𝐗𝐈𝐕

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De un salto se puso de pie, tomando la mano de Dimas, haciéndolo retroceder para colocarse entre ambos. Y se moría de terror, de tener que mirar los ojos de aquella mujer. Nunca lo entendía, jamás iba a hacerlo, la razón por la cual en esos precisos momentos cuando sentía incluso que podría hacerse pipí encima, siempre terminaba interponiéndose entre aquellos dos.

«Protégelo. Tienes que protegerlo»

Parpadeó repetidas veces, el miedo en su cuerpo era algo que no podía controlar a tal punto de hacerlo temblar, pero había hecho lo correcto, de eso estaba más que seguro y lo confirmó cuando la mujer volvió a levantar la mano, ¿iba a golpearlo a él también?, cerró los ojos, pero cuando sólo recibió agua siendo estampada en su rostro los abrió nuevamente.

El agua de aquel estúpido vaso.

–¡Lev! -gritó la mujer, con el rostro tan blanco como una hoja de papel– Lev... yo... –dio un paso en falso, cayendo de sentón sobre el suelo, con los ojos ahora cristalinos.

El pequeño frente a su hijo frunció el ceño, la miró, en sus ojos solo podía reflejarse el miedo y la confusión, hasta que la tensión en el aire se rompió con el filo de sus gritos. Cayó de rodillas llevándose ambas manos al rostro, intentando en vano quitarse el dolor que se hacía cada vez más y más intenso.

–¿Q-qué hiciste? –la voz de su hijo seguía siendo calma, sin una pizca de enojo, miró a su madre quien tenía ahora ambas manos cubriendo su rostro y ojos tan redondos como los de un búho– ¿¡Qué mierda le hiciste a Lev!? –corrió en su dirección hasta donde las cadenas se lo permitieron, la mujer aún en el suelo con mirada incrédula sin poder asimilar lo que acababa de hacer. No, el ácido no era para Lev, ¿por qué tuvo que interponerse?– ¡Te odio! ¡Te odio demasiado! ¡Te odio, te odio, te odio!

Sentía como su tobillo iba perdiendo sensibilidad entre más jalaba de él, pero el odio y la desesperación que su pequeño cuerpo furibundo producía era algo que no podía soportar, sentía su sangre hervir, la cabeza le dolía, habían lastimado a Lev y aquella ni siquiera era la primera vez y todo había sido culpa de aquella horrenda mujer.

–¡VAS A PAGAR POR ESTO! –gritó tanto hasta que aquel sabor metálico se hizo presente en su garganta. De un tirón, el viejo grillete se partió en dos dejándolo libre de aquellas cadenas.

No lo dudó demasiado antes de abalanzarse contra la mujer que hacía mucho tiempo había dejado de considerar su madre, mordiéndola y arañándole el rostro con aquellas uñas largas que él mismo había afilado, la sangre en el rostro de su madre le provocaba placer, escucharla gritar de dolor era lo único que necesitaba para saciar su sed de venganza. De una mordida, sintió como su piel se quebraba haciendo brotar aquel líquido carmesí. Había olvidado lo mucho que le gustaba, pero si había algo que amaba más, era hacer sufrir a su madre. Entre manotazos y golpes la mujer se levantó del suelo y corrió escaleras arriba. La siguió, pero antes de poder salir del sótano junto a ella, los gritos de dolor de su pequeño lo trajeron de vuelta al mundo. Y no quería mirar, pero sabía que debía hacerlo. Lev seguía en el suelo, llorando, implorando para que aquella tortura terminara. La puerta se cerró delante de él con el sonido del pasador dejándolos de nuevo en la oscuridad plena, pero ese no era el fin, al contrario, el infierno de su madre acababa de comenzar.

Saltó de las escaleras y corrió en dirección a Lev lo más rápido que pudo, a tientas y con su poco sentido de la intuición, logró encontrar la linterna. No quería verlo, estaba preocupado, nervioso, tenía miedo. Y la imagen que sus ojos presenciaron simplemente no la podía soportar. Una delgada lágrima cayó por su mejilla, anunciando la posible llegada de miles más. El rostro de su pequeño amigo estaba quemado, toda la mitad derecha de su rostro y parte del cuello estaba inflamado y cubierto de pequeñas ampollas que comenzaban a llenarse de líquido, la esclerótica de su ojo derecho estaba demasiado roja como para creer que aún pudiera ver con él.

Y el alma que creyó no tener, despertó.

–Vamos a salir de aquí. Te juro que destruiré todo a mi paso para verte sano y a salvo, escuchame bien Levy, jamás voy a permitir que alguien te ponga un solo dedo encima –y con aquella única promesa en mente, subiría las escaleras dispuesto a abrir aquella puerta a como diese lugar, aún si tenía que romper cada hueso de su cuerpo, lo iba a hacer.

–Didi –susurró, sosteniendo a su amigo de la muñeca con la poca fuerza que quedaba en su cuerpo–. No me dejes.

–No lo haré, sólo espera aquí.

–No te vayas, por favor, quédate conmigo.

–Levy...

–No quiero morir solo.

–¡Nadie va a morir! –gritó, y otra precaria lágrima tuvo la osadía de rodar por su mejilla.

Soltó la mano de su amigo, decidido a ir tras su madre, pero cuando dio un paso al frente y las vigas de madera comenzaron a crujir, despertando de su larga hibernación, supo que algo no andaba bien. En algún lugar de la casa se escuchó un fuerte sonido, seguido de una nube de humo que comenzaba a filtrarse por la rendija debajo de la puerta. El lugar entero se llenó de aquella asfixiante neblina, acompañado de una extraña sensación de calor que se apoderó de ellos.

Abrazó el cuerpo de su pequeño amigo. Se dio cuenta que era la primera vez que lo hacía, por voluntad propia, porque quería, porque algo dentro de él le decía que era lo correcto, porque simplemente tenía mucho miedo.

La puerta crujió y cuando dirigió su mirada a ella pudo notar la cantidad de humo que comenzaba a entrar. Necesitaban salir, debían hacerlo, pero el cuerpo moribundo de su amigo no estaba en condiciones como para siquiera ponerse en pie. Pudo oír algo parecido a una explosión del otro lado de la puerta y lo siguiente que vio fue la madera de ésta volando en todas direcciones. Dejó al pequeño Lev sobre el suelo y corrió escaleras arriba.

Todas luces de la casa estaban encendidas. Por un momento su visión se nubló, sus ojos aun eran demasiados sensibles a la luz. Guardó silencio entre la conmoción del momento, su parcial ceguera pasaría en cualquier instante pero tenía que encontrar a su madre a como diese lugar y aún así, parecía no haber rastro alguno de vida en aquel lugar mas que el fuego que comenzaba a consumir todo a su paso. El ruido de otra pequeña explosión le hizo dar un brinco en su lugar, el acceso a la cocina estaba obstaculizado. Todas las posibles entradas y salidas ahora estaban siendo consumidas por las llamas abrasadoras, en pocos minutos la casa entera comenzaría a venirse abajo. Definitivamente no había nadie más en casa mas que ellos dos.

Lev, Lev, Lev.

Era la única palabra que su mente podía repetir, al igual que una pequeña alarma descompuesta que no pensaba apagarse durante mucho tiempo.

–¡Didi! –la dulce voz del pequeño apaciguó cada rincón de su alma. Estaba bien y eso era lo único que importaba ahora. Se giró en su lugar para encontrar a su amigo a un par de metros de él, bajo el umbral de la puerta.

–Tenemos que irnos.

–¿Dónde esta mamá? –gritó desde su lugar–. No puedo ver, siento... siento que mi cara va a explotar en cualquier instante –la mitad de su rostro continuaba tornándose cada vez más rojiza, Dimas podría jurar que en cualquier momento su piel comenzaría a caerse en pedazos.

–Mamá no importa ahora, te aseguro que estará más que bien, ahora tenemos que salir ¿ok? solo...

Un gran estruendo cortó sus palabras. Y no solo eso, había cortado sus caminos. La viga de madera que se había desprendido del techo ahora se interponía entre ambos, dejándolos en mundos totalmente opuestos. Lev estaba a un par de metros de la puerta principal, pero él... no había nada más que fuego a sus espaldas y un obstáculo demasiado grande frente a él como para poder cruzar. Estaba atrapado. Entre la espada y la pared.

–Vete –le ordenó a Lev, aún cuando ni siquiera podía verlo por al exceso de humo y las llamas que se hacían cada vez más grandes–. Por favor... huye.

INSANIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora