Capítulo 30

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Un par de días después, Harry se encontraba acomodando los equipajes de ambos en el maletero de su camioneta, haciendo una lista mental con las cosas que le faltaba poner allí. Era temprano en la mañana, y Louis, obviamente, se negaba a despertarse. Pero algo que él sabía era que quería llegar cuanto antes a su destino sorpresa.

El cielo se encontraba de un tono de azulado claro, junto a un brillo demasiado discreto del sol, encubierto por un par de nubes reacias a separarse de él. A pesar de todo, estaba frío y una neblina gélida le pesaba en la vista.

Louis lo había realmente sorprendido. Harry nunca lo había visto tan comprometido en descubrir algo acerca de dónde iban, pero por supuesto, no había conseguido respuesta alguna, ni siquiera una pista para apaciguar su mente. Nada.

Harry acabó por llevar a Louis envuelto en una manta hacia el coche, escuchándolo soltar algunos murmullos de queja, mientras lo acomodaba en los asientos traseros, y mullía sus camperas deportivas, haciéndolas pasar por almohadas. Se despidió de Anne escuchando con atención lo que su madre le decía y recomendaba.

Un par de horas después, Louis despertó y, por supuesto, hizo que Harry detuviera el coche para que él se sentara adelante, junto a él, volviendo al viaje luego de un par de besos matutinos. Siguieron un largo camino de rectas rutas, y un agradable sol los perseguía, mientras hablaban de diferentes temas de la actualidad. A veces, Louis cotilleaba durante todo el rato, o se mantenía en silencio mientras leía un libro y oía a Harry cantar pequeños fragmentos de canciones con su voz ronca y profunda, lo que hacía que Louis se quedara quieto para poder apreciarlo lo máximo posible.

Cuando el coche giró de imprevisto hacia un camino que atravesaba un pequeño bosque, Louis se sintió demasiado animado y confuso sobre dónde iban. El cielo apenas se veía, los enormes árboles cubrían la inmensidad azul por encima de ellos, dejando que sólo pequeñas grietas de luz solar se metieran entre las ramas y las hojas; de cualquier forma era hermoso, y Louis no podía estar más animado con aquello, la sensación de no tener idea hacia dónde iban y ver que aquel lugar precioso podría ser su destino, lo animaba cada vez más. Poco a poco, el coche dejó los grandes árboles atrás, acercándose a un camino de hojas, tierra y piedritas. Louis miraba por la ventana, extasiado por la hermosura del lugar y Harry lo observaba a él, disfrutando de ver la expresión de sorpresa de su omega. Cuando el coche finalmente se detuvo, Louis no podía estar más boquiabierto. Afuera, una casa grande de dos plantas color arena se levantaba sobre sus ojos. Tenía un estilo de arquitectura colonial pero era demasiado rustica para serlo; en su frente había un lago enorme, y lo mejor era que no había nada ni nadie alrededor, haciendo de aquel lugar uno aún más privado y especial. Todo era tan hermoso que Louis apenas podía creerlo. Sus ojos recorrían cada detalle con fiereza, impresionándose cada vez más por lo que veía. Decir que estaba deslumbrado era poco.

"Era la casa de campo de mi abuela..." Explicó, refiriéndose a la casa. Louis asintió, sin desviar los ojos de lo que veía ante él. Estaba rodeada de grandes árboles, extrañamente muy bien cuidados, que le proporcionaban sombra a las largas galerías que ofrecían una espectacular vista panorámica al lago cristalino, en el cual se encontraba un muelle de madera gastado. Tenía una arquitectura clásica, y el color arena era demasiado sutil por lo que le brindaba una calidez pintoresca. Era de grandes puertas y ventanas de caoba y techos de teja color terracota, con senderos adoquinados alrededor. Y Harry obviamente, estaba disfrutando de su reacción; tenía el rostro pegado a la ventanilla del carro, admirando la casa como si de oro se tratara. Podía ver en los ojos de Louis un brillo que solo aparecía cuando lo miraba a él, sus pestañas contra la luz del sol eran vagamente más largas de lo que recordaba. Ni siquiera lo miraba, no hacía falta el contacto visual cuando podía sentir su felicidad emanar de su cuerpo a borbotones. Su omega feliz era digno de ser apreciado. "Cuando murió, nos la dejó para Gemma y para mí. No solemos venir muy a menudo."

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