𝐗𝐈𝐈

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El tintineo de las cadenas siendo arrastradas por todo el sótano comenzaba a calar en sus oídos ¿por qué demonios esos niños no podían quedarse quietos? ¿tanto les gustaba estar encerrados en aquel insoportable sótano? Miró la cuna, a la pequeña de ahora cuatro meses que yacía en un profundo sueño, oh, como deseaba ser ella.

Continuó yendo de atrás hacia adelante en aquella mecedora de madera que su querido le había regalado por su muy próximo cumpleaños, no lo podía creer, si tan solo faltaban un par de días para que cumpliera los treinta años, ¡pero qué vieja estaba! No, que vieja se sentía. ¿Qué había hecho todos estos años? desde el primer momento en que pisó la tierra su vida se consumió dejando un rastro de cenizas que desapareció con el paso de los años, no era nadie, no era nada. Se repetía todos los días lo mismo, hasta que aquellos hermosos ojos de un café profundo la miraron y como por arte de magia, su vida, su universo entero, había comenzado a girar.

Tan solo tenía quince años, era una niñata desorientada en busca de alguien que pudiera brindarle todo el amor que nunca nadie le había dado, desde los golpes de su padre hasta los abusos psicológicos de su madre, simplemente no podía comprender porqué seguía con vida. Una mirada, tan solo eso bastó, un suspiro, una sonrisa, un latido del corazón. Entonces, ¿por qué ahora se sentía tan miserable? Claro... aquel demonio que tomó su vientre como hogar y llegó para destruirla y casi matarla, todo era su culpa, si él no hubiese aparecido, si tan solo no hubiese quedado embarazada a los dieciocho años de aquel engendro su vida hubiera sido próspera y llena de felicidad, a veces lo recordaba perfectamente, en otras ocasiones el recuerdo era demasiado difuso;

Aquella camilla, la decena de enfermeros y médicos, sangre por todos lados, tenía tan solo seis meses de embarazo cuando el inesperado bebé nació, estaba muerto, ella también lo estaba o al menos lo estaría muy pronto, toda aquella sangre perdida, para traer al mundo a un bebé muerto. Escuchaba voces, no podía reconocer de quien se trataba, ¿eran los médicos? su visión borrosa, el repentino frío que invadió su cuerpo, la calma después de la tormenta. No. Ese no había sido el fin, ¿qué sucedió entonces? manos tocando sus piernas, un líquido caliente saliendo de ella, aquellos latidos cada vez más fuertes desde aquel monitor ¿iba a morir? ¿en serio iba a morir de esa manera? no importaba, el demonio dentro de ella también se había ido, no quería ese bebé, no quería ser madre, odiaba a los niños, odiaba al mundo entero, menos a su preciado esposo, el amor de su vida, pero no importaba ya, nada importaba ahora.

Oscuridad.

Todo lo que había a su alcance estaba cubierto por un manto de fría oscuridad. Y de pronto, luz. Un monitor nuevamente en movimiento, el calor apoderándose de su cuerpo, un segundo aliento de vida y a lo lejos, muy a lo lejos, el llanto de un bebé.

Había envejecido tanto desde entonces, nadie iba a quererla si lucía tan demacrada pero aún así, él nunca se fue de su lado, incluso después de que el pequeño Dimas enfermara y su vida pendiera de un hilo, él siempre aguardó, cuidando de su pequeño hijo, de su larga y dolorosa recuperación, entonces vino un segundo embarazo y un repentino aborto, después otro, y otro. Tan solo un par de meses después su hijo había caído enfermo de nuevo, fiebres que superaban los treinta y nueve grados, alucinaciones, convulsiones, otro aborto, no, dos abortos más. Habían pasado cinco años, un total de seis abortos y con un hijo débil y lleno de enfermedades que lentamente acababan con su vida. Pero él lo sabía, lo sabía perfectamente. Todo aquel tiempo, todo aquel amor, un veneno que contaminó su corazón y su sangre.

-Irina, quiero preguntarte algo.

-¿Sí? -dijo la mujer desde el comedor.

-Tus abortos... -levantó la mirada, pero ella siquiera se inmutó-, aquellos seis abortos, aún hay algo que no encaja, simplemente no puedo comprenderlo, todos y cada uno de ellos eran fetos completamente normales, embarazos sanos pero aún así, los perdiste a todos. Exactamente a las ocho semanas.

-Supongo que no nací para ser madre.

-¿Qué hay de Dimas? si simplemente no puedes ser madre ¿qué hay de él?

-Nació muerto ¿o acaso no lo recuerdas? ese niño estaba muerto, mi cuerpo no lo quería, fue un aborto demasiado tardío, ni siquiera debería estar aquí.

-Dime la verdad, todos esos abortos, fueron intencionales -Irina no supo descifrar si aquello último había sido una pregunta o una afirmación.

-Sí, lo hice. Y Dimas estaría muerto si no me hubiese enterado demasiado tarde que estaba embarazada de él, pero tuve que saberlo cuando ya tenía cinco meses, ugh... ¿era eso lo que querías? ¿esa era tu pregunta?

-Irina. La enfermedad de Dimas...

-¿Qué insinuas? ¿Que quiero matarlo?

-Nunca dije eso, ni siquiera se me había cruzado por la mente -aquel rostro de mejillas sonrosadas, palideció, el sudor comenzaba a bajar frío por su frente. Había metido la pata y muy feo.

-S-solo, estas culpándome de todo, no sería sorpresa si también me culpases por la enfermedad de ese niño.

-Ese niño es tu hijo. Y estás matándolo.

-¡Pero qué mierda dices!

-Tan solo, no toques a mi hijo, no lo toques nunca.

Sonrió, aquel era uno de esos días donde el recuerdo permanecía tan vívido, cada palabra, cada acción. Se frotó las manos, aquella cicatriz sobre su dedo índice ahora era casi inexistente, pero jamás iba a olvidarla y qué sorpresa, un once de agosto, un día como aquel pero hacía exactamente ocho años, su esposo se la había provocado.

-¿¡Qué le has hecho a nuestro hijo!? -la mujer no dijo nada, permaneció estática un par de minutos al pie de las escaleras.

-¿Por qué siempre tienes que echarme la culpa de todo lo que suceda en esta casa?

-Tú lo mataste.

-¿Y qué si lo hice?

-Eres una maldita asesina.

-No, el único asesino aquí eres tú -levantó la mano y apuntó directo a la cabeza del hombre que alguna vez había amado con todo su corazón, sin titubear, apretó el gatillo.

Dejó escapar un largo y muy lento suspiro, aún no podía creer que el tiempo hubiera pasado tan rápido, ¿quién se habría imaginado que volvería a casarse? definitivamente ella no, pero ahora tenía una bebé a la cual cuidar y estaba -solo un poco- enamorada de Joseph.

El llanto de aquella pequeña niña la sacó de entre lo más profundo de su mente, dejando sus recuerdos y más oscuros secretos guardados con llave en un cajón dentro de alguna parte en su alma. Miró al reloj en la pared, Joseph estaría por llegar en cualquier momento, el tiempo se le había pasado demasiado rápido entre memorias y sentimientos que aún no podía olvidar, si tan solo pudiese quedarse para siempre en aquella mecedora definitivamente no lo dudaría ni un segundo, si pudiera quedarse quieta por el resto de su vida, incluso si tuviese que pagar por ello, tan solo quería un respiro, un momento de paz, desconectarse de aquella dura y cruda realidad para ser feliz en lo más recóndito de su imaginación y pretender que no estaba volviéndose loca.

INSANIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora