Jueves 13 de abril
Un concierto es algo tan absorbente y tan rápido como una carrera a pie. El corredor no tiene tiempo de pensar. De ninguna manera puede darse vuelta, reflexionar, ni preguntarse cómo y dónde va a apoyar los pies.
En este tipo de espectáculo, el mejor lugar está entre las gradas. Yo, ay, estaba solo en primera fila.
Jeanne, lo sabía, estaba allí, inaccesible, en los últimos asientos de la platea. Inútil intentar verla. Ni siquiera vi a mis padres, en la primera fila.
Comprendí mi victoria con los primeros aplausos después de las Variaciones Goldberg que me habían llevado tres cuartos de hora. ¿Ocupado? Sí, no estaba para nadie, salvo para Bach.
Cuando uno toca ciertos fragmentos, el público desaparece. Es una especie de diálogo entre el intérprete y el creador. Con Bach, ocurre que Dios se interpone. El intérprete, por otra parte, lo necesita. No creo en Dios. Pero ayer, hice una pequeña excepción de dos horas. Y él me ha mostrado que no es demasiado rencoroso.
—¡Fue algo divino! —me confirmó Jolibois en el entreacto.
Había evitado el uso de la segunda persona. «Fue algo» no significaba para nada «tú has estado». «Fue algo» probaba que yo no tenía nada que ver. El genio se resume tal vez con poco: muchísimo trabajo y luego, por casualidad, la Gracia... el cruce milagroso de la suerte y el talento.
—¿Has visto cómo te aplaudió Amado?
De los bastidores donde estábamos, Jolibois me señaló a mi maestro que se levantaba de su asiento para el entreacto. El público lo había reconocido y había servido de amplificador a su entusiasmo. Si Amado protestó por sus aplausos, mi fracaso estaba asegurado.
El concierto recomenzó. Con Schubert, no tuve ningún mérito: estaba ganado de antemano. La tensión volvió con Prokofiev. Pero esa tensión me servía para interpretar su Sonata N.º 4. Ese fragmento es un paquete de nervios, una construcción compleja; una especie de juguete mecánico que uno hace andar a cuerda. Y me presté al juego, llevado por la atención densa que se había anudado en la sala.
Me hicieron una verdadera ovación.
Cuando regresé a bastidores después de varios llamados del público, Jean me dijo, de golpe, más angustiado que yo:
—Escucha, te aclaman.
Era verdad, gritaban mi nombre. O más bien, el de Niemand.
—Esta vez, toca el bis. ¡Vamos, anda, pequeño!
Volví al escenario para sentarme directamente al piano. ¿Quién, entre el público, podía sospechar que para mí el concierto comenzaba ahora? Quizás, tan sólo Amado.
Bergerac sorprendió. Despistó. Para el bis, la gente espera una obra conocida, un guiño de ojo, una señal. Y yo le ofrecía un enigma. Un signo de interrogación extravagante.
Pero los espectadores respondieron con exclamaciones entusiastas, plebiscitaron sin reservas esa obra con forma de pregunta. Busqué a Jolibois lo más rápido posible entre bastidores. Parecía nadar en la felicidad. Grité para cubrir las ovaciones de la sala:
—¿Les gusta? ¿Aplauden sin saber qué es?
—Pero sí, Shawn, has estado excelente durante casi dos horas. ¡Ahora confían en ti!
En el fondo, era muy injusto; si hubiera hecho una presentación execrable, la sonata Bergerac habría caído en el olvido.
Me saqué la peluca empapada. Apareció el régisseur:
—¿Para los periodistas?
—¡Paul Niemand no recibe a nadie! —gritó Jean Jolibois. Espere, voy a explicarle yo mismo.
Desapareció. Lancé una mirada a la sala. Imposible ver a Jeanne. Sin embargo, Riccorini estaba siendo literalmente asaltado. A falta de entrevistar al alumno, estaban intentando conseguir las confidencias de su maestro.
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la chica de 2°B ; s.m
FanficPara Shawn, la música no es algo optativo: simplemente no puede vivir sin ella. Pero una pasión inalcanzable, acaba de irrumpir en su mundo: Jeanne, la chica de 2°B. Su desafío es lograr que Jeanne entienda, a través de la música, lo que él no puede...