Capítulo 11: Asuntos paternos

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—¡Marianne! —mi mamá tenía buen rato de estar tocando la puerta sin detenerse. Por alguna razón, no interpretaba mi silencio como que quería dormir en paz—. ¡Hija, despierta!

—¿Mmm? —tenía tanto sueño que no podía producir palabras de forma coherente.

—La hija de Charles está aquí.

Coloqué una almohada sobre mi cara.

—Pues dile que se vaya.

—Tienes diez segundos para abrir la puerta o buscaré las llaves.

—¡No! —me levanté de golpe. Solía dormir desnuda y mi mamá lo sabía. Si abría la puerta, Dhasia me vería.

—Cinco…

—Ya voy —me puse mis bragas.

—Cuatro…

—Joder, mamá —abrí mi armario. Agarré la primera camisa y el primer short de jean que encontré mientras que ella continuaba con su cuenta regresiva.

—¡Uno!

—Ya está —me le adelanté abriendo la puerta.

—Como dije, tienes visitas.

Miré por encima del hombro de mi mamá y vi a Dhasia.

Ella me saludó, de lo más alegre, con la mano. Le habría respondido de la misma forma de no ser porque eran las ocho de la mañana. A esas alturas, parecía que el universo conspiraba en mi contra para no dejarme dormir hasta tarde. Si no se trataba de Marcela, se trataba de Charles o las ocurrencias de su hija.

—Buenos días —dijo tan pronto como me senté junto a ella.

Asentí con la cabeza, como respondiéndole, y bostecé.

—¿Por qué no puedes ser como esas adolescentes que se levantan a las once de la mañana?

—Porque mi padre no me lo permitiría.

Me quedé en silencio y recordé la charla que tuvimos en la azotea de la fábrica. Para ser más específica, cuando describió a su padre como un psicorrígido perfeccionista.

—¿Y cuál es el motivo de tu tan considerada visita?

—Necesito que me acompañes a hacer algo.

—¿Lo mismo de la vez pasada?

—No —me miró con reproche, pero enseguida cambió su expresión por una enorme sonrisa disparando mi intriga—. Vamos a hacer algo mucho mejor.

—¿Puede esperar a otro día?

Negó con la cabeza.

—Ahora es el momento.

Me di un rápido baño y volví a entrar a mi cuarto. Supuse que no haríamos nada que ameritara formalidad, así que me vestí con un jean oscuro, una camisa negra y unos tenis negros. Al verme, Dhasia me dio su aprobación con una ligera sonrisa a medio lado. Entonces se puso de pie y pude detallar su vestimenta: tenía una camisa manga larga blanca que utilizaba por dentro de un short y unas botas.

—Vámonos —se dirigió a la puerta.
Apresuré el paso y la seguí a donde estaba el carro parqueado.

—¿Ahora sí me dirás a dónde vamos? —pregunté una vez estuvimos dentro del vehículo.

—No soportas dejar tu vida al azar, ¿cierto?

—En este momento, mi vida no está al azar; está en tus manos.

—Debo reconocer que me gusta más ese concepto —esbozó una sonrisa y se inclinó para hablarle Alfredo—. Por favor, coloca la nueva playlist que hice.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora