Capítulo 12: Fuegos artificiales

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Tres días después.

El siguiente evento al que Dhasia debía asistir era una gala benéfica organizada por el departamento de cirugía estética de un importante hospital. El dinero recaudado se utilizaría para realizar cirugías gratuitas de reconstrucción facial a personas de bajos recursos con quemaduras. Un requisito era que los invitados usaran antifaces para simbolizar la lucha diaria por la que atraviesan las personas que tienen el rostro quemado. La primera travesía fue esa: conseguir antifaces apropiados.

Las dos nos encontrábamos en un local para repasar opciones. La empleada nos mostró todo tipo de máscaras, sin embargo, Dhasia las descartaba por cualquier minúsculo detalle. A esas alturas, ya habíamos visto todos los diseños que estaban exhibidos en el mostrador. La pobre mujer, que parecía estar a punto de tener un colapso nervioso, tuvo que ir a hasta la bodega para buscar más modelos.

—Es una simple máscara —le dije al quedarnos solas—. ¿No puedes escoger cualquiera?

Negó moviendo la cabeza con determinación.

—Necesito la máscara perfecta.

La empleada se asomó mostrando un antifaz en cada mano y le preguntó qué opinaba acerca de ellos. Dhasia espetó, sin rastros de vergüenza, que no le gustaba el color de ninguno de los dos. La mujer soltó un prolongado suspiro, se dio media vuelta y volvió a desaparecer de nuestra vista. Desde donde estábamos, podíamos escuchar cómo revolvía caja tras caja.

—Podrías ser más amable —murmuré.

—No estoy siendo grosera, estoy siendo honesta. Si voy a comprar algo, quiero que sea algo que me guste.

Después de un rato, la empleada regresó con más modelos. Por el largo historial de rechazos acumulados, probablemente creería que le iban a decir que no una vez más. Para ser sincera, también pensaba lo mismo. Sin embargo, las dos nos sorprendimos al escuchar que había uno que le llamaba la atención y quería verlo de cerca. En mi interior, estaba cruzando dedos para no le encontrara otro defecto; estaba segura que no era la única. Los segundos se sintieron eternos hasta que nos comunicó su opinión definitiva. Al escuchar que ese era el elegido, la empleada contuvo un grito de alegría y se dirigió a la caja registradora.

—Falta el de ella —Dhasia me señaló.

Enseguida, la mujer miró con cara de pocos amigos.

—Ya tomé mi decisión —con ánimos de no complicar la situación, señalé uno de los antifaces que estaban exhibidos. El modelo cubría toda la cara y estaba dividido en dos: el perfil izquierdo era de color negro y el perfil derecho era blanco—. Me llevaré ese.

La señora facturó nuestra compra y Dhasia pagó usando su tarjeta. Frente a la boutique, Alfredo nos estaba esperando. Todavía faltaban varias horas para que comenzara el evento, así que le pedí que me dejara en El Parque de Heda. Apenas el auto desapareció de mi vista, caminé en dirección a la oficina de Marcela a buscar el vestido que me iba a prestar para la gala benéfica.

—¿Has encontrado algo nuevo sobre Charles? —aprovechó para preguntarme. Negué con la cabeza y ella siguió—. No te estoy pagando por asistir a eventos sociales, ¿sabes?

—¿Crees que la paso bien estando rodeada de personas que en tres meses ganan más de lo que cuesta mi casa? —me levanté indignada—. ¿Personas que compran ropa y accesorios tan caros que yo tendría que ahorrar durante semanas para poder costearlos?

—Sé que no —intentó calmarme.

—He conseguido cosas polémicas —continué con mis reclamos—. Pudiste haber producido ganancias con la información que te he dado acerca de otros políticos.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora