𝐗𝐕𝐈𝐈

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Lev sostenía su mano.

Ambos viendo pasar los autos uno tras otro, esperando a que el suyo llegase. Sentados sobre una pequeña banca vieja y quebradiza que había fuera de la casa de Maia.

Una banca muy bonita y cómoda, pensó Dimas.

Una idea sin sentido y poco concisa, pero que mantenía su mente distraída. No quería pensar en lo que le esperaba, en lo que el futuro tenía preparado para él, realmente le aterraba la idea de ir donde su padre. No lo conocía, no sabía quien era o si llegaría a querer a Lev, él muy poco importaba, solo tenía en mente el proteger a su amigo, a él y nadie más.

La brisa que hasta ese momento era casi imperceptible se levantó haciendo que las hojas secas a sus pies salieran volando en todas direcciones y la arena cayera en sus ojos provocándoles un terrible escozor. Una de las hojas reparó en el cabello de Dimas y Lev rio, porque le parecía divertido, se veía muy lindo y tonto. Para el mayor, escucharlo reír era algo que realmente extrañaba, nunca había pasado más de un día entero sin escuchar aquel dulce sonido y ahora, gracias a su madre, aquella risa tan tierna y pura se había esfumado desde hacía días, haciendo que el silencio fuera lo único que sus oídos pudiesen percibir. Pero muy poco importaba ahora, porque Lev estaba mejor, quería pensar que había olvidado todo, que no le daba importancia, sus heridas estaban sanando correctamente según las palabras de Maia, solo tenía que mantenerla desinfectada y cambiar el vendaje todos los días. Sonaba sencillo, esperaba que así lo fuera.

-Miren allá, ese es el taxi que los llevará a casa, no tienen nada de que preocuparse -los labios de Maia se curvaron para mostrar una tenue sonrisa-. El conductor es amigo mío, así que estan en buenas manos.

A casa... pensó Dimas. ¿Era realmente aquel lugar un sitio al que pudiese llamar hogar? No lo sabía y tampoco tenía prisa por averiguarlo.

-Hasta pronto Maia -dijo Lev, subiéndose al auto y despidiéndose a través de la ventanilla, moviendo las manos frenéticamente. Estaba emocionado. Dimas aún no podía entender porqué-. ¿Crees que sea un lugar bonito? la nueva casa donde viviremos -se volteó en dirección a Dimas.

-No lo sé.

Aquellas últimas palabras quedaron pendidas en el aire, Dimas hubiese querido decir algo más, algo que animara el ambiente, alguna frase o quizá un chiste, pero no había nada, su mente estaba en blanco.

Nunca había sido bueno con las palabras.

-¿Se han puesto sus cinturones? Tienen que ir bien seguros, pequeños -anunció el conductor, echándoles un vistazo a través del retrovisor. Era un hombre de no más de cincuenta años, al menos eso calculaba Dimas, no había rastro alguno de cabello sobre su cabeza y dudaba si alguna vez realmente hubiese tenido, era grande y fornido, con una sonrisa chueca y dientes increíblemente blancos, de ojos pequeños y nariz grande-. Llegaremos en unas dos horas, así que relájense -rio.

Definitivamente no le agradaba.

No quería lucir asombrado, pero ver la ciudad por primera o segunda vez realmente le era extraño, tantos edificios enormes y de cristal, cosas que solo veía en televisión, ahora estaban frente a sus ojos. Conforme los minutos pasaban, las grandes tiendas y edificios se hacían cada vez más escasos, el bullicio y resplandor de la ciudad se opacaba con cada kilómetro, trayendo consigo prados verdes y amarillentos que eran interrumpidos por pequeños tramos de bosque, cabras, perros e incluso vacas, lagos grandes y pequeños, vacíos o repletos de patos y uno que otro ganso. No estaba seguro si aquellos eran sus nombres correctos, muy probablemente los confundiera, pero no quería preguntar y aunque sabía que Lev no se reiría de él, simplemente se sentía demasiado pequeño e indefenso. Regresó la vista a través de la ventanilla, pequeñas granjas emergían desde la lejanía siendo casi imperceptibles, como pequeñas casas de juguetes y personas que lucían del tamaño de una hormiga.

INSANIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora