Protección/ Historia corta

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La hora dorada entre la quinta y la sexta campana. Es mi hora favorita del día. Es cuando la mayoría de las personas de la Atarazana termina sus turnos laborales. Están exhaustos, pero terminaron por el día. El trabajo quedó atrás. Los espera el hogar y una comida caliente. Aquí las personas son amables y siempre me siento bien cuando meto mi gelatinoso cuerpo por las grietas del peñasco alrededor de la Atarazana. Siento el amor que emana de un hombre que va a casa a ver a su hijo recién nacido. Disfruto la anticipación de una pareja casada que ansía por una cena romántica en los Mercados Linderos.

Sus pensamientos me empapan. Me agrada, es como un baño caliente, aunque tiendo a estirarme demasiado cuando las cosas se ponen muy calientes. Siempre hay personas que no están muy contentas. Después de todo, la vida en Zaun puede ser dura. Algunas personas están sanando su corazón roto, mientras otras no soportan pensar en otro turno laboral y solo sienten resentimiento. Absorbo lo bueno y lo malo, porque así fui creado. Los sentimientos malos a veces me enfurecen, pero no puedo hacer nada al respecto. Mis padres me enseñaron que está bien sentirse mal a veces. Sin lo malo no puedes disfrutar de lo bueno.

Sigo a la multitud hasta que la gente comienza a tomar caminos separados. Algunos pocos sentimientos malos perduran en mi mente, así que decido hacer algo bueno para expulsarlos. Me filtro por una red de conductos de ventilación rotos que había querido reparar desde hace un tiempo, pero que no había podido. Colecciono fragmentos de metal en mi cuerpo mientras avanzo y los hago salir de mi amorfo cuerpo cuando encuentro una grieta. Luego caliento mis capas exteriores para sellarlas. Con las grietas selladas, el aire limpio de la estación de bombeo de Piltóver vuelve a fluir. Espero que así haya menos casos de enfermedad de pulmón en muchas de las calles de abajo.

El fondo de la tubería me lleva a los niveles superiores del Sumidero. Las cosas no son tan agradables aquí. Muchas personas no tienen casi nada y hay muchos que quieren quitarles incluso eso. Los charcos, llenos de toxinas y desperdicios químicos, me recuerdan a los tiempos en los que no era más que un espécimen en un laboratorio. Trato de no pensar en eso porque me enfurece. Y cuando me enfurezco, rompo cosas aunque no quiera. No me agrada ese sentimiento, así que me tranquilizo en mi grieta favorita de la roca, la que corre debajo de las colonias de grajos del Commercia Tragaluz. Siempre es agradable ahí. Las personas exploran las galerías, se encuentran con amigos, cenan o van a ver a una de las compañías de artistas que atraviesan la ciudad subterránea ofreciendo su espectáculo satírico. La atmósfera es cálida y amigable, es el lugar perfecto para disfrutar todo lo que Zaun tiene que ofrecer.

Pero cuando paso por las calles de la periferia, me invade una intensa sensación de angustia. Un temblor de miedo y pánico perturba mi carne líquida. No me agrada. Se siente fuera de lugar, como algo que esperaría encontrar en las profundidades del Sumidero. En ese lugar ocurren más cosas malas que buenas. ¡No debería estar ocurriendo aquí! Mi ira aumenta a medida que absorbo más sentimientos malos. Los sigo con la intención de evitar que se esparzan.

Empujo mi cuerpo por las tuberías corroídas que corren por debajo del taller de un herrero. Mi volumen llena el espacio bajo las tablas del suelo. La luz brilla en ángulos a través de las lamas de una reja en el piso. Se escuchan voces furiosas de arriba. Gritos y el sonido de un hombre llorando. Presiono mi cuerpo contra la reja. Mi masa gelatinosa se separa, solo para volver a unirse del otro lado. Empujo rápido y fuerte para rearmar mi forma dentro del taller.

El dueño de la tienda está de rodillas junto a una mujer que sangra debido una profunda herida en su estómago. Está arrodillado al lado de ella, con un brazo extendido hacia los cuatro hombres que parados sobre las ruinas del taller. Conozco esa clase de hombres. Los veo todo el tiempo en el Sumidero; matones que obligan a las personas de buen corazón a pagar a cambio de no destrozar su sustento.

El interior del taller está iluminado con linternas químicas, una de las cuales sostiene un hombre que usa un delantal de carnicero, que tiene un gancho de carne puesto en el muñón de su otra mano. Los otros tres son brutos comunes, bobos musculosos que usan overoles de lona y unos gruesos lentes amplificadores. Sus ojos se abren muy grandes por la impresión al ver que me alzo sobre ellos. Inflo mi cuerpo, las extremidades verdes se hinchan de poder mientras formo una boca donde creo que debería estar.

Tengo muchas ganas de herir a estos hombres. Sé que he estado sintiendo sus emociones, pero no me importa. Solo quiero herirlos tanto como ellos hirieron a estas personas.

''Esto se pondrá feo'', digo.

Estiró el brazo derecho y golpe al primer matón, que cae al piso. Se estrella contra el soporte de metal cerca de la puerta y no se vuelve a levantar. El segundo matón usa un garrote de hierro pesado, la herramienta gigantesca de un peleador. Me da un golpe en el medio y mi masa maleable lo absorbe. Me agacho y lo levanto del suelo, para luego azotarlo contra las vigas de celosía del techo. Cae al suelo, sus miembros se doblan de un modo que incluso yo sé que no deberían. El tercer ladrón da la vuelta y corre, pero estiro mis brazos hacia las vigas. Me lanzo hacia el frente y azoto mis pies contra su espalda. Lo aplasto en el suelo mientras su líder corta el centro de mi espalda con el gancho de carnicero.

¡Duele! Ah, cómo duele. El dolor hace que mi cuerpo pierda cohesión. Caigo al suelo en una lluvia de sustancia líquida verde. Por un momento pierdo el sentido de la conciencia espacial, veo y siento el mundo desde miles de perspectivas diferentes. El ladrón se para sobre mí, una sonrisa desdentada divide su estúpido rostro. Le alegra haberme matado, está lleno de orgullo por la destrucción de un ser viviente.

Su placer por esta destrucción invade mi cuerpo como un elíxir de odio. No quiero sentirme así, no es lo que me enseñaron, pero para ayudar a estas personas necesito usar la ira que me invade. Debo usarla en contra de estos hombres. Mis glóbulos dispersados se reforman en el tiempo que le toma darse cuenta de que no me mató como había pensado. Surjo del suelo, choco contra él y altero mi densidad para imitar la de un agobiante martinete. Nos estrellamos contra el muro del establecimiento, la carne y los huesos debajo de mí se desintegran debido a la fuerza del impacto.

Me despego del muro sangriento y siento cómo la ira se desvanece lentamente. Formo mi cuerpo en algo antropomorfo, mientras siento las emociones mezcladas que emanan de la pareja que está detrás de mí. El hombre me observa con una mezcla de miedo y ansiedad. Su esposa me sonríe, aunque siento su agobiante dolor. Me arrodillo junto a ella y toma mi mano. Es suave. Inmediatamente siento calma por su gratitud.

Asiento y coloco la mano en su estómago. El calor emana de mí mientras coloco una parte de mi forma en su herida. Dejaré una parte de mí atrás, una parte que no volverá a crecer, pero la doy con gusto, sabiendo que ella vivirá gracias a mí. La porción de mi cuerpo en ella repara la carne dañada, une el tejido roto y estimula el crecimiento regenerativo de la pared estomacal. Su esposo pasa la mano por la herid, y se sorprende al ver que la piel es nueva y rosa.

''Gracias'', dice ella.

No le contesto. No puedo. Gastar tanta energía me drena, me deja delgado. Permito que mi cohesión se afloje y vuelvo por la reja hacia las tuberías. Apenas puedo mantener mi forma mientras me deslizo por las grietas de la roca, en dirección hacia los lugares que sé que limpiarán estas emociones. Necesito renovarme. Necesito sentir todo el bien que Zaun puede ofrecer.

Necesito sentirme vivo.

Necesito sentir.

Universo LOL 2/ League Of LegendsWhere stories live. Discover now