—¿Qué quiere decir con eso, oficial? —pregunto con desesperación.
Recordar como se llevaron a Rachel me tiene desesperado. Y el oficial detrás del escritorio no hace más que mirarme y decir que por el momento no se puede hacer nada.
—¿Me está diciendo que necesito setenta y dos malditas horas para denunciar? —digo en voz alta, intentando no escucharme enojado, soy una persona pasiva y todos lo saben, pero ahora estoy fuera de mis casillas—. Pero mi novia no está desaparecida ¡Maldición! se la llevaron frente a mis ojos. ¡La secuestraron!
—Y no hiciste nada, chaval —me apunta con un lápiz, luego se estira en el respaldo de la silla, despreocupado.
En ese momento la sangre me hierve, la siento correrme rápido y quiero lanzarme encima del hombre. Mi madre me pide que me tranquilice cuando nota la mirada que le lanzo al oficial. Ella sabe que cuando me enojo no hay vuelta atrás. Aunque soy muy calmado la injusticia me llena de rabia, por esa misma razón he escogido mi carrera de abogado.
Quiero gritarle al hombre calvo todo lo que se merece en la cara y lanzarme a darle golpes. Todas las personas que se encuentran en la sala de espera de la comisaría miran interesados la escena, esperando que se arme un espectáculo.
Habían pasado unas ocho horas desde que aquel tipo había secuestrado a mi novia. Mi madre me ha llevado al hospital apenas me dejaron tirado en la mitad de la calle. Mi padre por otro lado siempre había sido un viejo cascarrabias muy estricto, no quería que mamá me ayudara. Había dicho que la culpa de esa golpiza había sido solo mía por meterme con alguien que tiene ese tipo de problemas.
Mi madre no le llevo la contraria, ella también pensaba igual, pero no me dejó tirado desangrándome. Del hospital me dieron el alta después de cuatro horas en las que no dejé de insistir diciendo que me encontraba bien, y es que ahora mismo solo quería hacer algo para recuperar a mi novia y meter a esos hombres tras las rejas. Y ahora que al final he salido del hospital este hombre no muestra más que una sonrisa falsa mientras bebe a sorbos su café. En la sala de espera de la comisaría había llevado como una hora, y ¡Maldita sea! No contemos el tiempo que el hijo de puta del oficial en recepción me hizo perder.
—Mira chaval, estaremos al pendiente, por ahora no podemos hacer nada.
—Voy a encargarme de llevarlo frente a una corte por hacer tan mal su trabajo.
Aprieto la mandíbula y salgo de la estación sin haber entendido nada de lo que dijo el tipo. Era verdad que no había hecho nada, no porque no quisiera; pero cuando tienes un arma enfrente y están golpeándote hasta dejarte casi inconsciente no eres capaz de hacer nada.
Quiero y deseo poder hacer algo, y voy a hacerlo.
Me subo al deportivo y cuando mamá también lo hace conduzco en dirección a su casa. Mi madre se mantiene en silencio, casi molesta, no la culpo. A mi madre le agrada la familia Lewis, mi padre se hizo buen amigo del señor Josh, luego estaba Rachel que para ellos no merecía un chico como yo, que mi novia se metía en muchos problemas y querían alejarme de ella. No entendían aún que la habían secuestrado, que no es algo que te buscas, que posiblemente le hicieron un daño irremediable, cada que la miro a los ojos lo noto. Pero ante todo estaba la reputación de mierda de mi familia. Pero yo amaba a esa chica y me importaba muy poco lo que mi familia pudiera pensar de ella.
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Masoquista © (Editando)
ChickLitEl abuso de grandeza viene cuando la clemencia se divorcia del poder. Segunda parte de PRESA DE LA MALDAD. ¡Se prohíbe cualquier tipo de copia o adaptación de esta obra!