Ascher me había dejado en mi casa hace como una hora. Cuando terminamos tomé una ducha y me vestí, Ascher se reía de mí porque estaba molesta, pero rápidamente me había contentado diciéndome que había encontrado un hospital muy bueno en la ciudad para papá.Él se había tomado el trabajo de buscarlo, por esas pequeñas —no tan pequeñas— cosas, era que amaba tanto a Ascher. ¡Iba a pagar ese tratamiento tan caro! La verdad era que quería con todo mi ser que papá mejorara y volviera a ser el de antes; aún si me daba vergüenza aceptarle eso a Ascher. Lo único que me faltaba era contarle a mis padres y sé que mamá se volverá loca y no aceptará algo así, además debo prepararme para ser atestada de un millón de preguntas.
Cuando llegué a casa me encontré a mi madre en la cocina preparando la cena, picando unas verduras de una forma lenta y desganada. Me acerqué a ella carraspeando un poco para llamar su atención y volteó a mirarme, me quedó viendo un rato y después volvió la vista a las verduras.
—¿Puedo ayudarte? —me coloco a su lado y le intento quitar el cuchillo, pero no me deja, sino que señala con la cabeza el canasto de frutas.
—Pica algunas frutas para tu padre.
Odiaba cuando mi madre estaba enojada conmigo, tan seria como nunca. Me lavo las manos en el lavaplatos, tomo un cuchillo y poniéndome a su lado me apoyo del mesón empezando a cortar las frutas en trozos pequeños.
Gracias al cielo papá estaba mejor, muchísimo mejor. Y podía tragar —aunque con un poco de esfuerzo—, los alimentos. Aunque queriamos hacerle purés de todo lo que tuviera que comer él se negaba, diciendo que podía hacerlo. La psicóloga que nos está ayudando en esta etapa tan grave nos decía que debíamos apoyarlo y siempre que estuviéramos cuidándolo, no hacerlo sentir inútil e incapaz, que lo mejor para él era verse, así fuera un poco, más fuerte, todo esto teniendo en cuanta la clase de persona que era papá; un hombre prácticamente fitness antes de que todo esto pasara.
Ya no tenía que estar tanto tiempo conectado a tanques de oxígeno y su rostro tenía al menos algo de ese aire vivaz que lo caracterizaba.Termino de picar las frutas y las echo a un plato hondo, vuelvo a enjugar mis manos mirando a mamá un buen rato mientras muy lentamente pica esas verduras. Estaba cansada, sus ojos decaídos y raras veces sonreía, como dije antes solo lo hacía con papá. La veo soltar un suspiro cansino y deja el cuchillo en el mesón apoyando sus manos en él, después gira el rostro para verme, aprieta los labios, sus ojos se nublan y su mirada me produce una gran tristeza.
«¿Qué pasó con mi familia?».
Puedo ver como se derrumba en ese momento, un sollozo fuerte y lastimero sale de sus labios y se cubre la boca empezando a llorar. Arrugo la frente y curvo la boca hacia abajo abrazándola rápidamente. Odio tanto ver a mi madre llorar, odio verle destruida. La aprieto fuertemente a mi cuerpo.
—No quiero perder a mi familia —dice abrazándome más fuerte, permitiéndose llorar con desconsuelo. Se separa un poco y acuna mi rostro con sus manos mirándome a los ojos y niega con la cabeza—. Son lo único que tengo, y sin ustedes yo no podría vivir.
—Mamá... no llores —le digo y mis lágrimas empiezan a descender de mis ojos.
—No sé nada de Dahian, quiero saber de ella, Rachel —Era cierto, sé que estuvo llamándole, pero ella tiene el móvil apagado—. No soportaría perder a tu padre aunque sé que en algún momento se ira.
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Masoquista © (Editando)
Literatura FemininaEl abuso de grandeza viene cuando la clemencia se divorcia del poder. Segunda parte de PRESA DE LA MALDAD. ¡Se prohíbe cualquier tipo de copia o adaptación de esta obra!