𝐈𝐈

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No había nada que alegrase más al pequeño Dimas que estar en el patio, el único lugar de su casa donde podía ser libre, donde salía y respiraba aire puro. El pobre pequeñín estaba confinado a las cuatro paredes de su habitación, sin poder salir de casa. No recordaba cuando había sido la última vez que hubo visitado el parque ¡o ido al colegio siquiera!

Sus días preferidos eran los lluviosos, imaginaba que aquellas gotas de agua que caían del cielo eran sangre, roja y espesa sangre, con ese pensamiento miraba a cielo cada vez que llovía y abría su boquita para que el agua cayera dentro, preguntándose a qué sabría realmente ¿dulce tal vez? Lo más probable era que sí, pero tenía miedo de probarla, miedo a que su cuerpo se contaminase con la sangre de los animales. Pero la sangre de Levy, hmn qué deliciosa debía ser, sangre pura, sin pecado, tan fresca, corriendo dentro del cuerpo de su pequeño amigo, pero si lo mataba... qué gran problema sería, perder a su amigo solo por un poco de su sangre. Entonces tuvo la idea más grande de todas, iba a cortarlo. Un pequeño corte, demasiado pequeño, solo para probar una gota de su sangre, pero primero, tenía que prepararse para la hora en que llegaran las visitas.

Su preciosa enfermera había dicho a su madre que al fin podría llevar visitas a su casa, que Dimas no representaba ningún problema o amenaza. El pequeño recordaba aquellas palabras mientras oía a su madre hablar con Maia, oculto dentro del armario, nunca había entendido del todo porqué su enfermera tomaba nota de todo lo que decía; debe ser muy importante pensaba. ¡Pero lo descubrió! Maia le pasaba información a su madre, su queridísima Maia... era una espía, lo había traicionado, ahora no podría confiar en ella. Casi seis años de conocerla y así le pagaba... qué triste se sentía, su pequeño corazón dolía.

–¡Didi, Didi! –gritó Lev, bajando las escaleras– ¡Los invitados llegaron, los invitados llegaron! –Que hermoso era su pequeño Lev, tan angelical, tan puro. A veces se preguntaba si él era un espía como Maia, pero siempre llegaba a la misma conclusión, Levy no era ningún traicionero. Porque era su amigo, y era suyo.

Lev lo miró a los ojos, con una sonrisa inmensa plasmada sobre sus delgados labios, sus ojos cafés oscuros lo miraron justo al alma y se enterneció, porque quería mucho a Lev, lo quería con el corazón. El niño se dirigió a la puerta y desapareció de su vista, mientras él corrió hasta la cocina donde su madre había dejado las tazas de té, las miró vacías y sonrió, estaba justo a tiempo para lograr su cometido, el obsequio de bienvenida para sus nuevos invitados. Sacó del bolsillo izquierdo de su pantalón unos cuantos gusanos, aún vivos, tomó el cuchillo de donde su madre solía esconderlo, cortó ambos extremos de los pequeños invertebrados y los puso en las tazas, vertió el oscuro té en ellas y corrió de nuevo al salón, su pequeño regalo ya estaba listo.

–¿Dimas? –aquella voz tan irritante apareció de nuevo en su camino, su madre– pórtate bien ¿sí? Tus tíos han venido desde muy lejos para visitarnos –sonrió, con aquel labial rojo carmín que no le favorecía para nada– si haces caso te daré un premio.

¿Premio? Pensó, no soy ningún perro para que me des un premio.

Corrió a sentarse al sofá, justo al lado de Lev y esperó a que las visitas entraran, tan ansioso de ver sus reacciones después de que tomaran el té ¡iban a estar muy contentos!

–¿Qué te parece si después de esto salimos a jugar al patio? –Lev tenía los pies colgando y los movía de un lado a otro, curioso y un tanto preocupado.

–Sí –y no dijo nada más. El pequeño estaba pensando ahora en qué debía hacer para no asustar a Lev cuando lo viera con un intimidante cuchillo ¿cómo decirle que no quería matarlo? de seguro Lev comenzaría a verlo como una amenaza y era lo que él menos quería, lo único que necesitaba era su sangre, un poco de ella y no volvería a ponerle una mano encima a su amigo.

INSANIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora