—Hola Rachel —me saluda con algo de timidez cuando me acerco de forma dubitativa.
Le miro expectante, esperando que me diga qué hace aquí, luego suavizo mi mirada. Entendiendo que ella no tiene culpa de nada y que esto es una cafetería.
—¡Ey, ven aquí! —miro hacia uno de mis compañeros, es la mano derecha de la jefa.
Llamado Iván, moreno, alto y tonificado, y con ojos marrones. Lleva un aro en la aleta de la nariz y perlitas en las orejas.
—Me espera un momento, por favor —digo y me alejo resoplando con fastidio hasta donde se encuentra Iván.
—La mujer lleva aquí más de una hora —mira hacia ella y rueda los ojos, fastidiado—. Seguro no llevará nada, así que no pierdas el tiempo ahí y atiende las mesas de afuera.
—Pero la señora Margot ha dicho que yo estaría den...
—Nadie va a secuestrarte, joder —se ríe interrumpiéndome, mirándome con burla de pies a cabeza, y se da la vuelta.
—Capullo —susurro y suspiro dándome la vuelta también, enojada.
—Ten cuidado con lo que dices —me aprieta el brazo y yo me suelto bruscamente sin decirle nada.
Ese chico no me agrada nada, desprende un aura cizañosa, amargada y egocéntrica. Sí, había conocido a muchas personas así y el hombre que me gustaba tenía un carácter parecido, pero Iván era un asco de persona. Se la vive tratándome como si yo no sirviese para nada, lanzándome indirectas muy directas.
Salgo afuera del local colocándome el delantal y tomando mis cosas, atiendo a una pareja de jóvenes. Afuera simplemente se encuentran dos mesas ocupadas, y la otra la está atendiendo una de mis compañeras. Al terminar de hacer las entregas de los pedidos vuelvo a entrar observando que Iván no se encuentra cerca. Me acerco a la señora Anna, esta vez sí, ofreciéndole una sonrisa.
Aún no podía entender qué hacía aquí.
—Hoy estamos ofreciendo dos postres por la compra de uno —no sé por qué es eso lo primero que le dije.
Lo que debía hacer era disculparme por dejarla con la palabra en la boca gracias al capullo de Iván. Pero estoy realmente incómoda, y solo puedo recordar la última vez que la vi: «Tú chiquilla, no seas tan puta».
Aún así le puedo comprender. Ascher es su hijo y que se haya enterado que de la noche a la mañana tenía a una chica en su casa “dándole todo lo que quiere”, por obvias razones se pensaría que yo era una caza fortunas.
Me pregunto cómo se sentirá al enterarse de la verdad. Ella ahora mismo se nota muy avergonzada, por eso estoy segura que Ascher se lo contó todo.
—Siento mucho lo que pasó —pronuncia después de un largo silencio, quizá buscando las palabras adecuadas—. Ascher no es así, yo... está claro que no conocía a mi hijo.
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Masoquista © (Editando)
ChickLitEl abuso de grandeza viene cuando la clemencia se divorcia del poder. Segunda parte de PRESA DE LA MALDAD. ¡Se prohíbe cualquier tipo de copia o adaptación de esta obra!