Capítulo 29: El sobre con los resultados

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Ahogué mis insultos para Lauren y miré a Dhasia. Estaba recostada contra la pared, en una esquina de la habitación, vestida y mirándome expectante. Me quedé callada mientras pensaba cómo le explicaría que debía marcharme, pero ella no pudo soportar la espera.

—¿Cuál es la larga historia? —preguntó en un tono incrédulo.

Agaché la cabeza evadiendo el contacto visual.

—Ya te dije que no puedo contarte todavía —me volví a colocar el sostén y acomodé mi camisa—. Tengo que irme. ¿Podrías esperarme aquí? No tardaré mucho.

—¿Vas a verla?

Asentí con pesar.

—No es lo que piensas.

—No es lo que pienso —me imitó bastante molesta—. ¡Demonios, dime de una vez qué es lo que sucede!

Me puse de pie.

—Te prometo que lo haré cuando regrese.

—Marianne, si te vas… —apretó los labios para no completar la frase y soltó un gran suspiro.

Me acerqué con cautela e intenté agarrar su mano. Como esperaba, mi novia no quería que la tocara, por lo que tuve que batallar un poco para lograrlo. Entonces, mirándola a los ojos, le ofrecí consuelo de la única forma que se me ocurrió entre el afán y los nervios.

—Jamás haría algo que pudiera lastimarte.

Nos miramos fijamente hasta que se cansó de sostenerme la mirada. Retrocedí para darle espacio porque sabía cómo debía sentirse. Dhasia se sentó en el borde de la cama y permaneció cabizbaja apoyando sus manos contra las cuencas de sus ojos. Sin nada más que pudiera hacer, caminé hasta donde estaba, le di un beso en la cabeza y salí de mi dormitorio. Apenas estuve fuera de su vista, solté un resoplido cargado de mucha rabia. Odiaba tener que dejar botada a mi novia para ir a casa de Lauren quien, en lugar de decirme de una vez el jodido resultado, estaba empeñada en hacerme participar en sus retorcidos juegos. Pero, sobre todo, lo que más odiaba era saber que Dhasia se estaba haciendo ideas erróneas y no poder calmarla contándole la verdad.

Queriendo terminar con todo de una vez, manejé a casa de Lauren tan rápido como pude sin pasar por alto las normas. Al llegar, me bajé del auto y me incliné para tocar la puerta, pero esta se abrió ante el más leve contacto. Desde la sala exclamé un “buenos días”, pero no recibí respuesta alguna. Imaginé que nos encontrábamos a solas y que estaba jugando a las escondidas conmigo. Me adentré hasta el pasillo y grité varias veces su nombre. Al cuarto intento, respondió con un “aquí” que provenía de su cuarto. Le pedí que saliera, pero hubo silencio.

Cansada de su actitud de niña inmadura y caprichosa, me dirigí a su habitación y abrí la puerta de sopetón. Mi sorpresa fue grande al verla acostada en la cama, desnuda y abierta de piernas. Sonrió con malicia y empezó a tocar sus senos.

—Te estaba esperando —susurró entre gemidos. Mantuve mi vista fija en su cara y me mostré indiferente—. No trates de engañarme, sé que te gusta lo que estás viendo.

—¿Dónde están los resultados?

Soltó una carcajada.

—Oh, Marianne… —se levantó y se acercó a mí.

Retrocedí lo más que pude hasta que mi espalda chocó contra la pared. Ella aprovechó para pegar su cuerpo al mío; no conforme con eso, intentó besarme en contra de mi voluntad. Por fortuna, alcancé a girar la cara a tiempo.

—Aléjate o tendré que empujarte.

—No entiendo por qué te resistes tanto. No hace mucho, lo único que querías era tener este cuerpo para ti —agarró mi mano y la posó sobre su seno izquierdo.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora