Era más de media noche, de eso estaba seguro. Las personas veían desde la seguridad de sus casas, aquellas cuatro paredes que comenzaban a consumirse en llamas, un hogar destruido, una familia muerta, aquella casa era lo menos trágico que le había sucedido en toda su vida, ahora tenía muchas cosas peores con las cuales lidiar. Tan solo trece años pero se sentía como todo un adulto, aquella inocencia que su alma se negaba a soltar lentamente comenzaba a desvanecerse sin esmero, dejando su cuerpo vacío al igual que un caparazón, sin vida, una mera cáscara gris y rota.
Sus manos que durante mucho tiempo habían matado y torturado seres vivos ahora carecían de fuerza, estaban callosas y la punta de sus dedos se tornaban blanquecinas, sus brazos delgados y pálidos descansaban a ambos lados de su escualido cuerpo sin intensión alguna de moverse, estaba parado a mitad de la calle, viendo su pequeña prisión quemarse. Era demasiado difícil saber con exactitud qué cosas pasaban por su mente. Confusión, odio, serenidad... Era libre, pero no sabía que hacer con su libertad, estaba perdido en aquel lugar llamado mundo, sin nada a lo qué aferrarse, con un solo pensamiento en mente. Salvar a Lev. ¿Esa era su encomienda? ¿Aquel era su destino?
Miró el cuerpo de su amigo tirado en el suelo, se había desmayado ante el incesante dolor que las heridas le provocaban, tenía que llevarlo a alguna parte, necesitaba ayuda, necesitaba a alguien que lo guiara a través del mundo y le dijera que todo iba a estar bien, pero no había tiempo para llorar, no era hora de arrepentirse y poner sus acciones en una balanza que estaría en su contra.
Su mente sólo podía pensar en Maia, en lo que estaría haciendo en aquel momento, pero lo había traicionado, estaba del lado de su madre y sabía que ir con ella sería dirigirse a las fauses del lobo por mero gusto, pero no sabía que hacer, Lev estaba lastimado, su mente ensordecida ante tantos pensamientos que no era capaz de discernir con claridad.
–Lev ¿puedes oírme? –el pequeño abrió los ojos, tenía la mirada perdida y le costaba mantenerse en pie, su mano se aferraba a la de Dimas con ahínco, su corazón y alma también se aferraban a él.
–¿Qué haremos ahora?
–No lo sé.
–¿Vamos a morir?
–Claro que no, eso no va a pasar, tonto.
–Esto es... tenía tanto tiempo sin sentirlo, pero creo que estoy triste.
–Hmn –fue su única respuesta–. Vamos, tenemos que buscar un lugar dónde pasar la noche.
–¿Dormiremos en la calle?
–Encontraremos un lugar seguro.
Vagar sin rumbo era aquello por lo que tanto había anhelado y aún así no podía comprender porqué se sentía de esa manera, consumido por sus emociones y malos pensamientos que lentamente hundían el barco donde su alma se encontraba y aunque no quería aceptarlo, aún si de eso pendiera su vida, creía saber la razón por la cual se sentía tan abrumado y es que no era algo, sino alguien. Lev caminaba a su lado, con su dedo meñique entrelazado con el suyo, con ojos bien abiertos, tan atento como un pequeño gato, la luz de la luna contra sus pupilas reflejaba un destello sin igual, pequeñas estrellas emergían de sus ojos aún cuando el cielo se encontraba vacío y pensó que no habría lugar más bonito en el universo mas que los ojos de su pequeño amigo. Sus ojos azabaches y apagados no se comparaban con la vida que brotaba de los ojos del contrario, con aquella naricita tan tenue y mejillas regordetas. Se preguntó si aquello era lo correcto, el sostener la mano del ser más puro y vulnerable.
Por un pequeño instante tuvo miedo.
Miedo de dañar aquel suave lienzo en blanco con la oscuridad que emergía de él, miedo de corromper aquella alma tan sublime y etérea, de pincharlo con sus espinas. ¿Por qué se sentía de esa manera? ¿Por qué su alma se preocupaba demasiado por la aceptación que nunca antes le había importado? Pensó en su madre, en su padre, el hombre del que tenía muy pocos recuerdos, algunos muy vagos, otros demasiado difusos, casi imaginarios y se preguntó, si aquella había sido la primera persona en darle la espalda, en dejarlo solo en las manos de aquella mujer.
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INSANIA
General FictionDimas es inestable, malvado, perverso, odia todo a su alrededor, ama lo que provoque dolor, sufrimiento y angustia. Dimas quiere morir, pero Dimas tan solo tiene once años. Lev odia los garbanzos, la espinaca y el calor, pero ama a Dimas. ●BL sugere...