El sol ya no brillaba tan radiante como lo hacía siempre, las rebosantes flores ahora yacían marchitas, los arcoiris habían quedado atrapados entre las cortinas de lluvia, el cielo lloraba muy frecuentemente, quizá tanto como el pequeño encerrado en aquella habitación.
Tenía once años, pero su corazón dolía y sufría como el de todo un adulto, anhelaba algo que no podía tener, sus manos rogaban por aquel cálido tacto que solo Dimas podía ofrecerle. Pero él no estaba, se había esfumado.
Dos meses habían pasado desde la tragedia, dos meses sin saber siquiera si su pequeño amigo se encontraba bien, parecía ser el único en toda la casa que sentía la pérdida del pequeño. Y sí, siempre lo supo, que la madre de Dimas no amaba a su hijo, pero verla sonreír todos los días sin mencionarlo ni una vez, le rompía el alma. No sabía dónde estaba, nadie lo sabía, el pequeño Dimas había escapado aquella noche de casa antes de que pudiesen llevarlo de vuelta al hospital, aquella noche, el corazón de Lev se rompió un poco, aquella pieza faltante, la que más dolía, la llevaba Dimas en sus manos, donde sea que estuviese.
Constantemente se preguntaba en qué parte de la ciudad estaría su amiguito, si acaso una manada de lobos lo había adoptado y ahora vivía con ellos, quiza estaría muy lejos o tal vez demasiado cerca, se preguntaba si habría alguien que lo arropara en aquellos días helados, donde llovía y parecía que el cielo se caería en cualquier momento, esperaba que no estuviera en un lugar demasiado oscuro, o cerca de objetos que pudieran lastimarlo, quizá los lobos podían defenderlo.
« ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? »
Se preguntaba todos los días de su vida, como un disco rayado, como un pequeño pez en tiempos de sequía, como una flor que no puede florecer sin oxígeno. Sí, eso era, Dimas era su oxígeno y él un simple ser viviente que imploraba más y más tan solo para sentirse vivo de nuevo, pero el oxígeno no llegaba a sus pulmones, su corazón se ralentizaba con cada latido y su sangre se volvía cada vez más espesa entre sus venas, su piel perdía color, sus lacios cabellos oscuros ahora estaban enredados y sucios, el pequeño Lev se estaba marchitando y nadie podía notarlo.
Dos toquidos en la puerta lo trajeron de vuelta a la vida recordando a su pequeño amigo, pero del otro lado de la puerta no estaba él, solo su progenitora y una simple coincidencia.
–Lev, cariño –dijo la mujer sin atreverse a dar un paso más, a la habitación que un tiempo atrás le perteneció a su hijo–, Joseph y yo saldremos a cenar ¿quieres algo?
El pequeño negó con un movimiento de cabeza.
–De acuerdo, recuerda no dormirte tan tarde –sonrió, como una madre ejemplar dentro de una simple casa de muñecas.
Lev miró por la ventana, a un auto azul opaco que encendía sus luces y se alejaba a través de la calle, miró hasta que el camino quedó de nuevo a oscuras, hasta que el recuerdo de la voz de aquella mujer se esfumó de su mente. Miró a su actual habitación, la que antes pertenecía a Dimas, y hurgó entre los juguetes de su amigo, muñecos de trapo, osos de felpa, y en el fondo del baúl, aquel carro amarillo a control remoto que tanto le encantaba, con una enorme sonrisa en el rostro lo tomó entre sus pequeñas manitas y lo colocó en el suelo. Ahora ¿dónde había quedado el control? si tan solo fuera Dimas, estaba seguro que podría encontrarlo pero hmn... piensa, piensa como él.
Entonces su cabecita se iluminó como un enorme faro en la penumbra ¡cómo podía haberlo olvidado! si Dimas y él mismo habían llevado el control al sótano hacía un par de meses para repararlo pero... ¿estaba seguro que podría bajar allí sin hacerse en los pantalones? eso lo dudaba demasiado. Se mordió el labio, poniendo sus pensamientos en una balanza ¿era realmente importante jugar con aquel auto? sintió un amargo sabor recorrer toda su boca, se había hecho un pequeño corte en el labio después de morderlo por tanto tiempo, sabía amargo, a metal y el vivido recuerdo de aquella noche volvió a su mente, cuando Dimas le había rasgado el cuello, llevó inconscientemente sus dedos a la parte izquierda de su cuello y tocó el borde de aquella cicatriz tan pequeña, pero que en sus días había dolido demasiado y sonrió, porque lo recordaba perfectamente, la adrenalina corriendo por sus venas, su corazón latiendo demasiado rápido y a pesar de que se había asustado, aquel momento tambien había sido el primero donde tenía a Dimas a tan pocos centímetros de su rostro y fue cuando todos los pequeños cables en su interior se unieron, cuando supo que Dimas jamás lo mataría como bien le había dicho ya, en aquel momento, con Dimas sobre él y el filo de una navaja en su cuello, pudo confirmar, que estaba enamorado de su amigo.
¡Toc, toc!
Tragó saliva, tiró el auto al suelo y se echó a llorar. Aquel sonido, no era la primera vez que lo escuchaba, ¿se estaba volviendo loco acaso? secó sus delgadas lagrimas con el dorso de su mano y se permitió sonreír, por Dimas, por su madre, por su familia entera, por todas las cosas que había perdido a lo largo de los años.
Bajó las escaleras dando pequeños saltitos, con el auto en sus manos, lo dejó en el suelo y le dio un pequeño empujón con la punta de sus dedos descalzos, la madera opaca del suelo estaba fría y puso sus vellos de punta, miró la puerta blanca a unos metros, al lado del sofá donde solían jugar siempre. Hmn, ¿dónde estaban las herramientas de Joseph? dio vueltas a lo largo de toda la cocina, ¡eureka! ahí estaban, esperaba también que la linterna estuviese ahí, si iba a bajar al sótano, definitivamente lo haría con un poco de luz, no iba a arriesgarse a que la oscuridad se lo comiera, sabría dios que cosas estarían ocultas en aquella oscura habitación y quizá era su culpa por no ser lo suficientemente alto para no alcanzar la cadena del foco.
Pero qué poco duró su felicidad.
Sintió un pinchazo en la palma de su mano, ni siquiera la había mirado aún cuando vio pequeñas gotas de sangre cayendo una por una al suelo, formando un pequeño, muy pequeño charquito. Cerró los ojos, no quería mirar, pero sabía que tenía que hacerlo, había algo ahí dentro de su mano que le causaba un enorme dolor pero... tan solo se permitió abrir su ojito derecho para encontrarse con un enorme clavo enterrado en la palma de su pálida mano y pegó un pequeño grito, tan solo uno pequeñito ¿cómo iba a sacarse ese clavo de su mano sin sentir dolor? sabía que eso era imposible y aquel pensamiento le causaba más miedo aún y por si fuera poco, el dolor en su mano aumentaba cada vez más.
¡Se valiente, se valiente!
Tomó el extremo del plateado clavo y tiró de él hasta que estuvo fuera de su carne, podía jurar que sintió como el pequeño objeto se escurría hasta salir a la superficie, tuvo nauseas, ganas de vomitar, nunca en su vida había sentido un dolor tan feo como aquel y sus ojos se llenaron de pequeñas gotitas de agua que escurrieron por sus mejillas. Intentó despejar su mente, aún tenía cosas por hacer, quería ese control remoto. Se levantó del suelo, con una mano sosteniendo con fuerza aquella linterna amarilla y la otra goteando su espesa y tibia sangre.
En toda su vida solo había entrado dos veces al sótano, aquella tarde cuando él junto a Dimas dejaron el control del pequeño juguete y otra dolorosa ocasión donde resbaló y cayó por la puerta abierta hacia el vacío, donde su salvador aparecería segundos después para llevarlo a cuestas hasta su habitación, sonrió ante el recuerdo, una pequeña sonrisa tenue y dispareja, lo extrañaba tanto, a quien intentaba engañar.
¡Toc, toc!
Un extraño sentimiento se plantó en el centro de su corazón, una pequeña semilla en tierra fértil que creció y formó enredaderas a través de todo su cuerpo, controlándolo por completo, así se sentía el miedo.
Giró el pomo de la puerta, no había nada más que oscuridad y polvo del otro lado.
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INSANIA
General FictionDimas es inestable, malvado, perverso, odia todo a su alrededor, ama lo que provoque dolor, sufrimiento y angustia. Dimas quiere morir, pero Dimas tan solo tiene once años. Lev odia los garbanzos, la espinaca y el calor, pero ama a Dimas. ●BL sugere...