Aquella niña era todo un caso aparte.
Pero desde hacía dos días, cuando su tía –y madre de la pequeña– los había visto besarse, la niña se había vuelto un remolino de palabras andantes y Dimas comenzaba a hartarse de tener que soportar sus miradas furtivas cada cuatro minutos. ¿¡Por qué simplemente no se acercaba y ya!? ¿acaso lo sabía? Era un fastidio. Uno muy grande. Por otro lado, como si tener que aguantar a la pequeña no fuera suficiente, tenía que lidiar con el fatídico hecho de que Lev no quisiera verlo y mucho menos dirigirle la palabra. Enojo, rechazo, vergüenza, lo que sea que fuese, comenzaba a hartarse de tener que soportar aquello. Todo, era simplemente demasiado.
Algún comercial de comida para bebés sonaba en el televisor en el momento exacto que la pequeña chocó contra él, tirándole toda su comida encima. No era ni medio día aún pero sabía de antemano que el resto de horas que le quedaban por delante, serían toda una odisea sin aparente fin.
–Perdón... –masculló la pequeña. Dimas no respondió.
–¡Livy! –gritó su madre entrando a la cocina–, ¿cuantas veces tengo que decirte que me pidas la comida a mí? mira nada más como... agh –bufó–. Ve a cambiarte que yo limpio aquí –la pequeñe le dedicó un puchero y lágrimas en el ojos antes de salir corriendo escaleras arriba.
–¿Estás bien? –sonrió–, mira como te ha dejado... no te enojes con ella ¿sí? Livy tiende a hacer cosas por su cuenta que terminan siempre en desastre.
¿Acaso se había olvidado ya que dos días atras lo había visto besándose en aquel ático con su amigo? ¿No iba a regañarlo? Quiso hablar, decirle que estaba bien, que el desastre que esa niña había causado no podía empeorar más su día pero cuando sus labios se separaron e intentó pronunciar la primera palabra que cruzó por su mente, un extraño dolor se instaló en su garganta. Un dolor que se hizo cada vez más fuerte hasta convertirse en un pequeño gran nudo. De repente respirar le resultaba difícil, y las lágrimas comenzaban a adordar el borde de sus ojos, mirando en direccion al suelo desde la comisura de sus párpados.
–¿Qué pasa? –dijo la chica asustada–. ¿Estás... bien? ¿Te quemó la comida? –empezó a palparle las piernas, el abdomen y todo lugar donde la sopa pudo haberlo tocado pero a penas notó que sin duda alguna era algo más que la sopa, sus ojos parecieron tranquilizarse y antes de que pudiese decir algo, Dimas se abalanzó contra ella, abrazándola por la cintura, dejando que aquellas lágrimas silenciosas por fin vieran la luz del día–. Es por lo del otro día, ¿cierto?
Dimas asintió.
–Esta bien –suspiró por la nariz–, no voy a decirle a nadie, puedo guardar muy bien su secretitos.
–Lev... él se niega a hablarme –se pasó el dorso de la mano sobre ambos ojos, intentando detener las lágrimas–. Creo que esta enojado conmigo.
–¿Te gustaría que hablara con él? –Dimas negó con un movimiento de cabeza.
–¿Y si ya no quiere hablarme nunca más?
–¿Por qué dices eso? Estoy más que segura que no es así, ¿qué tal si le preguntas tú mismo? Lo vi jugando en el ático hace un rato.
–¿No estas enojada? Por... ya sabes.
–Enojarse por ver a mi sobrino descubrir el mundo no sería muy ético de mi parte, además, a mí me hubiese gustado tener a alguien a mi lado la primera vez que besé a una chica y me di cuenta que no era tan malo después de todo. Ahora límpiate esas lágrimas y ve a platicar con Lev –Dimas asintió y después de haberse cambiado la ropa por completo, se dirigió a las escaleras del ático, con algo más que miedo y nerviosismo.
El único rayo de luz que iluminaba el lugar por completo, venía de la pequeña ventana al fondo del altillo, aquella redonda como el ojo de un dragón. Lev estaba sentado justo al lado de ella, viendo a través del cristal, si es que podía verse algo tras esas capas de polvo.
–No te vi a la hora del desayuno –dijo, esperando que aquello fuese suficiente para hacer hablar a su amigo.
–No me sentía del todo bien.
–¿Ahora sí?
–Parece que ahora me siento peor –ambos suspiraron. Lev finalmente le dirigió una pequeña miradita sobre su hombro para después indicarle con un ademan que se acercara–. Lamento haberme enojado.
–Esta bien.
–No, no está bien. Fue egoísta enojarme y no pensar en cómo llegarías a sentirte si dejaba de hablarte, fue demasiado infantil de mi parte.
Dimas rio.
–Tal vez sea porque tienes doce.
–Que seas casi dos años mayor que yo no te da el derecho de hablarme de esa manera.
–Sí, sí, lo que sea.
–Entonces... ¿me perdonas?
–Solo si me das un beso –de repente las mejillas del menor se pintaron de rosa.
–Puedes besarme. He estado esperando que lo hagas desde la ultima vez que vinimos aquí.
Llevó ambas manos a su rostro, era algo que le fascinaba, poder sostener su mundo entero entre sus dos manos y verlo ruborizarse por ser incapaz de sostenerle la mirada. Porque Lev podía parecer que se derretía frente a él, pero entre ellos dos ciertamente el único loco y enamorado, era Dimas.
Se acercó hasta que sus narices se rozaron, entonces Lev cerró los ojos y aquel pequeño gesto le pareció la cosa más tierna del universo. Sus besos eran toscos y descuidados y en más de una ocasión había terminado mordiendose el labio por accidente pero aquel beso en especial era distinto al resto. Sin darse cuenta comenzaba a volverse adicto a sus labios, y el besarlo después de dos días sin haberlo hecho, comenzaba a hacer que su corazón latiera muchísimo más rápido de lo normal.
Pasó una mano detras de la nuca de Lev y lo separó una vez más. Lucía agitado y un tanto avergonzado, con ese suave sonrojo sobre sus mejillas y aquella posición en la que solía ponerse cuando estaba nervioso, ladeando la cabeza y jorobándose un poco para esconderse en sí mismo.
–¿Estas bien? –Lev asintió
–Creo que, no sé... se sintió distinto esta vez.
–¿No te gusta ya? –su rostro ahora caliente y el pulso acelerado le hicieron darse cuenta de lo mucho que comenzaba a depender de las palabras del menor, estaba consciente de ello y muy poco le importaba.
–No es eso, es... no puedo decirlo –llevó sus manos al vientre y comenzó a bajarlas poco a poco hasta su regazo. Entonces Dimas creyó saber que era lo que sucedía. La manera en que su pequeño amigo se cubría no era del todo normal. Tenía sus manos sobre sus piernas, intentando ocultar el pequeño bulto bajo sus pantalones–. Perdóname, no me siento bien, creo que bajaré a mi habitación –no necesitó respuesta para levantarse del suelo y caminar hasta la portezuela, se detuvo antes de bajar, pero no miró atrás y Dimas se preguntó si acaso estaría esperando una respuesta, tampoco la dio, no dijo nada, porque no sabía que debía decir con exactitud, su mente aún estaba en blanco.
No lo detuvo, lo vio bajar y desaparecer.
ESTÁS LEYENDO
INSANIA
Genel KurguDimas es inestable, malvado, perverso, odia todo a su alrededor, ama lo que provoque dolor, sufrimiento y angustia. Dimas quiere morir, pero Dimas tan solo tiene once años. Lev odia los garbanzos, la espinaca y el calor, pero ama a Dimas. ●BL sugere...
