𝐈

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ACTUALIDAD

Miró al ratón, ante sus ojos, el pequeño animalito café lucía bonito ahí tirado, con esos pequeños ojitos brillantes que parecían verlo, pero el pequeño Dimas sabía que no era así, porque estaba muerto.

–Didi –la tenue voz de su amigo lo devolvió al mundo. Miró por sobre su hombro, el niño lo observaba con tristeza en sus ojos, casi podía sentir que lo miraba con compasión– ¿qué has hecho?

–¿Te gusta? Si quieres puedes quedártel.

El pequeño negó.

–Mamá se va a enojar mucho, la semana pasada mataste a Ravy, tu mamá se puso realmente furiosa, hoy se enojará mucho más.

–Pero lo he hecho para ti esta vez –los ojos del pequeño se ensombrecieron–. Creí que te gustaría.

–Está bien –sonrió–. Me gusta mucho, pero sabes que mamá se enojará. Hay que limpiar ¿okay?

El pequeño Dimas asintió.

Para Lev la vida no era fácil. Tener que lidiar con Dimas era bastante complicado, levantarse temprano por las mañanas y verificar que él siguiera durmiendo, ocultar todos los objetos corto punzantes que hubiera en la casa con suma minuciosidad, principalmente juguetes y después asegurarse que el patio estuviese limpio, sin ningún rastro de gatos o ardillas que Dimas pudiera llegar a lastimar. Y tan solo tenía 11 años, pero sabía muy en el fondo de su corazón, que estaba bien, después de todo, con una madre cruel, su amigo solo podía contar con él. Era un niño muy valiente, la enfermera de su amigo se lo había dicho, síp, definitivamente lo era.

Tomó una toalla del tocador de la madre de Dimas y corrió de vuelta a donde su amiguito lo esperaba. Esta vez Dimas estaba sentado sobre el sofá con el pequeño cadáver a sus pies, lo miraba de una manera que Lev no podía descifrar del todo, pero estaba más que acostumbrado a ver a su pequeño amigo hacer esa clase de travesuras durante casi todos los días desde que se había mudado allí. Extrañaba mucho a su mamá, que lo llevara al parque y a comer helado los fines de semana, pero ya no podía hacerlo, ahora tenía que cuidar de Dimas como la enfermera se lo había ordenado y así olvidarse de que su madre estaba muerta. Era una especie de terapia que beneficiaba a ambos, mucho más a Dimas.

–Tienes que detenerte –el pequeño Lev reposó su mano sobre la mejilla del mayor–, no puedes seguir matando a todo ser vivo que se cruce en tu camino.

–Tú no lo entiendes.

–Intento hacerlo Didi, pero esto es demasiado ¿existirá el día donde no lastimes a alguien?

–Por qué no puedes verlo.

–Explícame ¿de acuerdo? –se sentó a su lado, dispuesto a escuchar cada pensamiento que saliera de la mente de su amigo. Realmente quería entenderlo, pero tanto su mente como la de Dimas eran dos mundos distintos que jamás llegarían a colisionar. Tomó una toalla húmeda y comenzó a limpiar las manos de su querido amigo.

–A ti nunca te he hecho daño. Te quiero Levy.

El menor sintió un escalofrío recorrer por todo su pequeño cuerpo, aquellas últimas palabras, no reflejaban amor, nada en él lo reflejaba, su mirada era fría, férrea, tanto que parecía estar muerta, con aquellos ojos vacíos y oscuros que te tragaban y te transportaban al mismísimo infierno.

"Te quiero, Levy".

¿Pero qué es lo que quieres de mí? pensó. Dejó la toalla húmeda sobre la pequeña mesa y llevo ambas manos a las mejillas de su amigo, lo miró buscando un indicio de vida en él, pero no pudo encontrarlo y aunque era algo de prever, se sintió abatido, decepcionado, porque aún después de tantos años a su lado Dimas no había cambiado nada, seguía siendo el mismo niño que conoció aquella mañana en el hospital, con sus ropas cubiertas de sangre, perdido en su propio mundo, aquel niño que lo había mirado con fiereza, de una manera en la que nadie más lo había hecho antes, con un brillo perspicaz en sus ojos. Cómo extrañaba aquello, si tan solo Dimas pudiera verlo de nuevo con aquella mirada. Pero se había desvanecido casi al instante, cual relámpago a mitad de una tormenta, y ahora estaba parado bajo aquella oscura nube, mientras miles de gotas caían sobre él, mojándolo, volviendo su ropa más pesada, enfermándolo.

INSANIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora