–¿Se pondrá bien?
–Sí, eso creo, sólo hay que dejar que descanse ¿de acuerdo?
Asintió. Se sentó sobre el suelo de madera escudriñando cada pequeño rincón del lugar. Nunca había estado en casa de Maia, nunca había estado en casa de nadie. Era una sensación extraña y totalmente nueva, el miedo de sentirse indefenso y a la deriva en un lugar desconocido lo abrazaron.
Miró al enorme lienzo en blanco a un lado de él, cubriendo casi toda una pared, ¿por qué Maia tenía esa cosa tan rara en su casa? El piso de madera oscura lucía bastante bonito combinado con las paredes de un tapiz verde menta y adornos café colgando por todos lados. Era nuevo para él, demasiado extraño y aún así, le resultaba acogedor, una extraña calidez casi tangible menguaba sobre aquella casa un tanto antigua y Dimas pensó que podría acostumbrarse a ello, de hecho, por primera vez en sus trece años fue capaz de imaginar más allá de aquellas cuatro paredes que lo habian privado de su libertad. Quería salir, experimentar, descubrir el mundo.
El niño que durante mucho tiempo había vivido en aquella prisión, había desaparecido, ahora estaba muerto, hecho cenizas, igual que su hogar y por alguna extraña razón, lo extrañaba. La constante sensación de estar atrapado se había vuelto tan familiar, ahora, sin saber que hacer con su libertad poco a poco aquellas inseguridades que tenia escondidas en lo más profundo de su mente y alma, comenzaba a emerger volviéndolo vulnerable y llenandolo de terror.–Didi –miró sobre su hombro.
–¿Hmn?
–¿Puedo... hacerte un par de preguntas? Solo si tú quieres, claro.
–Sí, no veo problema alguno –se encontró sonriendo, después de tanto tiempo, aquel minimo gesto, aquella curva en sus labios, se sentía tan extraño.
–¿Cómo llegaste a casa? Quiero decir, aquella noche te escapaste, recuerdo que estuve tan preocupada por ti que no podía dormir, solo me preguntaba donde podrías estar y...
–¿Estabas preocupada por mí? –interrumpió– ¿o del daño que podría causarle a otros?
–Ambos.
–Ya veo –se levantó del frío suelo para sentarse frente a ella, en un suave sofá de terciopelo rosa palo, era cómodo y demasiado lindo–, siempre estuve en casa.
La mujer no respondió, y a juzgar por su mirada, simplemente no sabía que decir, estaba inmersa en alguna parte de su mente, sus ojos desconectados de la realidad le parecían algo enternecedores, lucía linda ¿cómo no lo había notado antes? Sonrió por segunda vez en el día, estaba feliz, un sentimiento nuevo, uno que le gustaba mucho.
Un escalofrío recorrió sus tobillos escalando por sus piernas hasta su estómago, se vio entonces preso por una cola peluda y amarilla que se aferraba a su pie, un gato. Uno grande y gordo. El animal ronroneó a sus pies antes de pegar un salto enorme directo al sofá. El movimiento había sido tan repentino que provocó que un pequeño grito saliera de los labios del pequeño, entonces, Maia volvió a la realidad, mirándolos a ambos, con una ambigua sonrisa en el rostro, demasiado confusa, demasiada incómoda.
–No lo toques –el miedo y la preocupación en su voz ahora estaban presentes–, no lo lastimes –soltó, sin pensarlo mucho.
–No voy a hacerlo –refunfuñó. La mirada de Maia volvió a ser aquel agujero inexpresivo y taciturno–. Algo cambió.
–¿Sí? –El pequeño asintió– ¿Cuando te hiciste amigo de los animalitos, ah?
–¿Cómo se llama? –dijo ignorando su pregunta.
–Suki.
–Es bonito, pero llevas rato mirándome con esa cosa rara en tus ojos, es incómodo, ¿podrías solo decirlo?
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INSANIA
General FictionDimas es inestable, malvado, perverso, odia todo a su alrededor, ama lo que provoque dolor, sufrimiento y angustia. Dimas quiere morir, pero Dimas tan solo tiene once años. Lev odia los garbanzos, la espinaca y el calor, pero ama a Dimas. ●BL sugere...