Capítulo Ocho: No, no soy Nomi

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Raymond bostezó.

—Esto está empezando a ser aburrido.

—¿En serio? —preguntó uno de sus amigos—. Yo creo que está empezando a ser más divertido.

Escupí sangre al suelo.

—Feliz de ser de ayuda —respondí sarcásticamente.

—¿Quién ha dicho que puedas hablar? —exigió Raymond. Miró a los dos chicos que me sujetaban de los brazos—. Otra vez.

Me elevaron del suelo y me aplastaron contra la pared. Gruñí por el choque y me desplomé en sus brazos. Ahora de pie, era el turno de otro chico. Se acercó a mí y me utilizó como saco de boxeo durante un rato. Recibí los puñetazos uno a uno. Una y otra vez. Cada puñetazo que recibía me seguía repitiendo, uno menos que recibir, uno menos que recibir.

No me molesté en decir algo con sarcasmo. No me molesté en gritar. Ni siquiera me molesté en rogar. Me lo merecía. Me merecía todo eso. Los tres estaban en detención con la Directora Barnes. Yo dejé que eso pasara. Debería haberles avisado sobre ella. No tendría que haber dejado que Declan se entregara por mí. Debería haber puesto una excusa mejor. Yo y nadie más que yo se merecía eso.

El colegio había acabado hacía un rato. Tan pronto como mi última clase, gimnasia, acabó, un par de colegas de Raymond me cogieron y me arrastraron. Todavía llevaba la ropa de E.F, no me dejaron cambiarme. Me lanzaron detrás del colegio donde Raymond y el resto de sus amigos me esperaban. Todos ya se habían ido. Así que no me molesté en gritar. Si un árbol cae en un bosque, ¿hace algún ruido? En este caso, si Naomi grita, ¿a alguien le importará lo que oya? No, no lo hará.

—Sabéis, esto se está volviendo aburrido —se quejó Raymond—. No hace nada.

—Lo siento, Raymond —dije, poniendo un puchero—. Siento que mi dolor no te esté dando el entretenimiento que te mereces.

—Sí, sí, sí —murmuró—. Un lo siento no lo arreglará.

—¿Qué tal si la pego hasta que tosa sangre? —propuso otro.

—Ya lo he hecho —le dije.

—¿Hasta que llore? —preguntó alguien, petándose los nudillos.

—Ya lo he hecho.

—Ooh, tengo una —dijo uno de ellos—. Hasta que llore sangre.

Todos me miraron y yo solo me encogí patéticamente de hombros.

—Nunca he hecho eso.

Cansados, los chicos que me estaban sujetando me soltaron y me caí al suelo. Gruñí por el impacto, mi cuerpo se encogió. Me apoyé contra la pared, descansando la cabeza. Cerré los ojos, intentando controlar mi respiración. Todo mi cuerpo se sentía adormecido, tan adormecido. Si uno de esos me volvía a dar un puñetazo, o me rompía a pedazos o el golpe no me afectaría porque mi cuerpo ya se sentía adormecido. Espero que fuera la segunda.

—Dejadme intentar —dijo uno de los chicos, acercándose a mí.

Levantó sus brazos y me dio un puñetazo en la cara. Apreté los dientes por el dolor. No podía haberse desahogado tan fácilmente. No podía devolverle el golpe así que hice lo siguiente mejor. Le pateé justo en la ingle. Retrocedió soltando quejidos. El chico me insultó un par de veces, pero mis oídos aún timbraban del puñetazo así que me desconecté de ellos. Unos cuantos amigos suyos lo levantaron del suelo. Todos me fulminaba, pero solo Raymond llevaba una cara inexpresiva.

—No, no, no —dijo Raymond, negando con la cabeza—. No es suficiente.

—Exigente, ¿no es cierto? —murmuré en voz baja.

TRADUCCIÓN: The Good Girl's Bad Boys: The Good, The Bad and The Bullied.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora