{22} Conversaciones

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Cuando los brazos de Penélope dejan de abrazar el cuello de Sebastián, sus manos pasan a mi rostro. Encontrándome aun aturdida, me cuesta entender sus palabras. Ella sostiene mi rostro entre sus manos un par de segundos, para después abrazarme con la misma efervescencia que lo ha hecho con Sebastián.

—Eres tan hermosa.— dice cuando se ha separado de mi paseando sus ojos verdes por todo mi rostro con una entretención que me parece peligrosa. —Como siempre, Sebastián ha sido tan afortunado.— agrega y antes de que alguien pueda decir algo, la voz de Anne interrumpe la tensa escena.

La mujer es tan amable y amorosa como la primera vez. Recibe a su nieto mayor con tremenda maternidad, y a mí con una alegría que siento pura. Enseguida, nos indica que debemos pasar al comedor. La cena estaba a unos minutos de comenzar.

Veo como ella indica el camino. Anne se adelanta y mi mirada al dejarla, recae inmediatamente en el océano azul de mi hombre. Su tensión es visible y siendo, a través de la misma irritación que expresa en su rostro, como sus ojos azules se disculpan conmigo. Lentamente, me acerco a él, tomo su mano y pongo mi cuerpo contra el suyo. Dejo que mis labios choquen con su mejilla y le susurro que todo estará bien. Podríamos con esto por un par de horas.

—¿Podrías regalarnos unos minutos?— pregunta Henry a su abuela con la cortesía que él siempre poesía. —Necesito discutir algo con ustedes.— y su mirada viaja de su abuela a su hermano rápidamente.

La risilla de Penélope se escucha en una esquina. No puedo evitarlo y la observo, ella juega con lo que está dispuesto frente a ella, en el puesto de la mesa que ya ha tomado como suyo. Detrás de ella, sentado cómodamente en uno de los sofás se encuentra Hans, quien detiene su mirada impenetrable en mí.

Anne se disculpa con los demás, siendo Charlenne quien le dice que no debe hacerlo. Sebastián deja un beso en el dorsal de mi mano antes de desaparecer con su hermano y abuela.

—Podemos aprovechar de ver el resto de la casa. ¿Te parece?— me ofrece Charlenne y yo, queriendo lucir lo más tranquila posible, asiento y sonrío. —¿Quieren venir con nosotras?— pregunta la mujer, sabiendo que muy en el fondo le ofrecía a los hermanos solo por mera cortesía.

—No, gracias.— responde Hans, añadiendo palabras a la nueva extraña risilla que su hermana había dejado escapar.

El brazo de Charlenne me arrastra a ella y lejos del comedor, mientras siento como su pesado suspiro deja escapar toda nuestra tensión. Ninguna de las dos comenta nada al respecto, caminamos por el lugar y ella hace lo que ha indicado anteriormente; mostrarme los lugares desconocidos de la casa.

—Charlenne...— la voz de Penélope hace que ambas giremos nuestros rostros.

La joven rubia era una visión bellísima, de eso, no había duda alguna. Ella se detiene en el umbral del ventanal que se encuentra abierto y da paso al pequeño balcón donde nosotras nos encontramos.

{ II } SUEÑOS SALVAJESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora