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Madrid, mi nuevo hogar, una ciudad que si, no la conocías como si fuese la palma de tú mano, sin duda alguna intimidaba. Tantas culturas juntas, tanta libertad de expresión, todo aquello que no tenía mi pequeño pueblo natal, en las profundidades de Galicia. Solo llevaba un par de horas aquí y ya me había enamorado por completo.

He de admitir que no es la primera vez que paseaba por la hermosa Gran Vía, tampoco era virgen recorriendo la cultural Malasaña, ya he venido un par de veces con mi buena amiga Daniela, solo turismo. Aunque esta vez todo era distinto ya que oficialmente me instalaba en un pequeño piso en la calle anteriormente nombrada.

Había dado un paso muy importante en mi vida, algo que no apoyaba al cien por ciento mi madre pero que a mi padre y a mi abuela les hacía mucha ilusión.

¿Qué hacía una pueblerina en una ciudad tan grande? Independizarse sola para comenzar su nuevo trabajo como ayudante de director de marketing en una de las empresas más importantes de la península española, propiedad de mí tío Luis. No quería tirar muchas flores a mi familia por parte de padre, pero era la pura realidad.

Mi tío, el hermano de mi padre, era al igual que yo, de un pueblo cerca de Ortigueira. Él fue el único en su familia en tener el valor de emprender y lanzar al mercado una empresa de comercio solo de productos españoles. Abarcaba a más, no se conformaba con tener solo un puesto de granjero en las tierras de mí difunto abuelo, necesitaba salir de allí porque sentía que la vida se le escaba entre sus manos.

En un principio mi abuelo no quiso pagarle los estudios y tuvo que trabajar durante años para pagarse la carrera de telecomunicaciones, administración y director de finanzas, sacándose también sus dos másteres en publicidad. Es todo un empollón.

De pequeña siempre le veía estudiar, día y noche, me contaba sus planes de futuros y a mí se me caía la baba. Quería la misma vida de éxito por la cual él estaba luchando. Yo le apoyaba, al igual que mi abuela. Mi padre y mi abuelo no le veían sentido a lo que estaba haciendo, no les entraba en la cabeza cómo podía pensar así, cómo no quería la comodidad del campo.

Cuando finalmente acabó sus estudios, abrió  su empresa, una empresa que al principio no crecía y en la cual se gastó muchísimo dinero hasta acabar arruinado. Pero no desistió, siguió luchando hasta que, por fin, todo sufrimiento dio sus frutos.

Estaba orgullosa de él, y sin duda él estaba orgulloso de mí ya que había seguido sus consejos de salir a conocer el mundo. Por eso me ofreció un puesto de trabajo en cuanto acabé mis estudios en Galicia. No había estudiado tanto como él, al fin y al cabo lo que yo estudié fue un grado superior de marketing y publicidad. Aunque para él eso era más que suficientes ya que, tras su larga trayectoria, de había dado cuenta de que no es solo los estudios que tengas, sino en las capacidades y valores adquiridos por el camino.

Por eso me encontraba en uno de sus pisos que amablemente me había cedido hasta que consiguiese el dinero suficiente para poder pagar un alquiler con mi sueldo. En un principio me lo quería regalar, yo no quería, ya tenía suficiente con su oferta de trabajo y soportar ser la enchufada en la oficina.

Daniela se había ofrecido a acompañarme a Madrid para ayudarme con la mudanza y, para que engañarnos, aprovechar los días que le debían en el trabajo y pasar unas mini vacaciones.

Caja por caja fuimos abriéndola y colocando las cosas en el lugar donde mejor me parecía de momento. El piso era pequeño, pero suficiente para mí. Estaba compuesto por dos habitaciones, una con cama de matrimonio y otra con cama individual, el salón pequeño y cocina estilo americana, también pequeño. Todas las paredes eran blancas y los muebles del salón negros, en cambio la cocina tenía un poco más de color con los taburetes de color rojo en la barra. Unas puertas de los armarios de color rojos y otras negras. La habitación también blanca y negra, mi tío era muy clásico. Lo que más gustaba del piso era sin lugar a duda la azotea que compartíamos todos los habitantes, pero que por lo que parecía nadie usaba. Sin duda la aprovecharía yo al máximo.

Agotadas por todo lo que habíamos trabajado mi amiga y yo, nos sentamos en el suelo del salón, alrededor de la mesa de café, sobre la sube alfombra de pelo gris, para devorar una pizza que habíamos pedido.

-Es increíble que al fin estés aquí.

Asentí mientras masticaba un trozo de pizza de carbonara. Tragué con gusto y la sonreí.

-Aún no me creo que esté aquí, es un sueño hecho realidad.

Desde que mi tío me informó sobre el puesto bacante en sus oficinas que era mío, Daniela y yo nos hicimos mil y una paranoias mentales sobre mis planes en Madrid. Habíamos hecho incluso una lista.

-Recuérdale a tú tío que si necesita a más gente, yo estoy disponible.-Me recordó Daniela a la vez que me guiñaba un ojo.

Reí asintiendo, claro que se lo diría a mí tío, Daniela tenía incluso más ganas que yo de salir del pueblo.

-Tranquila, le diré a mí tío que si necesita una señora de la limpieza, que te deje a ti el puesto.

-¡Eres cruel!- Se quejó a la vez que hacía un puchero y me tiraba un trozo del borde la pizza a la cara.

Oportunidad que tomé para coger el trozo al aíre y meterlo en mí boca.

-Sabes que es broma.- intenté parar de reír.- se lo diré a mí tío y seguro que te buscará algo.

-Está bien, pero de momento céntrate en tú puesto.-Cogió el móvil una vez terminó su trozo y se dispuso a contestar unos mensajes de WhatsApp.- Mañana es tú primer día, debes estar nerviosa.

-Nerviosa es poco, estoy histérica.

Dramaticé un poco la situación llevándome las manos a la cara a la vez que soltaba un suspiro como si estuviese loca de la cabeza. En verdad sí estaba histérica.

-Gabriela, escúchame atentamente.-Dejó el móvil en la mesa a la vez que me miraba con una dulce sonrisa.- Todo saldrá bien, serás la puta ama en todo el departamento de marketing y toda tú familia estará orgullosa de ti. Nada ni nadie te parará.

Sonreí ante las palabras de mi mejor amiga, ella sí sabía cómo animarme.

Me puse en pié y salí a la pequeña terraza, observando la ciudad que se extendía frente mí. Con demasiada lentitud, saqué un cigarrillo y lo coloqué sobre mis labios, lo prendí y tomé una larga calada. Solté el humo con suma tranquilidad y miré a Daniela que había salido para hacer lo mismo que yo.

-Gracias por estar aquí conmigo.

Daniela pasó un brazo por mis hombros y me abrazó con fuerza.

-Gracias a ti por invitarme, sabes lo mucho que me gusta salir de ese sitio.

Fruncí el ceño sonriendo a la vez que negaba.

-Vamos, Ortigueira no está tan mal, solo que si quieres un buen futuro económico, no es el lugar idóneo.

Ambas volvimos a reír hasta quedar completamente en silencio.

Mañana sería un duro día, pero tenía ganas de empezar con fuerzas e ilusión. Una ilusión que llevaba dentro de mí desde que era una cría.

Forastera [Serie Forastera#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora