Sentía que no podía respirar y que estaba apunto de desmayarme. Tenía que buscar a Steve, me estaba dando un bajón de azúcar, mezclado con un ataque de ansiedad.
Iba arrastrándome por las paredes, caminando con dificultad hacia la cocina, mis ojos empezaron a humedecerse y arder, las lágrimas no tardaron en salir. Casi me caigo unas cuantas veces, pero, finalmente, llego.Las manos me tiemblan, mi vista es borrosa y mis fuerzas son casi nulas. Entro a la cocina, pero Steve, no está. Intento no desesperarme, pero fracaso en el intento.
No me doy cuenta cuando empiezo a respirar por la boca, tomando grandes bocanadas de aire, llego con dificultad a la encimera y me sostengo en ella.
-Steve-intento gritar, pero solo sale un susurro-Steve-consigo decir más alto-STEVE.
Finalmente consigo gritar, un grito desgarrador.Tengo miedo, las lágrimas se siguen haciendo caminos por mis mejillas, la cabeza me da vueltas, mi vista es borrosa y mi respiración es cada vez más entrecortada.
-¿Qué pasa?-pregunta el mejor amigo de Rogers.
No me había percatado de su presencia.
-¿Donde...Está...Rogers?-consigo, a duras penas, formular.
-¿Te encuentras bien?-ignora completamente mi pregunta.Escucho sus pesados pasos, acercándose rápidamente a donde yo me encuentro. Segundos más tarde siento la calidez de su cuerpo envolviendo y sosteniendo me.
Me cogió en brazos, pasando uno de ellos por debajo de mis rodillas y con el otro por mi espalda y cintura, hizo que apoyara mi cabeza en su pecho, para que posteriormente él posicionase su barbilla sobre mi cabello.Me fui desvaneciendo poco a poco, casi sin respiración, con la cabeza a punto de explotar, la vista totalmente oscura y mejillas empapadas en lágrimas.
Lo último que sentí fue el movimiento que hacían nuestros cuerpos, cuando él caminaba.
—Ayúdame...—ese fue mi último aliento.Abrí los ojos lentamente y con mucha pesadez. Cuando por fin me acostumbré a la luz, me di cuenta de que me encontraba en una habitación de hospital.
Gruño al sentir una fuerte punzada en la cabeza y los ojos me ardían.
Me incorporé en la camilla, sentándome, con la espalda apoyada en las almohadas. Simplemente, me puse a mirar a la nada, recordando todo lo que había sucedido. Las lágrimas no tardaron mucho en salir.
Se escuchó el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse rápidamente. Luego simplemente me dejé llevar por unos brazos cálidos, aunque uno no tanto, pero te acostumbras. Me abrazó y besó mi cabeza sin parar, él seguramente se sentía peor que yo.
—¿Cómo estás?—susurró dulcemente en mi oído.
—Peor que antes.
—Es difícil, lo sé.
Su voz sonó casi ahogada.
—¿Cómo lo supiste?—pregunto, refiriéndome al ataque de ansiedad y bajón de azúcar.
—Me preguntaste por él, entonces lo supe. Siempre lo haces cuando pasa algo así.
—Él, Steve, siempre me cuidó con todo esto, él, siempre sabía que hacer, siempre estuvo ahí para mí—cogí aire—. Y pensar que yo no pude ayudarlo cuando más lo necesitó—lo último fue más para mí que para él.
—Yo siento lo mismo, pero me he dado cuenta de que tenemos que seguir adelante. No digo que lo olvidemos, eso es prácticamente imposible. Simplemente ya no está con nosotros y, a él, le hubiese gustado vernos felices.
Escondió aún más su cabeza entre mis cabellos, dejando más besos. Podía sentir como lloraba en silencio, no como yo, mis sollozos inundaban la habitación.
Me puse a pensar sobre lo que había dicho anteriormente, James tenía razón. Cogí aire y comencé. Todo esto mientras seguiamos abrazados.
—Supongo que tienes razón, pero será muy duro.
—Lo sé, pero poco a poco y, juntos, lo conseguiremos.
Sus brazos se apretaron más a mi alrededor, los míos lo rodearon también, por el cuello, donde también escondí mi cabeza, mientras ambos llorábamos la perdida de una parte, muy importante, de nosotros. Era duro pero, como Bucky había dicho, juntos lo conseguiríamos.Se separó un poco de mi y me miró a los ojos, el azul brillante que antes tenía no era tan intenso como el que tenía ahora, sin quitar el hecho de que tenía los ojos rojos e hinchados por haber llorado. Ninguno de nosotros jamás fue, ni será el mismo, no después de la muerte del Capitán América.
Me sorprendió lo que hizo, por primera vez, después del fallecimiento de Steve, me besó. No fue el beso más apasionado, ardiente o perfecto, fue un simple roce de labios, un simple roce el cual demostraba lo que ambos sentíamos el uno por el otro.
Después de su muerte no teníamos tiempo ni ganas de nada. Empezamos a distanciarnos poco a poco, parecíamos muertos vivientes. No hubo otro contacto físico hasta eso momento, en esa insignificante habitación, de ese insignificante hospital, en el cual dentro de unos años daría a luz a uno de mis hijos, junto a mi marido, James Barnes, apunto de desmayarse.
