{31} Cicatriz

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[ Sábado 4 de Julio, 2015 ]



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La sorpresa que me llevo es tanta que no soy capaz de decir una palabra. Mi mirada deambula de un rostro al otro, tratando de hallar algo de coherencia a lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible que se encontraran aquí? ¿Por qué estaban aquí?

—Oh, justo a quien querías ver, hermano.— habla Penélope con el mismo vibrante entusiasmo que veo en sus ojos verdes, dándole un breve codazo a Hans quien su expresión de completa satisfacción me hace sentir aún más incomoda.

Sin querer permanecer en el lugar por más tiempo, digo en voz alta la causa de mi aparición, moviéndome inmediatamente a la zona que debo. Abro la cabina de los secretos como Patrick le llamaba, encontrando en este la bolsa que le había entregado a mi llegada. Detrás a mi espalda, los hermanos comparten palabras: Hans le indica a su hermana que debe encargarse de algo, y sin respuesta de parte de ella, sus pasos se escuchan hasta que deja la habitación.

—¿De verdad me dejaras aquí?— la dulce, siempre sensual voz de la rubia me detiene a medio camino, justo a unos pasos de abandonar la cocina.

—He venido solo por esto...— le indico mostrándole en alto la bolsa de muffins, dispuesta una vez más a irme.

Sin embargo, ella no pierde un segundo en volver a hablar.

—Así que, lo que mi hermano dijo es verdad.— dice y muestra en su semblante una tristeza que me parece de lo más manipuladora. —Sebastián realmente te ha envenenado en nuestra contra.— el discurso aquel me tiene bastante cansada, por lo que no puedo evitar mi mueca de desagrado.

—Él no ha hecho nada.— le aclaro con determinación. —No estoy interesada en ninguna tipo de conversación contigo o con tu hermano.— digo de una manera mas sincera y directa, tal cual lo había hecho con Hans hace un par de semanas, sabiendo, no obstante, que ella seguramente estaba al conocimiento de eso, también.

Enseguida, Penélope me dedica una linda sonrisa, un gesto deliberado que me llama profundamente la atención, y desde la isla que nos separa, toma una botella de cerveza, la cual, mientras camina hacia mí, destapa con gran facilidad.

—¿Y en compartir una cerveza?— dice y esta vez, su sonrisa es plena y luminosa.

Su mano sujeta la botella y la extiende en mi dirección, ya detenida frente a mí, teniéndome completamente consternada por su actitud. Sin siquiera pensarlo, tomo la botella con mi mano izquierda, viendo como su mirada observa el gesto y antes de que ella soltara la botella, su voz estalla estruendosa y ferviente.

{ II } SUEÑOS SALVAJESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora