Murdoc

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Murdoc despierta, es su tercer semana de trabajo.

Si, los idiotas lo habían convencido de conseguir empleo, sorprendentemente lo lograron.

A diferencia de su amigo de pelo azulado, el lo hacia por razones personales. Tales como ahorrar para buenas fiestas o comprar cerveza, todo era para su uso, todo.

Nadie ha hecho nada por el, así que el no debe ni una maldita cosa.

Se despereza en su sitio, sabe que el empleo que consiguió es considerablemente menos trabajoso que el del antes mencionado, no obstante es terriblemente humillante. Se dirige al baño, empujando en el camino a lo que parece ser una chica en el suelo.

Bosteza, se mira en el espejo. En la otra habitación escucha a lo que parecen ser Paula y Stuart discutiendo, seguramente tampoco le gusta el trabajo que recientemente escogió y le pedirá que tome otro.

"Eres un puto dios Murdoc Niccals" se anima mentalmente "Ese trabajo no es nada para ti, eres un maldito genio" sonríe autosuficiente, queriendo ignorar a los otros.

Hecha agua en su rostro, lleno de arrugas, heridas, experiencias.

Llega al lugar, es tarde puesto que la mujer con la se acostó imploraba por más de su tiempo, no recuerda como logro deshacerse de ella, pero eso no importaba ya.

Es un comedor familiar, la imagen de un muñeco sonriendo y animando a la gente a que se adentre a este establecimiento se encuentra en la puerta. Le propina un puñetazo para después hacerse el desentendido.

Se coloca el uniforme, sale listo para el show.

-Buenos días, seré su mesero el día de hoy -habla, prepara el papel que sostiene en una de sus manos -¿Desean ordenar? -la familia no se percata de su habitual mal humor.

Murmuran emocionados, en el centro una niña le ve contenta, sus mejillas regordetas y rojas dan énfasis a su sonrisa.

-Es su cumpleaños -dice emocionado el varón, se remueve en su sitio.

-¿Y? -alza una ceja -También el mío -los clientes ignoran lo último.

-Pues... Cante la canción de cumpleaños -suspira cansino, sabe que tiene que hacerlo si no quiere problemas.

-Maldita sea -guarda en el bolsillo de su camisa su libreta -Preparate niña esto sera legendario -presume sin ganas, esperan felices.

Ni siquiera hace falta decir que Murdoc lo hizo sin empeño, en efecto, hizo llorar a la cumpleañera. Los adultos le dieron una mala mirada y se retiraron no sin antes pedir un reembolso, se los negaron porque había completado con su trabajo. Se despide de ellos con una sonrisa maliciosa.

El resto del día sigue, otra familia que llegó desde hace rato no se ha marchado.

Le da cierta curiosidad porque su hija no deja de verle desde que cantó la melodía a la niña gorda. Le descubre observándolo varias veces, en ocasiones riendo por sus acciones. Le molesta.

Es hora de su descanso, sale del lugar y se dirige atrás, donde está toda la basura. Enciende un cigarrillo aburrido, no bebe por el momento porque está aun en trabajo. En cuanto salga se embriagará hasta quedar inconsciente.

La puerta por la que salió se escucha abrirse, la niña le observa expectante desde el pequeño espacio. Tiene esa mirada de inocencia que es propia de una infante.

Bufa cansado, ¿porque no lo dejaba en paz aquella pequeña estúpida? No es la primera vez que pasa algo así.

"Malditos niños raros"

-¿Que mierda me ves? -dice a la defensiva, destesta a los mocosos. Para su sorpresa le escucha reír.

-Hola -exclama con un acento extraño -Te escuche cantar -pronuncia lentamente, casi con dificultad.

-¿Y eso que putas me importa? -enarca una ceja, la ve encoger los hombros sentándose a su lado.

-Me gusta tu voz -con solo esto logra hacerle sonreír -Me gusta como cantas -revuelve su cabello, es la única chiquilla en toda su vida que le ha agradado.

-Tienes buen oído mocosa -la aludida acomoda su cabello tranquilamente después de su escarmiento.

Siguen charlando, la pequeña es la que habla más que él. Se dedica a contarle de su vida, aunque también le hace preguntas.

-¿Por qué eres verde? -aprieta sus rodillas contra su pecho.

-Porque era un sapo y me volví príncipe -tira la colilla cuando se termina. Ríe como viene haciendo todo ese rato.

-Los príncipes son azules, no verdes -corrige.

-Pues no éste de aquí -se señala soberbio, ella se carcajea.

-Me agradas -confiesa feliz, cruza ambos brazos pensativo.

-Eres la primera -la nota levantarse, dirigirse a la basura y sacar variadas cosas de ahí -¿Que haces? -cuestiona interesado, arma una extraña pieza y se la extiende.

-Es un regalo -lo toma extrañado -Escuche que es tu cumpleaños -la ve removerse en su sitio, atenta a su reacción.

Le da una sonrisa, no una sarcástica, sínica o cruel, es una sonrisa llena de ternura y agradecimiento.

-Gracias -le sabe rara esta palabra, es la primera vez que la dice.

-De nada -resta importancia para luego revolver su pelo como el hizo hace rato -Pepinillo -achica los ojos, acusador.

-Puta -ella ríe.

-¿Que significa eso? -desconoce esta grosería.

-Que te odio -bromea, ella abre los ojos espantada. Es su turno de reír -Es mentira, me agradas -vuelve a desacomodar su cabello, a la pequeña no parece importarle peinarlo las veces que sean necesarias.

-¿Como te llamas? -interroga con una tierna sonrisa, el responde con una mas ególatra.

-Murdoc ¿y tu? -la nota dirigir su vista a otro lado, una voces a lo lejos gritan su nombre, la están llamando para irse.

Se despide torpemente con palabras que no entiende, toma su mano y la agita de arriba hacia abajo, exagerando la despedida tradicional de manos.

A punto de irse está cuando recuerda su pregunta.

-Me llamo...

Murdoc despierta, a su lado persiste la pieza armada de basura en un buró, no recuerda el nombre de la niña sin importar cuanto se esfuerce. El sonido de la puerta de su hogar es incesante, insoportable.

Los imbéciles hablan y nadie atiende la entrada, se levanta enojado. Abre la puerta casi al mismo que tiempo en que lo hacen sus ojos, apenas es un instante que estos muestran su sorpresa.

Su nombre, recuerda su nombre. La pequeña de graciosos cascos y ropa extraña, la niña a la que le agradaba su desafinado canto.

Se llamaba Noodle.

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