Russel

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Russel estaba en el trabajo.

Sus compañeros eran inútiles pues no hacían nada, en un principio creía que todos necesitaban tiempo, pero esto era demasiado.

-¿Piensan hacer algo? -llama desde su puesto, esta cargando una de las cientas cajas que transporta todos los días.

-No realmente -contesta uno, es el peor de todos. Caprichoso como ningún otro, ególatra de más, el peor soberbio de todos, eran los calificativos de este hombre.

-Yo no puedo -una chica con falsa apariencia inocente dice esta vez, también le resultaba insoportable. Acomoda su castaño cabello detrás de su oreja viendo su teléfono.

-No me mires a mi viejo -habla otro muchacho, tiene el pelo decolorado y una apariencia de maleante que le resulta de lo más adorable, pues no se compara a Murdoc.

Bufa en su sitio, siempre es lo mismo. Prosigue con su tarea, los agradecimientos de las personas son lo único bueno del día. Desde su lugar los oye reír triunfantes.

Como siempre, acaba muy tarde pues trabaja doble turno. El quiere ganar considerablemente para sustentar mejor su hogar, por eso su plan era así: primero, establecerse concretamente en el trabajo ganando bien para después cuando haya ahorrado suficiente, trabajar un turno tranquilamente de un trabajo que de verdad le gustara.

En su mente era pan comido, pero ahora no era nada sencillo, por algo se empieza anima su cerebro.

Lava su cara en el baño de la compañía de mudanzas, se mira en el espejo. Apenas nota que tenía unas terribles ojeras, se sorprende por este hecho ya que a el casi nunca se le notaban.

-Hasta mañana -se despide de sus compañeros, solo asienten con la cabeza y gesto aburrido.

Camina hasta la entrada, se siente agotado, melancólico, sin ganas de nada.

Talla sus ojos en un gesto desesperado, quiere llegar ya a su hogar. Su ropa huele a sudor, la vista se le entorpece, bosteza cada dos segundos.

Siente que el oxígeno se le acaba, que su fuerzo no tiene sentido alguno.

¿Por qué sigue haciendo esto? Se pregunta. ¿Deberia seguir? Se cuestiona.

Camina a lo largo de la avenida, las luces de la noche le guían a su destino. Nadie se mete con el, no es necesario aclarar el porqué.

Se detiene en una tienda, ojos adormilados observan a los inanimados del cartel. Una familia sonríe a su dirección, falsa, sin vida.

Los ve, aun no parece salir de su trance pues no recuerda con claridad quien le espere en casa.

-No te acerques a hombres como él -murmura una mujer cercana a el, señala desvergonzada a su dirección. Inculcando estereotipos en su hijo.

El no es malo, nunca lo fue. ¿Por qué la gente no entendía esto?

Reanuda el paso aun más deprimido, el muchacho fuerte había sido reemplazado por éste ser que deambulaba por las calles.

Esta tan cansado que no piensa en nada más que en su dolor.

Llega a la puerta de su hogar y entra, varios listones, papeles, confeti aterrizan suavemente sobre su cabeza y hombros. Abre los ojos de la sorpresa, frente a el con una sonrisa estaban todos sus amigos.

-¡Felicidades! -exclama la más joven de ellos, salta alegre como nunca. Sigue soltando más confeti eufórica.

Ríen ante su entusiasmo, es entonces que le dan ganas de llorar. Con todo eso del trabajo y demás, había olvidado que hoy era su cumpleaños.

Los toma a todos y los envuelve en un cálido abrazo, gritan al ser levantados abruptamente y apretujados contra su gigantesco cuerpo.

-¡Mierda Russel! ¡Hueles como la mierda! ¡Bajame! -se queja el de piel verde, lo que ocasiona que apriete el agarre.

-¡No seas delicado Murdoc! -regaña Noodle a su vez, riendo como una niña pequeña -En tu cumpleaños haces lo que quieras -lo escucha resoplar y hacer caso a sus palabras, solo ella era capaz de persuadirlo con esta rapidez.

Siguen unidos hasta que el lo desee, un silencio agradable apareciendo.

Cuando los baja se dirigen a la cocina, le guían, pues le cubrieron los párpados con un viejo listón. Se detienen y alumbran la oscuridad en la que se hallaba, frente a el, mal hecho, se muestra un pastel.

-Lo hicimos nosotros -exclama orgullosa Noodle, los varones asienten. Uno feliz, el otro avergonzado.

-Ella me obligó -aclara orgulloso, cae en cuenta que no le dijo ningún descalificativo. Lo agradece mentalmente -Puta -insulta, rueda los ojos con una sonrisa. Celebró demasiado rápido.

Es cuando a la luz de las velas, entonando aquella inmortal canción de cumpleaños y Russel mirando el decorado se da cuenta de algo.

Todo ese trabajo valía la pena.

Hasta la última gota de sudor, hasta el mínimo dolor de su cuerpo.

A su lado observa a la pequeña japonesa cantando con una gran sonrisa, aplaude, llenando el vacío con este ritmo.

Sonríe, claro que todo valía la pena.

Cuando llega el turno de pedir un deseo, se lo piensa bien, sopla las velas rápidamente.

-¿Que pediste Russ? -habla interesado Stuart, sonríe.

-Eso no se dice Dents -el otro asiente, creyendo la magia de estos rituales.

Siguen con la celebración, dan varias rondas de juegos de mesa, de karaoke, comen el pastel. Ya no se siente cansado en absoluto.

Empiezan a cantar una melodía a cuarteto, seguramente los vecinos tocarían a su puerta reclamando por silencio. No le importa, hoy se siente invencible.

Vuelve a observarlos, les ama con todo su corazón.

"Deseo... Que estemos juntos para siempre"

Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora