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Viernes 16 de septiembre


—¿Alguno de ustedes toca un instrumento?

El profesor de música es nuevo: se llama señor Bricart. Ya en la primera hora de clase, escribió su nombre en el pizarrón. Si hizo esa pregunta enseguida, es porque la clase está compuesta únicamente por alumnos voluntarios. La música, cuando uno tiene quince o dieciséis años, se vuelve optativa. Ya no es algo importante, como las matemáticas o la física... Uno puede, en teoría, vivir sin ella. Yo no. Esperé, sin embargo, unos segundos antes de levantar la mano. Así, no me hacía notar demasiado. Y menos todavía, porque había llegado tarde a clase. Y, en consecuencia, había tenido que sentarme adelante de todo.

La sonrisa del señor Bricart se había ensanchado. Ay, no había duda: me estaba hablando a mí.

—¿Su nombre?

— Mendes. Shawn Mendes.

Me di vuelta.

¡Cómo! ¿Treinta y dos alumnos de todas las divisiones de tercer año habíamos elegido la clase optativa de música, y yo era el único que tocaba un instrumento?

Pensé en el viaje del año pasado a Berlín, en Alemania, que hicimos con la señora Lefleix. (La señora Lefleix es la profesora de alemán, la tengo de vuelta este año). En el programa de ese día se había previsto una visita a uno de los colegios de la ciudad.

Entramos a una sala; hay treinta alumnos con su profesor de música, que nos recibe con un saludo cordial e incomprensible. Para darnos la bienvenida, les pide a los alumnos no sé qué cosa, pero bueno, todos obedecen. Cada uno saca de su estuche un instrumento: flauta, violín, clarinete... Una chica se sienta al piano. Los otros se ponen de pie. Y el profesor da la señal de largada, levantando las dos manos a la vez.

Comienza entonces un verdadero concierto sinfónico. Como en la Pleyel. La perfección. Nos sentimos chiquititos. Hasta yo estaba impresionado. En Alemania, la excepción es, forzosamente, que alguien no toque un instrumento.

Acá, en París, en el Colegio Chaptal, esta mañana, la excepción era yo. El año pasado, tendría que haber aceptado ingresar a una clase especial para músicos, como me había recomendado Amado.

Eché una mirada furiosa a Lionel. Se dio cuenta. Le dijo al profesor, como para justificarse:

—Yo toco el bajo, un poco. En una banda de amigos. Pero no solfeo. Shawn, en cambio, es casi un profesional.

En el aula, se produjo un murmullo alegre. Una especie de risa educada. La de todos los principios de año.

—¿Qué instrumento toca, señor Mendes?

—El piano.

—¿Desde hace mucho?

—Sí.

—¡Desde hace más de diez años, profe! —lanzó a mis espaldas Lionel, a quien no le había preguntado nada—. Su padre es músico.

Bricart frunció las cejas negras y gruesas, verdaderos acentos circunflejos con un cráneo liso encima, donde se sacuden tres pelos perdidos. Se sacó los anteojos de carey. Era para pensar mejor. De repente, sus grandes ojos de miope se convirtieron en dos bolitas ridículas.

—Espere —murmuró—. ¿Usted acaso es pariente de Jean-Louis Mendes?

Con eso, Bricart se estaba luciendo. Porque el nombre de Jean-Louis Mendes hay que pescarlo cuando desfila a toda velocidad por la pantalla del televisor. Y sí, Jean-Louis Mendes compuso, sobre todo, música para series televisivas. Y también algunos arreglos, como dice. No está muy orgulloso de eso.

la chica de 2°B ; s.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora