𝐈𝐕

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La sangre había manchado parte de la pijama de Lev, no era demasiada pero lograba hacer que aquella escena pareciese un vil asesinato. El cuchillo ahora estaba en el suelo, a unos cinco metros de ellos, y su madre, ella tenía al pequeño Lev entre sus brazos. No lloraba pero tampoco podía decir que no le dolía, no iba a derramar una lágrima, tenía que demostrarle a la madre de Dimas que estaba bien, que no tenía miedo, porque realmente no lo tenía, pero el dolor y el escozor que sentía estaba provocando que sus ojitos se llenasen de lágrimas.

–¡Eres un monstruo! Como te atreves a lastimar a tu propio y único amigo –las lágrimas de la mujer cayeron sobre la playera manchada de sangre del pequeño que mantenía en brazos– eres un maldito monstruo.

El pequeño Dimas pudo oír su corazón, cómo este era invadido por dagas afiladas que llegaban de distintas direcciones, enterrándose en lo profundo de él, queriendo llegar al centro, a su alma y con cada palabra que salía de la boca de su madre, su corazón simplemente se rompía, podía sentirlo doler entre su pecho y cómo se estrujaba con cada palabra que aquella horrenda mujer decía.

Pero no lloró.

No derramaría lágrimas por alguien que no valía la pena, por una persona que lo odiaba, no le iba a dar ese placer de verlo sufrir, porque al final del día, la que terminaría llorando sería ella y lo tendría en mente, el día en que aquella mujer pagaría por haberlo lastimado, aquel día esa mujer se arrepentiría de haber nacido, de haberle dicho tales palabras y él sería muy feliz. La odiaba, la odiaba tanto, desde el momento que tuvo uso de razón, por haberlo encerrado en aquel hospital, por abandonarlo, porque nunca lo fue a ver durante los cinco años que había estado encerrado ahí. Siempre lo torturaba diciéndole que su padre se había marchado de casa por su culpa, porque lo odiaba y no quería verlo, lo llamaba monstruo cuando él tan solo era un pequeño niño que quería amor, mucho amor, el amor que únicamente Lev y Maia podían darle, no como aquella horripilante mujer que tanto odiaba y quería matar.

Caminó de regreso a su habitación sin mirar atrás, dejando a Lev en los brazos de aquel demonio y se encerró en las cuatro paredes de su pequeño refugio, la noche no había salido como él tenía planeado y lo odiaba, que sus planes no resultaran a la perfección. Ahora no podría dormir, tenía que planear algo para hacerle imposible la vida a aquella mujer, mantenerla despierta por las noches, que su presencia no saliera nunca de su mente, si él realmente era un monstruo como su madre decía, entonces iba a demostrárselo.

Tocaron a su puerta, dos golpes suaves que reconoció al instante, aquella especie de contraseña que solo alguien conocía, Lev había llegado.

–Pasa –musitó, esperando que el menor no lo hubiera escuchado, pero la puerta se abrió y la luz del exterior invadió todo, cegándolo por un instante.

El niño caminó a paso lento hasta él, se sentó a su lado sobre el suelo y recargó su cabeza sobre el hombro del mayor, empezó a llorar, a sorber por la nariz y no hizo nada mas que quedarse callado, en la oscuridad de la habitación, junto a él.

–No eres un monstruo Didi.

El niño no respondió.

–No eres nada de lo que tu madre te dijo. Eres mi amigo, mi mejor amigo, como un alma gemela –sonrió, elevando la mirada hasta encontrarse con él–. Te amo Didi. Sé que no querías hacerme daño, pero me asusté mucho, fue mi culpa que mamá bajara y te dijera eso, en serio que no quería hacerlo, perdóname.

–No fue tu culpa.

–Didi... ¿volverás a hacerme eso?

Negó.

–Didi... nunca olvides que te amo y que te voy a proteger de todo siempre ¿sí? Aunque sea menor que tú, siempre estaré a tu lado.

–Quiero matarla.

INSANIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora