Los programas televisivos eran una mierda, de eso estaba seguro. Canal tras canal, no había nada bueno.
Miró a la pequeña quien comía palomitas acarameladas sentada en el suelo, imitando darle una a su pequeño koala de felpa. Deseaba haber tenido una infancia así de bonita. Una pequeña pero muy pequeña lagrima salió corriendo por sus ojos y se estrelló en su regazo, sorbio por la nariz y limpió sus mejillas con el dorso de sus manos. Aún dolían, los cortes habían sido profundos, el más grande necesitó cinco puntos y atravesaba su mano derecha. Los cortes en sus pies eran demasiados, aunque superficiales, un par de pastillas para el dolor, una crema y vendajes era lo único para que se sintiera como nuevo. Aunque pareciese un muñeco todo roto y medio remendado. Seguramente Dimas se habría reído de verlo así.
–¿Te duele algo? –dijo la niña cuando lo vio llorar–, ¿Quieres que llame a mamá? –Lev negó.
–¿No tenías tarea?
–La haré en la noche –sonrió, llevándose una palomita a la boca–. ¿Quieres?
Lev asintió.
–Todavía estas pensando en eso ¿verdad?
–No sé de qué hablas.
–Ay, ajá. Ambos sabemos a que me refiero, si no hubieses sido tan tonto como para caminar sobre cristal ahorita estarías buscándolo en algún lado de la ciudad.
–Tienes razón, solo que no soy tonto. Soy un completo estúpido –la pequeña rió–. Si no te duelen mucho los pies, puedes ir esta noche a la ciudad. Solo sal por la puerta de atrás.
–Eres mala ¿lo sabías? –la niña asintió.
–Malísima –guiñó un ojo.
***
Le dolía el estómago, demasiado, pero ese tal Daniel le había prometido llevar algo de comida y siendo casi media noche dudaba que su palabra fuese cierta. Se sentó sobre la tapa del contenedor de basura a su lado y espero a su ahora nuevo amigo.
–¿Qué mierda hace Dani que se tarda tanto? –bufó el otro chico recostado sobre la pared contraria en aquel callejon–. Si lo ha atrapado la poli, no sé que se supone que debamos hacer.
–No me entrometas en tus asuntos, flaco.
–Eres el nuevo aquí, no me dices que hacer.
Dimas se mordió el labio. Haber encontrado a esos chicos habia sido mitad maldición, mitad bendición. En total eran tres, el mayor de todos quien se hacía llamar Sam, no debía tener más de dieciocho pero su altura lo hacía lucir mayor, después de él, le seguía un chico con ojos de cachorro, Daniel, mismo que debía haber llegado hace tiempo y por lo que calculaba debía tener unos quince años y al final, un chico flacucho que nunca dejaba de sonreír aun cuando vivían literalmente en la basura, no estaba seguro de su nombre completo, pero lo conocian por J.J, y era el único en todo el lugar que era incluso menor que él, aunque fuese solo por dos años.
Tienes la edad de Lev, pensó.
¿Cómo había llegado a ese lugar? Era un enigma. No recordaba muchas cosas, pero sí aquel incendio, el irse con su padre, el abrazo que le dio a Lev en aquel taxi y sus ojitos redondos que brillaban más que las estrellas. Después de eso había una gran laguna mental que lo transportaba hacia unos ocho días antes, cuando despertó en ese callejón con los ojos de todos mirándolo fijamente. Parecía que aquella era una pandilla de niños perdidos. Sí, ahora él también lo era. Era un niño sin casa, sin hogar y por si fuese poco, tambien era asesino, pero aquellos chicos no tenían por qué saber eso último.
–¡Lo conseguí! –Gritó una voz, alguien entrando por el callejón con dos bolsas enormes de algo que olía a pollo frito.
–Demonios Dani, te tardaste una eternidad –lo tomó por la cintura y lo atrajo a él para darle un beso en los labios, Dimas bajó la mirada y se sentó sobre una bolsa de basura.
–¿Tú que vez, piojoso? –inquirió, mirando a Dimas–, ¿acaso nunca has visto a dos chicos besarse? –aquella pregunta no obtuvo respuesta. Sam se acercó a él y tomándolo por el cuello de la playera lo lanzó contra la pared–. Si vuelves a mirarnos de esa manera, te voy a golpear tan fuerte que no volveras a ver la luz del día.
–Sam, basta –dijo el menor–, sabemos que estás enojado pero no puedes desquitarte con el primero que se cruce en tu camino –lo miró, luego al chico que había besado y finalmente a Dimas.
–Perdón por eso, solo no nos mires como si fuesemos lo más repulsivo del mundo.
–Esta bien, yo también tengo novio –soltó. Aquella última palabra le dolió tanto como una daga al corazón.
Sam sonrió.
–¿Y él te abandonó?
–No, yo lo abandoné a él.
–¿Quieres verlo de nuevo? –Dimas levantó la mirada, con los ojos llenos de esperanza.
–Primero hay que robar alguna tienda de joyas y esas cosas. Llévale algo bonito –sonrió.
***
¿Acaso era una maldita broma? El lugar estaba por cerrar, los últimos dos clientes que quedaban dentro eran nada más que una mujer y un niño que veía a través del mostrador.
–Entremos ya –dijo Sam, se colocó el pasamontañas y salió corriendo en dirección a la puerta. Los otros dos le siguieron, él aún tenía demasiado miedo.
Entró. ¿Qué buscaba realmente?
La mujer ahí pegó un grito y tomando su bolso se dirigio a la salida, Sam lo impidió, colocándose entre la puerta y ella.
–¡El bolso! –gritó. El niño detrás de ella, se dirigio al mostrador intentando cruzar la puerta que decía:
Exclusivo, solo personal autorizado.
Dimas lo siguió, al igual que un lobo a su presa, pero antes de que pudiese agarrarlo, el chico empujó uno de los estantes y este se vino en su dirección. Se cruzó de brazos protegiéndose la cara y los hombros, pero el golpe nunca llegó. Abrió los ojos, era el mismo chico de hacía un momento, quien había tirado el estante en su dirección, quien ahora lo había salvado.
Lev.
Miró al resto de los chicos cruzar la puerta y desaparecer. Pero el niño que tenía a horcajadas sobre él, era real y era la persona que tanto había extrañado en su vida.
–¿Dimas? –no respondió. No podía hacerlo, se liberó de él y salió corriendo siguiendo a los demás que hacía rato habian dejado la tienda.
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INSANIA
General FictionDimas es inestable, malvado, perverso, odia todo a su alrededor, ama lo que provoque dolor, sufrimiento y angustia. Dimas quiere morir, pero Dimas tan solo tiene once años. Lev odia los garbanzos, la espinaca y el calor, pero ama a Dimas. ●BL sugere...
