La parpadeante luz de la mesita que tenía enfrente había comenzado a irritarle desde hacía ya más de media hora, pero no podía moverse. La enfermera le había ordenado estríctamente no mover ni un dedo mientras ella volvía y por supuesto, como el niño obediente que era, no estaba en sus planes desobedecer, en pocos minutos estaría por romper su propio récord de permanecer el mayor tiempo sin moverse ¡33 minutos! La marca que él mismo se había impuesto hacía unos dos años y sólo porque el yeso en su pierna era demasiado molesto para caminar con él, pero ahora lo iba a lograr y esta vez por su propia fuerza de voluntad, claro, si la enfermera no entraba antes porque en su interior en serio quería que la mujer llegase. La columna comenzaba a dolerle sin mencionar la irritante luz que rompería por seguro, tan solo dos minutos más y haría pedazos el cristal del pequeño foco aun si se cortaba, peores cicatrices tenía ya en su pequeño cuerpo, pero esa luz... esa desgraciada luz, lo estaba volviendo loco.
La puerta a unos cinco metros de él, blanca y fría empezaba a vibrar por el sonido de la gran máquina que estaba en el piso superior, estaba seguro que una persona "normal" ni siquiera se daría cuenta, pero él era capaz de escucharlo todo -para su desgracia-. Aquel aparato enorme que había visto un par de veces, gigantesca y blanca en forma de cilindro donde cada cierto tiempo metían a personas para "observar dentro de ellas" según le había dicho su enfermera, incluso él había estado ahí dentro, donde le ordenaron quedarse quieto, una de las otras tantas razones por las que odiaba aquella bestia metálica, eso y que cada vez que estaba encendida emitía una vibración brutal que hacía mover su puerta en un tintineo que lo sacaba de quicio. Golpear la puerta dando patadas y puñetazos se había convertido en su manera de sacar la frustración que terminaba por dominarle tras pasar minutos escuchando aquel zumbido, y de paso, obligaba a alguna enfermera a ir a por él y tranquilizarlo.
Odiaba a las enfermeras, menos a Maia, su enfermera. Odiaba muchas cosas, a las personas fuera de su habitación, las maquinas que lastimaban su pequeño cuerpo con aquellos estudios incesantes que lo estresaban, en especial la máquina de arriba que estaba sonando en ese preciso momento y sobretodo, odiaba el foco frente a él que parecía burlarse en su cara. El niño se abalanzó sobre la bombilla estrujándola entre sus manitas hasta que oyó el ruido del cristal romperse y cómo un trozo de este se hundía en la palma de su mano hasta provocarle un extraño escozor que le recorrió todo el brazo, se miró la mano ensangrentada y se obligó a presionar el trozo de cristal para enterrarlo aún más en la carne suave y blanda, como un pequeño castigo por haber roto la promesa que él mismo se había hecho respecto a no moverse, hasta que la sangre salió disparada contra su cara.
El niño sonrió satisfecho.
La luz al fin había dejado de irritarle y aunque ahora tendría otra cicatriz, podría vivir con eso, ahora el único problema que quedaba era aquella puerta que continuaba vibrando y calaba sus nervios, el récord ya no importaba más, ni siquiera tenía idea si habían pasado ya los dos minutos, se bajó de la silla aun con la mano derramando pequeñas gotas de su sangre oscura y caliente y comenzó a patear la puerta una y otra vez, seguido de puñetazos. El trozo de cristal en su mano se hundió por completo cuando golpeó la puerta con la palma de ésta y no se detuvo. La puerta se iba a abrir, alguien iba a sacarlo de aquel tormentoso cuarto donde lo único que hacían era empeorarlo todo.
El pasador de la puerta crujió, el tintineo de una cascada de llaves se escuchaba cada vez más cerca, el corazón del niño comenzó a latir con tanta fuerza que parecía salir disparado de su pecho en cualquier momento, no sabía si era alegría, enojo o cualquier otro sentimiento que se albergase dentro de él pero lo que sí sabía, era que estaba ansioso por salir de ese lugar. La manija de la puerta se dobló seguida de un sonido arrastrado de la puerta rozando contra el suelo. Frente a sus ojos estaba Maia, su enfermera y la única persona a quien apreciaba en ese lugar, el único ser humano normal en aquel hospital lleno de locos.
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INSANIA
General FictionDimas es inestable, malvado, perverso, odia todo a su alrededor, ama lo que provoque dolor, sufrimiento y angustia. Dimas quiere morir, pero Dimas tan solo tiene once años. Lev odia los garbanzos, la espinaca y el calor, pero ama a Dimas. ●BL sugere...