Miércoles 14 de diciembre
Hay martes buenos y malos. Ayer no fue un martes muy logrado. Por varias razones... la principal es que la semana que viene no habrá martes.
En efecto, Amado llamó el domingo; me exige que vaya a su casa dos o tres horas más. Me pidió mis horarios de clase. Ingenuamente, se los di.
—¿Cómo? ¿El martes terminas a las cuatro? ¿Y no me lo has dicho nunca? Te espero antes de las cinco del próximo martes. ¡Es inútil discutir!
Después de ese futuro martes sin banco, sin Jeanne, sin discos que devolver ni prestar, llegarán las vacaciones. Cerca de un mes sin mi chica preferida de 2.º B. Casi una eternidad.
Salvo si no se va de vacaciones, y si acepta venir a mi casa a escuchar discos.
Ayer me encontré entonces con la doble intención de avisar a Jeanne mi ausencia y de invitarla a casa.
Todo se fue a pique.
La vi de lejos. Más linda que nunca, apuraba el paso; estaba roja de excitación y de alegría. Primero creí que sería la perspectiva de verme. Fue caritativa, me desengañó en seguida:
—¡Hice un descubrimiento extraordinario... el domingo... en la baulera de nuestro departamento!
Estaba sin aliento. Seguro que había hallado un cofre con monedas de oro.
—Encontré discos. Centenares de discos. De 33. Todos de música clásica.
—¿Ah, sí?
La dejé sentarse y recobrar el aliento. Jeanne no me miraba, estaba todavía sumergida en su recuerdo. Sentí que se trataba de algo importante. Aún no sabía muy bien por qué, pero esos centenares de discos me aplastaban, de repente. Dije entre dientes:
—Es raro, nosotros, en la baulera, depositamos las bicicletas oxidadas y los muebles viejos. Los discos los guardamos prolijamente en la sala.
—Espera, te voy a explicar. Mi padre era ingeniero de sonido. Durante toda su vida, realizó gran cantidad de grabaciones. Supongo que las discográficas le enviarían un ejemplar en cuanto salían. Durante años, los ha acumulado. Cuando murió...
—Creía que era tu madre la que se había muerto. ¿Tu padre también se murió?
—Sí. Mi madre se murió cuando nací, y mi padre cuando tenía cinco años.
Acababa de casarse. Con la que llamo Mutti.
—¿La señora Lefleix? ¿Mi profe de alemán?
En ese momento, comprendí que Jeanne era una especie de huérfana. Me lo había ocultado hasta ahora. O más bien, nunca me lo había dicho. Al revelarme su pasado, su alegría se desvaneció. Era, en lo que tenía para decirme, un paréntesis que le hubiera gustado evitar. Tragó como si estuviera tragando un gran comprimido, antes de explicarme:
—Cuando se murió mi padre, Mutti guardó todos sus discos en dos grandes cajas de metal. Los mandó a la baulera, y allí están desde hace más de diez años.
—No deja de ser un lugar curioso, ¿no? ¿Qué era lo que a la señora Lefleix no le gustaba como para arrumbar todos esos discos: la música o... su marido?
Mi pregunta era malvada y estúpida. Suponía recuerdos que eran aún más difíciles de despertar. Jeanne hizo una pausa. Y lanzó un suspiro. Había puesto un bemol a su alegría.
—Es una larga historia.
—Escucha, Jeanne, discúlpame: no quería ser indiscreto...
Desconfío de las confidencias. Para no repetirlas por distracción, no conozco más que una solución: no escucharlas. Lionel me había advertido que las chicas eran complicadas, y que sus confidencias eran la garantía de problemas al cuadrado.
—Déjame explicarte, Shawn. Es necesario si quieres comprender.
Quería. ¡Que Lionel se vaya al diablo!
—Mira, la muerte de mi padre ha sido un drama. Falleció en un incendio accidental de su casa, en la Provenza. En ese entonces, yo era pequeña, no estaba con él, sino en París con Mutti. Se quemó todo. No quedaba prácticamente nada. Sólo quedó en pie un anexo: el auditorio que mi padre había hecho construir y en el cual se encontraban su piano, su material de grabación y sus discos.
Jeanne hablaba y lloraba sin siquiera darse cuenta. Las palabras y las lágrimas corrían en un flujo ya continuo. Me sentía ahogado por su tristeza invasora. Al principio no entendí bien su pena retroactiva: ¿cómo podía llorar por un padre del que, con seguridad, no se acordaba? Jeanne me contó la historia, la conocía bien. Y el revivirla hacía su tristeza más viva.
—Entonces, Mutti vendió todo: la casa, o mejor dicho, el terreno con las ruinas.
Puso en venta, en Draguignan todo el material de mi padre. Ella ni siquiera sabía usarlo. Y con la plata del seguro, compró en París el departamento en el que vivimos hoy. Estaba embarazada de Florent. Florent es mi hermano, en fin, es el hijo de Mutti y de padre... Pidió ayuda a su madre, que vivía en Alemania. Ahora, Oma, así es como llamo a mi abuela, vive al lado casa, en un pequeño monoambiente.
Resopló y sus dos manos desaparecieron en busca de pañuelo. No encontró ninguno, le di el mío; secó un poco sus lágrimas y sus sollozos. Recuperé el pañuelo y tomé su mano en la mía. Era simplemente para acercarme a su pena.
Le pregunté con suavidad:
—¿Pero, los discos?
—Mutti quiso olvidarse de todo, el incendio, la muerte de mi padre... Por nosotros tanto como por ella. Jamás habla de ese horrible pasado. Pareciera querer borrarlo. En casa, es un tema tabú. Pero ocurrió el domingo que, en medio de la conversación, Mutti se acordó de golpe de los discos... Los había conservado y guardado en la baulera, en esas famosas cajas.
—¿Pero, por qué?
—Ella afirma que no teníamos lugar suficiente en el departamento y que, además, ya no teníamos equipo de música para escucharlos. La verdadera razón es otra. Si los hubiera tenido a la vista, le habrían hecho recordar sin cesar a mi padre. Por eso los ha enterrado.
—¡Y tú los has encontrado, Jeanne!
Como había compartido su dolor, trataba de compartir su alegría. Era difícil. Sin embargo, amo la música. Pero los discos no dejan de ser, después de todo, un poco como las latas de conserva. Como quien dice, comida recalentada.
—Esos discos son muy importantes. El nombre de mi padre figura en muchos de ellos. Los ha grabado él. Él era el ingeniero de sonido. Un ingeniero de sonido, sabes, es alguien que...
Simuló saberlo, y yo simulé aprenderlo. Pero yo le expliqué que un excelente concierto mal grabado perdía todo su interés. Jeanne parecía encantada de descubrir que el ingeniero de sonido podía ser tan importante como el compositor o el intérprete.
—Te prestaré los discos de mi padre, si quieres.
—Oh, no, podría arruinarlos.
—¿Pero no querías prestarme los tuyos?
—Los míos son menos valiosos. Y además, ahora...
Ya no me escuchaba. Ya escuchaba sus discos, con el pensamiento. Era como esa gente curiosa que jamás vive el presente. Y yo, hubiera querido apresar ese instante, pero se me deslizaba entre los dedos.
—Jeanne... ¿Qué haces durante las vacaciones?
¡Qué pregunta! ¡Iba a ocuparse de sus discos! Yo podía quedarme con los míos.
Ya no tenía razón alguna para venir a mi casa. Así y todo, le extendí el papel en el que había escrito mi número de teléfono. Una verdadera botella al mar. Y yo estaba como un náufrago. Tartamudeé tres palabras, a modo de señal de socorro. Pero no me arrojó el salvavidas que esperaba:
—¿Quieres... quieres darme el tuyo, Jeanne?
—¿Eh? ¡Ah, sí, claro!
—Te deseo felices vacaciones. Porque el próximo martes, no podré estar aquí.
No tenía ninguna importancia: ella ya estaba en otra parte.
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la chica de 2°B ; s.m
Fiksi PenggemarPara Shawn, la música no es algo optativo: simplemente no puede vivir sin ella. Pero una pasión inalcanzable, acaba de irrumpir en su mundo: Jeanne, la chica de 2°B. Su desafío es lograr que Jeanne entienda, a través de la música, lo que él no puede...