Al día siguiente, recibí un mensaje del senador que decía: Necesito reunirme contigo lo más pronto posible. Ven a verme en mi oficina a las diez de la mañana. Teniendo en cuenta lo que había pasado, sus órdenes de que finalizara mi "amistad" con su hija y los motorizados que mandó a seguirnos, podía hacerme una idea del tema que quería tratar. No era coincidencia que hubiese elegido un sábado para vernos. Dhasia solía usar ese día para pasar la mañana en el Club de Equitación con Atlas. Era bastante claro que para lo que quería decirme, fuese lo que fuese, primero necesitaba sacar a su hija de la ecuación.
-El señor Waldorf está listo para atenderla -Wilson me avisó.
Su tono de voz y sus gestos faciales carecían de emociones. Dhasia me contó que había empezado a actuar extraño desde que se convirtió en la mano derecha de su padre dentro de la mansión.
-Gracias -me levanté del sofá y caminé a su despacho.
El chico me acompañó en el trayecto y me detuvo antes de abrir la puerta. Me explicó que, por cuestiones de seguridad, debía entregarle cualquier aparato electrónico que cargara conmigo. Al darme cuenta de que hablaba en serio, saqué mi celular. Ante su mirada inconforme, le extraje la batería, la memoria y la tarjeta SIM para luego entregarle el aparato inservible. Tenía miedo de que interviniera mi teléfono. Wilson entrecerró sus ojos, notablemente fastidiado, pero no pudo hacer más que permitirme pasar. Adentro, Charles estaba terminando de acomodar un libro en su biblioteca.
-Por favor, siéntate.
-¿Nuevas políticas de seguridad? -pregunté haciendo referencia a lo que tuve que hacer antes de entrar. Él afirmó con la cabeza sin profundizar en ello y se sentó en el borde de su escritorio, obligándome a inclinar la cabeza para poder verlo.
-Te pedí que vinieras por esto -me entregó un cheque.
Cuando lo miré, mis párpados temblaron ante la abrumadora suma de dinero que tenía inscrito. Era una cifra mucho más cuantiosa que la que Marcela me había prometido en un principio. Con tanto dinero, podía pagar el derecho de grado, ayudar a mi mamá con las deudas e, incluso, empezar la maestría que me llamaba la atención; todo eso sin necesidad de realizar trabajos humillantes o exploradores.
-Esa es tu liquidación por los cinco meses que trabajaste. A partir de este momento, ya no requiero de tus servicios -apoyó sus brazos sobre el escritorio y me miró con arrogancia-. Como pudiste notar, decidí ser generoso porque conozco la situación de tu familia.
-¿Qué debo hacer para devolver esa generosidad? -pregunté sin reparar en el sarcasmo que acompañaban mis palabras. Quería que me dijera lo que quería escuchar: que eso no era una liquidación, sino un soborno como el que le hizo a las parejas de Dhasia.
-Veo que eres una chica inteligente -sonrió con cinismo-. La única condición para que puedas reclamar ese jugoso cheque es que no vuelvas a establecer contacto con mi hija.
-¿Y si no acepto?
Le dio la vuelta al escritorio caminando con los brazos detrás del cuerpo hasta llegar a su silla de cuero. Recostó su espalda en ella, de lo más tranquilo, y se cruzó de piernas.
-Te estoy ofreciendo la opción de retirarte por tu propia voluntad con mucho dinero. Es una gran oferta teniendo en cuenta que tu papá alcohólico no está trabajando. No sé por qué no aceptarías.
-Me parece que sí lo sabes -puse el cheque sobre la mesa con firmeza y crucé mis brazos-. Me parece que es preciso por eso que intentas sobornarme, pero te estás equivocando de persona. No hay forma de que acepte tu dinero.
Él se rio entre dientes.
-No eres la primera cría que se sienta en esa silla y me dice esas mismas palabras, ¿sabes? -rodó el cheque de vuelta hacia mí-. Te aconsejo que lo consideres. Todo el mundo tiene un precio, y no estoy hablando sólo de dinero.
En ese momento, recordé a Paula Reich y el atentado que cobró la vida de su padre. Temía que ese bastardo se atreviera a lastimar a mi mamá o que tomara represalias con Dhasia. Estaba tan asustada como nunca antes lo había estado, sin embargo, mi soberbia no me permitía mostrárselo. Ante su mirada atónita, me levanté de la silla y rompí el cheque dejando que los pedazos cayeran en el escritorio.
-Te arrepentirás de haber hecho eso -murmuró.
-¿Qué vas a hacer? -lo reté-. ¿Golpearme?
Sus ojos se abrieron como dos platos y su mandíbula se desencajó. Aproveché para agarrar mis cosas y salir de su despacho en el acto. Wilson, quien me estaba esperando al final del pasillo, me miró entre confundido y sorprendido. Sin darle explicaciones, me acerqué a él, le arrebaté mi teléfono y me marché de la mansión.
Manejé hacia el Club de Equitación lo más rápido que pude. Tuve avanzar a algunos carros en el camino. Cuando por fin llegué al tramo recto y despejado de la carretera, conecté el manos libres y llamé a mi novia. No respondió en el primer intento, así que insistí hasta que finalmente contestó en el decimoquinto.
-¿Aló? -sonaba extrañada.
-Por favor, dime que sigues en el club.
-Sí, justo acabo de despedirme de Atlas.
-¡Gracias al cielo!
-¿Qué sucede? Me estás asustando.
-Tenemos que hablar urgente.
-¿Dónde estás?
Miré hacía mi diagonal derecha e identifiqué el comienzo de una pradera junto a un cartel de señalización. Estaba por pasarme, así que pisé el freno con fuerza. El roce de las llantas contra el asfalto provocó un horrible chillido. Mi cuerpo se sacudió hacia adelante y se devolvió hacia atrás impactando contra la silla.
-¿Marianne? -preguntó alarmada.
-Estoy afuera -atiné a decir.
Sacudí la cabeza para reponerme, desabroché el cinturón y me bajé del vehículo. Sentí un ligero mareo al pisar tierra firme, pero no me detuve a descansar. Corrí el sendero hasta vislumbrar la cabaña a una distancia prudente. Mi novia me esperaba afuera con el rostro pálido y la mirada intranquila. Al verme, se acercó corriendo y me abrazó.
-¿Qué sucedió? -acarició los mechones de mi cabello.
-Tu papá ya sabe acerca de nosotras -le conté entre jadeos-. Intentó ofrecerme dinero para que me alejara de ti.
-¿Aceptaste?
-Por supuesto que no.
-Todo esto es mi culpa -sus ojos se cristalizaron-. Te arrastré hacia este lío incluso cuando sabía cómo iba terminar. Si algo te pasa, yo... -tensó sus labios y luchó por no romper en llanto-. Mierda, ¡estarías mejor de no haberte metido conmigo!
-No digas eso, Dash.
-Es la verdad -las lágrimas resbalaron por su mejilla-. No sé cómo pude haber pensado que esta vez sería diferente. Siempre se sale con la suya -agachó la cabeza resignada-. Quizás debemos terminar antes de que las cosas empeoren.
Alcé su barbilla con delicadeza y la obligué a mirarme a los ojos. Entonces limpié sus lágrimas con la yema de mi pulgar mientras que podía sentir cómo mi mejilla se humedecía.
-No voy a renunciar a ti. No soy como las demás -tragué saliva y tomé valor para lo que iba a decir-. Te amo, y no hay cosa que tu papá pueda hacer para cambiar mi opinión.
Ocultó su rostro en mi pecho y les dio rienda suelta a sus lágrimas. Mantuve la compostura y acaricié su cabello; no podía mostrarme débil en ese momento donde me necesitaba tanto.
-No puedo permitir que algo malo te pase.
-Y yo no puedo dejarte con ese monstruo -tomé distancia para verla-. Tal vez es hora de luchar de vuelta, de conseguir justicia.
-Intentamos buscar pruebas y no funcionó. Tu jefa lo dijo: mi papá está protegido hasta los cojones.
-Todo este tiempo hemos estado buscando en el lugar equivocado cuando tenemos la mayor prueba en nuestras narices -puse mi mano sobre su vientre-. No quiero que sufras más. Por favor, terminemos con esto de una vez -agarré su mano-. Estaré a tu lado y no dejaré que nada malo nos pase.
Me miró fijamente y, después de un rato, asintió.
-Está bien.
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SERENDIPIA PARTE II: DHASIA
RomanceMarianne es una adolescente solitaria que siente que no encaja en ninguna parte. Con un padre alcohólico y una madre inestable, no tiene más opción que realizar trabajos mal pagados con tal de poder terminar su carrera universitaria. Pero su vida to...