El tobillo del pequeño dolía demasiado, aquel pesado y oxidado grillete había comenzado a formarle ampollas alrededor de él. Definitivamente podía tolerarlo, pero lo que no toleraba era ver al pequeño Lev sentado en una esquina pretendiendo que no estaba triste porque Dimas no jugaba con él. ¡Pero por qué no podía comprender que ni siquiera podía moverse! Que niño tan más obstinado, y lo sabía perfectamente. Lanzó en su dirección el pequeño peluche que días antes había encontrado entre uno de los tantos estantes del sótano, el pequeño oso dio directo en su pie, lo tomó entre sus brazos y pequeñas motas de polvo explotaron por todo su alrededor causándole una cadena de estornudos que hicieron a Dimas sonreír.
–¡Levy! Ven acá –el pequeño se levantó de su lugar y dando pequeños saltitos llegó hasta su amigo–. ¿Qué pretendes que haces allá solito?
–Didi no quiere jugar conmigo –dijo y su labio se encogió en un pequeño puchero.
–Aish ¿qué no entiendes que me duele demasiado el tobillo? –Lev llevó inconscientemente su mano al pequeño pie de su amigo, acariciando el frío grillete que lo aprisionaba.
–Has intentando todo el día romperlo... y lo único que parece estar roto ahora es tu pie –la sonrisa lánguida que se formó en sus labios se mantuvo así por tanto tiempo que Dimas no supo descifrar con certeza qué era lo que aquellas palabras significaban–. Desearía que pudieras ser libre.
–Desearía lo mismo –sus pequeñas y oscuras pupilas vagaron de su tobillo a sus manos, a la enorme viga que lo aprisionaba y finalmente, se detuvieron en Lev–. Estás muy delgado –llevó su mano a la cintura de su amigo, palpando su abdomen plano, causándole cosquillas. Se detuvo en seco cuando escucho a Lev quejarse, preocupado–. ¿Estás bien?
Lev asintió.
–Solo es dolor de estómago –sonrió.
–¿Hace cuanto que no pruebas una gota de agua? –Lev desvió la mirada, perdiéndose entre las costuras de sus shorts, jugando con los bordes– Lev...
–No me llames así –Dimas tomó su rostro entre sus manos, acunando sus pequeñas y ahora delgadas mejillas–. No lo sé, tres días tal vez –levantó la mirada, encontrándose con los ojos inexpresivos de su amigo–, no importa, estoy bien –sonrió y se levantó del suelo. Quiso intentarlo. Porque antes de que pudiese erguirse por completo, su mundo comenzó a dar vueltas en todas direcciones.
Sus parpados pesaban, miró a Dimas, pero lo único que pudo distinguir fue una pequeña silueta borrosa que se apagaba cada vez más y más.
–¡Levy! –de repente su voz parecía distante, opaca. Escuchó las cadenas, luego un par de manos que lo sostenían y zarandeaban al igual que a un control sin pilas, intentando en vano reanimarlo.
–Solo fue un mal paso, estoy... –escuchó a Dimas alejarse y no volvió a oír ruido alguno durante insesantes segundos. ¿En serio Dimas se había ido? ¿Realmente lo iba a dejar solo ahí? Sus pequeños ojitos intentaron llorar, pero las lágrimas nunca llegaron, estaba vacío, no había agua en su organismo, ni siquiera una gota.
–Bebe –la gravedad que emanaba aquella voz le hizo preguntarse si se trataba de su amigo o si acaso comenzaba a alucinar. Las gotas que tocaban su rostro una por una, le hicieron abrir los ojos con inexistentes fuerzas.
–Did...
–Bebe –Lev lo miró estático, alternando su vista entre aquella mano y sus ojos, en ese instante todos sus pensamientos eran un enigma para Dimas, sabía que había hecho mal, que Lev lo reprendería de una manera u otra, pero no podía evitarlo. Lo vio tomar su brazo y acercarlo a él, a sus labios, ¿realmente no iba a negarse?
–No te lastimes por mí –susurró, y besó la punta de sus dedos.
–Bébela.
–No me gusta tu sangre.
–¿Por qué? ¿Te da asco?
–¡No! Simplemente no puedo tocar... no puedo tocarla.
–Porque te da asco.
–¡Didi, no me da asco! –El dolor en su vientre y la niebla que se habían instalado en él habían pasado a segundo plano, ahora había algo más importante. Hacer que Dimas no se sintiera rechazado– ¿Por qué no lo entiendes? ¿No ves que cada pequeña parte de ti es el cielo entero para mí? Tu sangre no me da asco, nada de ti provoca esa sensación en mí ¿de acuerdo? pero no puedo dejar que te lastimes, no soporto ver la sangre saliendo de tu cuerpo, porque cada pequeña gota me importa, y debe estar en ti, mante...
–Eso es basura –le interrumpió–, no tienes que inventar toda una historia sin fin ¿de acuerdo? lo entiendo y si no quieres beber mi sangre, entonces te dejaré morir.
–Didi, yo... –el sonido de la cadena cortó sus palabras, siendo remplazadas por el chirriar del metal–. Por favor, detente.
–¡No eres mi dueño! ¡No me dirás qué hacer! –La sangre sobre el suelo y las pequeñas manchas de esta misma sobre la viga le produjo nauseas. Ambas piernas del pequeño estaban cubiertas por nuevas pinceladas rojas, haciendo figuras sin formas definidas revolviéndose entre roces, creando imágenes nuevas entre aquellas que llevaban rato de haberse secado.
–Didi... –sus palabras se vieron interrumpidas por un pequeño estruendo. Levantó la mirada para ver a su madre al pie de la puerta, observándolos con nada más que odio en sus ojos.
–¡¿Quieres callarte de una maldita vez?! ¡Me estás volviendo loca!
–Oblígame –el tono en la voz del pequeño Dimas era nulo, sumiso.
–Me traes harta, escoria.
–Dime algo que no sepa, madre.
Dimas paseaba sus ojos de su pequeño amigo a la mujer ahora frente a él. Se mordió el labio inferior ladeando un poco la cabeza al igual que un pequeño cachorro confundido, había algo en el aura de su madre que le producía incomodidad, el tono tan pacífico en la voz de su amigo estaba empezando a causarle desesperación.
Gateó hasta quedar cerca de Dimas, a sus pies. Y solo así pudo sentir un poco de calma, –aún cuando sabía que el chico probablemente estaba enojado por él por lo de hacía un instante– viendo desde aquel ángulo como el cuerpo de su amigo y su madre parecía dos enormes rascacielos.
Miró su rostro, lleno de odio y pensó que, si había alguien realmente malo en aquella casa sin duda alguna era ella, no podía entender como toda la culpa caía en los pequeños hombros de su amigo cuando su madre era la viva prueba de que el diablo sin duda alguna existía. Su dominante postura y aquella rabia que sus ojos emanaban le hacían querer llorar.
Miró el vaso que sostenía con demasiada fuerza que hacía a sus dedos tornarse blancos. Como si algo dentro de ella doliera, como si aquel vaso fuera su única razón de vivir.
Después de las últimas palabras de su amigo, la mano de su madre se estampó contra su mejilla causando un ruido seco y a la vista, doloroso. Era la primera vez que veía a la mamá de Dimas golpearlo de una manera tan descarada, su pequeño corazón se encogió tanto que por una milésima de segundo llegó a creer que se había detenido por completo.
Su madre gritó. Y tuvo miedo, demasiado.
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INSANIA
General FictionDimas es inestable, malvado, perverso, odia todo a su alrededor, ama lo que provoque dolor, sufrimiento y angustia. Dimas quiere morir, pero Dimas tan solo tiene once años. Lev odia los garbanzos, la espinaca y el calor, pero ama a Dimas. ●BL sugere...