulce sonrisa.
Ella desabotonó su falda y la dejó caer en el suelo. Yo me quité la blusa y los pantalones. Una vez nos quedamos en ropa interior, me acerqué a ella, sostuve su mentón y la besé suave, despacio y pausado; como si con ese beso pudiese llevarme lejos su dolor.
—Hazme el amor —susurró en mi boca.
Con suma delicadeza, hice que se acostara y continué besando su cuello. Entre gemidos llenos de anhelo, pasó las uñas por mi espalda y desprendió el broche de mi brasier. El sujetador se resbaló entre mis brazos; terminé por quitármelo y lanzarlo a una esquina. Antes de que pudiese tocarme, junté nuestros cuerpos. Empecé a trazar un camino invisible de besos bajando desde su cuello.
Cuando llegué a su torso, acaricié sus senos por encima del sostén y pasé mi lengua en las partes que no alcanzaba a cubrir. Segundos más tarde, Dhasia arqueó su espalda y, con una mirada sugestiva, me pidió que le quitara la inoportuna pieza de algodón que se interponía entre nosotras. Más que dichosa, obedecí las órdenes que su cuerpo me indicaba. Al ver sus pezones erectos, descubrí que no era la única que estaba punto de enloquecer debido a la excitación.
De repente, sus manos suaves acariciaron mis senos. Una corriente de calor a lo largo de mi columna provocando que me estremeciera. Apenas me recuperé, pasé mi lengua alrededor de su areola izquierda que, a esas alturas, estaba tan encogida que la distancia entre esta y el pezón era difusa. Acabé por abarcar ambos con mis labios y lamerlos mientras que tocaba su seno derecho.
Pese a la desbordante satisfacción que sentía, hizo lo que pudo para zafarse y sentarse sobre mi regazo. No me quejé en lo absoluto puesto que tenía una vista hermosa de contemplar. Extendí mis brazos para seguir tocándola, pero me lo impidió agarrándolas y devolviéndolas al colchón improvisado de almohadas. Entonces inclinó la cabeza y fue directo a mis senos consintiéndolos de la misma manera que hice con los suyos. Estaba tan sumergida en el placer que me estaba dando que me atrapó con la guardia baja cuando pasó sus dedos encima de mis bragas. Dejé escapar un desesperado gemido que suscitó una sonrisa perversa en su rostro. Ella, contrario a las demás mujeres con quienes había estado, estaba determinada a hacerme retorcer del placer.
Ejercí un poco de fuerza para quedar encima de ella de nuevo y recobrar la dominancia. Una vez allí, pasé mis dedos sobre su tanga y pude sentir como sus fluidos traspasaban aquella fina capa de tela. Deslicé sus bragas a través de sus piernas y llevé mis manos hacia su vulva. Dhasia metió su mano bajo mis bragas e hizo lo mismo. En ese momento entendí que el sexo no se trata de ser activa o ser pasiva, ni mucho menos de tener que elegir entre dar o recibir. El sexo se trata de entregarse mutuamente; de rendirle homenaje al cuerpo de tu pareja y permitir que ella le rinda homenaje el tuyo.
Mientras yo tocaba su clítoris, ella tocaba el mío. Nuestros cuerpos estaban de medio lado y nuestras piernas estaban entrelazadas. Nos comíamos las bocas sin descanso alguno. Mi corazón latía como loco mientras que su respiración era agitada. Los gemidos eran ruidosos, descontrolados y desvergonzados. Mis dedos estaban empapados con sus fluidos; bajé la mirada y me di cuenta de que los suyos también. Nuestros genitales estaban tan mojados que se asemejaban a océanos a causa del intenso movimiento de nuestras manos; y no había mejor sensación en la faz de la tierra que esa.
Cuando llegamos al orgasmo, nos abrazamos con fuerza. El mundo se detuvo durante más de diez segundos y mi cabeza no pudo concebir otra cosa que no fuésemos ella y yo en ese fuerte de sábanas. Con la respiración entrecortada, elevé mi vista al techo y observé las luces navideñas doradas. Nunca me habían parecido tan jodidamente lindas como en aquella noche.
Pensé que todo había acabado porque las chicas con las que estuve solían detenerse tras el primer orgasmo, pero ella empezó a besar mi vientre. Mis piernas le dieron la bienvenida abriéndose más rápido de lo que yo tardé en razonar. Lo siguiente que supe fue que esa chica, mi primera novia y mi primer amor, me estaba haciendo el mejor oral de todos. Movía su lengua con deleite, calma y precisión. Sus movimientos seguían un patrón que, cuando estaba a punto de descifrar, cambiaba de forma radical tomándome por sorpresa. Pronto, sus dedos se sumaron: los metía y los sacaba con la misma pasión y entrega. Se notaba que ella lo estaba disfrutando casi tanto como yo. Al cabo de unos minutos, me llevó al paraíso de nuevo.
Tenía tantas ganas de seguir con ella que no quise perder tiempo descansando. De inmediato, levanté mi torso e hice que se recostara bocarriba. Besé con detenimiento su cuello, sus brazos, sus senos, sus costillas, su vientre, su entrepierna, sus muslos y sus pies. Le dediqué un beso especial a cada moretón en su abdomen y a cada cicatriz en sus muñecas. De esa forma, le demostré que para mí ella era perfecta y ninguna de sus heridas, físicas o mentales, iba a cambiarlo.
Cuando acabé el recorrido, la miré a los ojos y me percaté de que el preámbulo la estaba torturando. Pasé mis dedos en la extensión de su vulva y comprobé que estaba mucho más húmeda que antes. Su vagina rosada y traslucida por los fluidos, se veía tan apetecible que no pude resistir el deseo de probarla. En el instante que lo hice, me perdí entre sus piernas y no quise ser rescatada.
Su particular sabor, su clítoris erecto, su aroma, sus hipnotizantes gemidos, su respiración desmedida, sus sutiles espasmos, su espalda arqueada, sus pezones encogidos, su cara absorta del placer… Todos esos componentes construían una imagen que incluiría entre las siete maravillas con la gran diferencia de que, entre todas las personas del mundo, era la única con la infinita suerte de poder presenciarla.***
Esa madrugada llena de amor, placer y fuegos artificiales se sintió eterna dentro de aquel fuerte de lonas. Lastimosamente, por fuera, el tiempo transcurrió de forma normal. El sol estaba a punto de salir y nosotras no habíamos cerramos los ojos en toda la noche, a menos de que fuese para contener el placer. Después de seis horas, el hambre que sentíamos se hizo lo suficiente fuerte como para que abriéramos la tabla de quesos y la caja de bombones. Todavía desnudas, corrimos la sábana que cubría la entrada y contemplamos el amanecer juntas.
—Nunca había desayunado queso y chocolate —se llevó a la boca una combinación de ambos y aprobó el resultado con una sonrisa.
—Nunca había sido tan feliz —murmuré.
—Yo tampoco —me miró a los ojos por un rato—. Sin dudas, eres lo mejor que me ha pasado.
—Lo mismo digo —le di un beso en la mano. Regresó su vista al horizonte y aproveché para repasar su cuerpo con mi mirada. Mis ojos se clavaron en sus moretones—. Dhasia, tengo que contarte algo.
—¿Qué sucede? —preguntó sin darle importancia.
—Bueno… —me preparé para contarle todo.
Su celular sonó interrumpiendo mi tan aplazada confesión. Suspiré aliviada porque tenía miedo de su reacción, pero al mismo tiempo me sentía mal porque a medida que el tiempo pasaba, sostener esa mentira se sentía como una traición directa.
—Es un mensaje de Alfredo diciendo que viene a recogernos. Qué lástima, pensé que nos quedaríamos aquí para siempre —bloqueó la pantalla y volvió a mirarme—. ¿Qué me ibas a decir?
—Mejor te cuento después.
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SERENDIPIA PARTE II: DHASIA
Roman d'amourMarianne es una adolescente solitaria que siente que no encaja en ninguna parte. Con un padre alcohólico y una madre inestable, no tiene más opción que realizar trabajos mal pagados con tal de poder terminar su carrera universitaria. Pero su vida to...