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Narra Lali:

Años más tarde, todavía no sé cuánto tiempo tardé en despertarme de ese profundo sueño inducido con cloroformo. Al abrir los ojos, apenas vi un rayo de luz. Todo era oscuro y angustioso. Olía a humedad. Toqué el suelo con mis manos, estaba muy frío.

— ¡¿HOLA!? — grité en voz alta —. ¡¿Alguien puede oírme?!

No hubo respuesta. Me palpé los bolsillos. No tenía mi celular, no podía pedir ayuda con él. Comencé a estar muy asustada. Me levanté del suelo, en el cuál había estado acostada y empecé a indagar, a inspeccionar el lugar en el cuál me habían encerrado como a un animal.

En aquel momento pensé que era un sótano frío y sucio, más tarde descubrí, que temía razón. Había algunas cajas por el piso, con las cuáles, tenía que tener mucho cuidado para no tropezar.

— ¡Ayuda! — volví a gritar.

Fue entonces, cuando de repente, la puerta se abrió. Miré rápidamente en esa dirección y vi que un chico venía con una vela hacia mí.

— No grites más — me avisó.

Tenía los ojos verdes, barba y un lunar en un lado de la cara. No parecía una mala persona, pero tal vez, había sido él quién me había secuestrado. Tenía miedo... Mucho miedo:

— ¿Por qué estoy acá? — le pregunté —. ¿Quién me ha traído hasta acá?

— ¿Qué te importa?

— Me importa porque me has secuestrado. Y mis papás van a venir a buscarme, ellos tienen mucha plata y algunos amigos de ellos son abogados y magistrados, podés meterte en un buen lío si no me sueltas.

— Muy bien, no voy a soltarte así que... — dijo sin darle mucha importancia al tema. Parecía un chico con un carácter muy frío.

— Solo quiero que me digas porque estoy acá.

— Por tus viejos. No pienso decirte nada más. ¿Tenés hambre? ¿Frío?

¿Por mis viejos? ¿Qué le habían hecho mis viejos a él? A la mayoría de personas que conocían mis papás, las traían a casa, para cenar, para comer. O salían con ellas a los hoteles para fiestas y galas. Y yo había estado en la mayor parte de esas fiestas. Casi siempre estaba la misma gente, y yo a él no le había visto en toda mi vida.

— Sí, tengo frío.

— Si me prometes no gritar te llevaré a un lugar más caliente. Pero como grites, te volveré a traer acá con la boca tapada.

Asentí con la cabeza. Prefería estar con él en otro lugar a pasar frío:

— Te prometo que no gritaré.

— Entonces vení conmigo — miró en una caja, sacó otra vela, la encendió y me la dio —. No te separes de detrás de mí. La casa es grande y te podés perder.

Asentí con la cabeza de vuelta. Y juntos salimos de aquel tétrico sótano y subimos a la planta de arriba, la cuál estaba alumbrada por la luz de la luna. Él apagó su vela y me miró.

— Yo no vivo acá. Esta era nuestra antigua casa, la de mi familia... Tuvimos que abandonarla por falta de plata. Ahora vivimos en una casa más pequeña en otro lugar.

— Ósea, ¿qué te vas a ir?

— No, no me voy a ir. Tal vez salga una hora al día, para ir a buscar comida. Pero el resto del día voy a estar con vos.

"Mierda..." pensó mi subconsciente en aquel momento. No me iba a dejar escapar. Tenía mucho miedo, un chico que me hablaba de manera seca y con un punto de maldad y perversión. No sabía que podía hacerme. Encerrada en una casa abandonada y sucia. Por mis viejos... Mis papás, mis hermanos, mis amigos, ¡MI NOVIO! ¿Qué iba a pasar ahora con ellos? ¿Qué mierda iban a hacer? Denunciarían mi desaparición a la policía, pero dudaba que en esta casa me encontraran.

Miré por la ventana, la cuál tenía todos los cristales rotos. Todo era campo, no había ni una sola casa.

— ¿Dónde estamos?

— A las afueras de La Plata.

Claro, normal... Estos parajes les había transitado poco. Yo siempre había sido una chica de ciudad. Había estado en el campo muy pocas veces en mi vida. Una vez de excursión con el colegio... Tal vez otra con mis abuelos para ir de picnic... Pero nada más. Mis vacaciones y mis feriados se basaban en ciudades: Londres, Nueva York, Los Ángeles, San Diego, París, Miami... Pero campo... NUNCA.

— Podés estar tranquila... — me tomó del hombro y me miró seriamente —. Si te portas bien y no gritas, yo no voy a lastimarte. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza. ¿Qué tenía que ser ahora? ¿Una sumisa que le obedeciera en absolutamente todo? Ah no, eso sí que no... Yo era una persona libre. Y si para él, portarse bien era tener que estar callada y cabizbaja todo el día, la cosa no iba a ser así. Por ello, le pregunté:

— Pero, ¿qué significa para vos portarse bien?

— No gritar. Podés moverte por la casa libremente y hablar conmigo. Lo único que tenés prohibido es salir al jardín, utilizar mi celular o escaparte.

Escaparme. Él saldría una hora todos los días... Pero, dudo que pudiera llegar muy lejos con el enorme campo que tenía por delante. Él llegaría antes con el auto y me retaría, o tal vez me pegaría. ¿Podía pegarme aquel chico?

— ¿Y qué voy a hacer acá yodo este tiempo?

— Te traeré revistas, cosas para limpiar o para coser... Lo que a vos te guste.

¿COSER? ¡LA COSTURA ERA PARA VIEJAS! Por no hablar de limpiar, ¡NUNCA EN MI VIDA LO HABÍA HECHO!

Sin duda, no sabía el tiempo que estaría en esa casa, pero iba a ser muy duro.

ESCAPARÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora